Revista #1 - Locura | 13 octubre, 2016
Cabrerita, realidad e irrealidad
por Margarita Mora, Raúl Zaffaroni [1] 

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Javiel Raúl Cabrera nació en Montevideo, año 1919; estuvo en el Consejo del Niño; asistió a cursos libres del Círculo de Bellas Artes; frecuentó el Sorocabana a principios de la década del 40, en ese entonces conoció la obra de Torres García, frecuentó el Ateneo, fue amigo de José Parrilla; expuso en el Ateneo, en la Asociación Cristiana e intervino en los Salones Nacionales y Municipales. Fue internado a fines de la década del 40.

Falleció en Santa Lucía – Colonia Etchepare – el 28 de diciembre de 1992, el día de los libres de culpa, el día de los inocentes.

“Cabrerita: Una mirada más allá”

El grito del búho puede ser desgarrador. Búho es “alucus” en latín; a, partícula privativa y lux, lucis, luz. Privado de la luz. De “alucus” deriva la palabra castellana locura. El grito del búho es el dominio de la noche.

Quien estuviera “fuera de sí” o “dentro de sí” de alguna manera, no “están en sí”, es, o está “ajeno a sí”, “ha perdido la medida” …

El “estar en sí” es un equilibrio del ánimo, es una justa apreciación de la relación existente entre la relación existente entre la realidad exterior y la interior, es su consideración moderada. Cuando esta relación entre las dos realidades se modifica puede llegarse al ensimismamiento, que es una manera de “salirse de sí” o, a la  exaltación que es, otra manera de “salirse de sí”.

Ese “estar en sí” es un equilibrio frágil, incierto, modificable en cualquier momento. Cualquiera de las dos salidas del equilibrio son formas incipientes de, precisamente, desequilibrio, cada una con sus múltiples ramificaciones y derivaciones. De acuerdo a su profundidad penetramos a la “noche del entendimiento”.

Muchas veces lo exterior nos asusta, es demasiado extenso y agresivo; nos volcamos hacia adentro. Otras veces es ese mundo interior al que le tememos; salimos o, de cualquier manera queremos salir de él; nos ayudamos con algo… Hemos perdido el equilibrio; nos paseamos por el borde, por el litoral de la salud mental …

¿Hasta qué distancia uno es capaz de separarse de sí? Hasta gritar de horror. Esta es la locura castellana. Con ese sentido trágico de la vida que tiene el español, toma para la demencia aguda el significado de un grito agorero y nocturno. El idioma francés se burla de la locura con fol, folle, del latín “follis”, saco, globo de aire que sube, se remonta sin tino; así aparece esta metáfora irónica en el grotesco medieval… (Chanson de Roland).

Desde muy antiguo, aunque se le apartó, de alguna manera se respetaba al desequilibrio, a quien perdiera el equilibrio tras una búsqueda de lo desconocido u otra dimensión de la realidad. El poeta, el sabio, el artista, el filósofo … ¿Qué fue de Heráclito? Por algo los griegos consideraban a la demencia una enfermedad sagrada.

Hay que entender que, en el tiempo de los griegos clásicos, las cosas, psiquis adentro, sucedían de un modo muy semejante a como suceden en los tiempos actuales. Por eso fue que  procuraron disponer de las palabras necesarias. Nosotros no hacemos otra cosa que tomarlas de ellos y aplicarlas como ellos las aplicaban. En su idioma, la insensatez, lo falto de razón, se decía “anoia” de donde la “para noia” no era mas que lo tratado acerca de la falta de juicio, así como el estado permanente de insensatez. Pero en Grecia, como hoy en el mundo entero, la forma de locura mas frecuente era la de henchirse, la de insuflarse, la del soberbio. Por eso es que tenían muy a mano la palabra “anoideo” para significar al soberbio: “anoideo” tendencia a la “anoia” … a la demencia …

El latín tal vez sea más rico y hasta señale la dinámica, la dirección de la falta de juicio o anulación del juicio. En latín “alienatio” es enajenación, es venta, es desprenderse de algo, así sea de uno mismo … Alienado sería aquel que llega a enajenarse, a venderse, a ser ajeno; de otro … “Demens”, “dementis” sería quien ha perdido la medida (“demens”, medida), la medida de lo razonable.

Entonces para el latín, loco es, el falto de luz, el que grita de horror como el búho; alienado es el que se ha enajenado a sí mismo; demente quien ha perdido la medida.

La pasión por expresar lo que entrevemos en nuestro mundo interior, más allá de las posibilidades de los medios a nuestro alcance puede, y suele, llevarnos al ensimismamiento. El logro de esa expresión inédita, a la soberbia.

Todo artista se balancea constantemente entre estos dos estados; por lo tanto, casi nunca “está en sí” … De verterse hacia adentro y el sentirse a gusto con el dominio de su propio mundo puede llegar a retraer sus anhelos, sus deseos, sus apetencias y, de alguna manera llegar a, no querer salir de él. Lo que no obtiene o lo que huye de él, en el mundo externo, lo hace suyo en el interno, y para siempre.

Este es el caso de Cabrerita (1919) quien poseyó a Esther, la misteriosa niña que viera sentada en el escalón de la casa y, la poseyó plásticamente durante cincuenta años. A Cabrerita le basta con eso …Porque llamamos arte a algo que nos falta, a algo que no está y consideramos necesario. Nos damos maña entonces para alcanzarlo; creamos, inventamos una dicción; logramos dar forma exterior, a lo que sólo era una imagen interna…

Muchas veces anhelamos algo real, ¿cuál es el límite entre lo real y lo irreal? Anhelamos algo y no lo logramos, aún deseándolo intensamente…

Llamamos locura a cualquier trastorno psíquico intenso de los que originan anormalidad, como por ejemplo, el querer obsesivamente…

¿Qué posibilidad tiene uno de apresar, de dar forma, literaria o material, a un impulso imprevisto, impreciso, indeterminado, súbito? Tal vez el arte no sea más que un intento involuntario o no, de salirse de uno mismo…

Así, mientras el artista es alguien que quiere dar de sí, sacar de su interior algo, su descubrimiento, para exponer, comunicarlo… el alienado es alguien que se ha salido él mismo de sí, ¿de tanto que se ha dado? Hay quienes se ocupan de estudiar estos anhelos, frustraciones o sustituciones de realidad y lo hacen prolijamente. Lo que pretendemos poner en claro en este momento es sólo que, evidentemente existe relación, o parentesco, en el arte y la locura.

Cabrerita resolvió su desaliento, su carencia, su tragedia, poseyendo a esa niña en exclusividad. La transfirió a su universo propio. Y nos lo comunicó.

Conocí a Javiel Raúl Cabrera en el año 1942, dueño y, muy seguro de su poder expresivo, con un rollo de magníficas acuarelas bajo el brazo. Las acuarelas eran de gran dimensión, fuertes, estructuradas y, todas ellas mostraban la imagen de una niña, indudablemente la misma, con una mirada mucho más allá de lo circundante. La paleta sobria, en general los primarios, manejados con solvencia, firmeza, seguridad. En casi todas las acuarelas – no sé si en todas- la imagen de esa niña – que luego supe que se trataba de Esther- estaba, si no aprisionada, al menos contenida en ritmos geométricos – o geometrizantes – que de alguna manera mantenían separada del universo real a Esther. Esther, mirando al vacío pero con serenidad, con placidez, era una imagen hierática, resuelta plásticamente, de un modo clásico; se había llegado en sus soluciones a una forma constante, una manera de decidir su expresión, que no ofrecía dudas, era siempre la misma y considerada perfecta por el creador. Lo que se modificaba era el entorno el que, rara vez aparecía como tal sino que casi siempre eran soluciones puramente plásticas. Alguna vez, recuerdo una Esther a caballo dentro de una catedral por ejemplo (actualmente colección Jossias Leao – Brasil).

Esa niña que había visto sentada en un escalón cerca de su casa y lo obsesionó toda su vida – lo conocí en su adolescencia; era, sino todo, al menos el centro de su universo.

Tranquilo, plácidamente, Cabrerita retuvo la imagen de Esther otorgándole desde un principio carácter de eternidad. Así se vio en el afiche del Theatre Essaion de París.

La acuarela era su medio expresivo y, lo único que manifestaba – dejando de lado que lo hacía magistralmente – era una obsesión serena sobre la que ejercía control. Esto lo canjeó Cabrera por la misma obsesión pero, desalentada, dolorosa, casi desesperada.

A Cabrera lo internan y llega, desde lo hierático a la angustia mordaz… Este es el camino que recorre Cabrerita en cincuenta años de enfermedad y tratamiento. Toda su obra inicial era plácida y segura: toda su obra posterior es dubitativa y convulsionada; pasa, de una distribución ordenada a la dispersión, mientras su fijación perdura. Había una mesura, un autocontrol, un concepto de control y una serenidad de ritmos, de soluciones, que se perdió. Incluso Esther ya no fue la misma, se manifestaba aterrada, dispersa, débil, en colores banales y abigarrados.

Cabrerita hoy, aparece como metáfora humana; está tan allá que debe dar un gran rodeo para parecerse a un hombre común; da esa vuelta, hace lo posible – o lo aparente- por acercarse, se sienta en rueda… pero no está… a él sólo le interesa estar con él mismo. ..

Lo suyo nos es tan ajeno, tanto le pertenece, y sólo a él, que nos resulta imposible e impropio penetrar, intentarlo siquiera, correr el riesgo de alterar la disposición de sus recuerdos… (Me trae la idea de decir: de su recuerdo inmovilizado).

Lo visitamos una tarde de otoño, en marzo de 1992.  Cabrerita está terminado: la esquizofrenia- según diagnóstico psiquiátrico que nos comunica su actual cuidadora, ya que su historia clínica ha desaparecido- lo ha dispersado totalmente. Responde respuestas que ya tiene respondidas. No puede hoy, elaborar un medio de comunicación codificado; repite palabras y ríe… sólo se comunica de manera manifiesta por la forma y el color. Pinta todos los días, que es su manera de estar consigo y con su memoria detenida.

Y es la forma y el color la que nos da cuenta de su dispersión mental. Desde aquellas acuarelas en las que aparece la imagen de la niña entrelazada, tejida, integrada a lo textual en zonas organizadas con firmeza, llega a una imagen delicuescente, evanescente, sin contornos ni límites… Pero lo dice, lo expresa con puntualidad, pinta diariamente y estas acuarelas son un testimonio riguroso y cierto de lo que sucede en su mundo interior. Ese es el gran valor que tienen, tanto como documento, como test delator, propósito impensado como de dar comunicabilidad a la permanencia de una vivencia catastrófica bohemia hasta el trajín de diversos tratamientos, Cabrerita nos da cuenta de la imagen salvadora que se grabó en su interior; es siempre la misma niña, es perfectamente reconocible luego de miles de versiones, pero la forma en que manifiesta esa imagen, la manera en que evoluciona su dicción, esa es la que da cuenta del drama…

Te sentís bien pintando; ¿te hace bien pintar?

Sí, me siento bien pintando; me hace bien pintar – repite, ya doméstico y sin iniciativa. Ríe; hace con su mano izquierda el mismo ademán de llevarse el pelo hacia adelante, casi como un tic, que observé hace tantos años.

Y ¿qué es lo que pintás? ¿qué es, quién es esa figura, esa niña que representas? Cabrerita mueve la cabeza y los hombros como para expresar o demostrar desentendimiento…

Es poesía, dice; es poesía, repite riendo… riéndose como con picardía; más hacia adentro que hacia afuera…

Pero, ¿quién es la persona, la figura representada?

Recuerdos, dice, recuerdos, y ríe.. … repite el ademán, vuelve a llevar su mano al pelo que alisa inútilmente. Parecería que Esther ya no está en la zona de la palabra ni de la memoria, sólo nos, le, queda la imagen etérea, poética, el recuerdo visible de un amor que, evidentemente, y sin expresión hablada, perdura como efecto, como resto…

¿Sabés que tus cuadros están en el Museo; que mucha gente quiere y desea tener obra tuyas? ¿sabés que sos famoso? ¿te gusta ser famoso?

¡No¡dice con mucha resolución, hasta con energía… Y hace un gesto de desagrado con todo el cuerpo.

Tú ibas al Sorocabana, tu ibas mucho, con Parrilla… y a la vuelta estaba el Taller de Torres García, en el Ateneo… ¿conociste la obra de Torres, te interesaba?

Sí, contesta con entusiasmo; sí, lo recuerdo, me gusta, tengo un libro de Torres García…

Y esos ritmos cruzados, los esquemas geométricos que tú hacías en tu obra, aquellos que, de alguna manera, contenían la imagen… ¿no los hacés más?

Sí, no, no me acuerdo bien; no tengo obra de aquel tiempo; quisiera ver, no tengo… Le mostraron fotos de su obra anterior, se interesa entusiasmado…

Sí, quiero tener eso; eso me gusta… Lo dice como queriendo hacer lo que hizo; como si él se admirara a sí mismo… Le dejamos documentación sobre sus acuarelas primeras.

Serie es sucesión ordenada, continuidad relacionada, evolutiva, en la que, cada obra está referida a las demás. La obra de todo artista no comercializado es serial; cada cuadro en ella está ligado con el anterior y con el posterior por un hilo que nos da cuenta de una evolución.

Repasando imaginariamente el conjunto de la obra de Cabrerita – para lo que nos ayudan las reproducciones aparecidas en los dos afiches de Paris, una de 1946 y otra de 1984- puede observarse la diferencia que hay entre la producción de una época y la de la otra, la distinta manera de concebirla.

La primera etapa de su obra sugiere una subjetividad estructurada, con un intenso trabajo técnico y expresivo, así como un fuerte control del material, mientras que en la última por el contrario, nos impresiona una subjetividad diluida, difusa, sin límites precisos, algo inasible, aunque siempre inquietante.

Hay diferencias y continuidad o permanencia; no podemos sin embargo hablar de temporalidad, el argumento de las acuarelas es casi siempre el mismo: la imagen de una niña sola o en contexto cuyo centro es la mirada. La persistencia de esta imagen, aún con sus variantes, nos hace pensar en una única posibilidad expresiva: Cabrerita parece capturado en ella.

Cabrerita y Esther, o “las niñas que veo pasar por ahí”, porque el nombre de Esther ya no significa nada para él, no sabe a quién se refiere, no la recuerda conscientemente, es poesía dice, nos muestran la adhesión a través de los años a una figura del pasado, que en su mundo expresivo se convierte en una única temática. A las niñas que ve pasar por ahí, se entraman las huellas y el trazo de aquella mirada-imagen anterior, que a su vez quizás nos remita a la ausencia de la mirada materna configuradora de la propia imagen.

Esther quedó fijada, no en la memoria consiente, fallante en el recuerdo, sino que fue captada, capturada inconscientemente y convertida en sostén, asidero o amarra vital, inscripción identificatoria imaginaria en la que, Cabrerita artista ha quedado fascinado, detenido, Cabrerita no puede sino repetirla y repetirse poniéndola en acto, pintándola como recurso de afirmación sublimatoria de la acción desintegradora de la pulsión de muerte, para nuestra mirada de público.

Así, Cabrerita nos dice de sí, sin él saberlo, mucho más que sus escuetas palabras y su mirada pendiente y evasiva.


[1] Trabajo publicado en la Revista “Temas de Psicoanálisis”, Número 20. Asociación Psicoanalítica del Uruguay. Montevideo, Diciembre, 1993.

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