Revista #1 - Locura | 5 agosto, 2016
Leyendo a Haruki Murakami
por Juan Carlos Capo

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Una muchacha de veinte años, Naoko, ha perdido a su novio, Kizuki, quien se ha suicidado; entonces ella le escribe a Watanabe, amigo de ambos, quien narra de forma muy alusiva la muerte de Kizuki y el dolor de Naoko. Ella le dice que no encuentra las palabras, de que hay un pozo en su vida,  en las cercanías, pero que no es real, aunque hay que andarse con cuidado, porque pueden caer en él. El fragmento transcrito corresponde a un periodo de internación de Naoko, consecuencia de su tristeza por la pérdida de Kizuki.  Watanabe  lee una y otra vez la carta que Naoko le escribe desde la internación. El hecho —la muerte de un amor, de una amistad— la forma de pensar y sentir de los agonistas —del que la carta de Naoko ofrece parcial testimonio— ocurrió alrededor de los años sesenta, en Tokio, cuando se oía con frecuencia música de los Beatles, y el narrador recuerda especialmente esta canción: Norwegian Wood.

“Hace casi cuatro meses que estoy aquí. En estos cuatro meses he pensado mucho en ti. Y he visto claro que te he tratado injustamente. Debería haber sido mejor persona contigo, haberte tratado con justicia. Pero esta manera de pensar quizá no sea la normal. Para empezar, las chicas de mi edad no usan la palabra “justicia”. A ellas les resulta indiferente que las cosas sean justas o injustas. A la mayoría, más que el hecho de que las cosas sean justas o injustas, les preocupa que sean bonitas, o cómo ser felices. La “justicia” tiene un carácter masculino. (…)

“No tengo claro que esta manera de analizar las cosas simplifique el mundo. (…)

“Al parecer, lo que yo necesitaba era esto: aire puro,  un lugar tranquilo y apartado del mundo, una vida ordenada, ejercicio diario. ¡Es magnífico ser capaz de escribirle a alguien! Sentir que quieres comunicarle tus pensamientos, sentarte a la mesa, coger una pluma y escribir unas líneas me parece algo maravilloso. (…) Solo por tener ganas de escribirle a alguien ya me siento feliz. (…) Puesto que aquí al caer la noche  no hay nada que hacer, todos se han convertido en expertos. Saben mucho de flores, de pájaros, de insectos. (…) “Juego al tenis y al baloncesto. Los equipos están compuestos por una mezcla de pacientes (palabra odiosa, pero no hay otra) y de personal de la plantilla. (…) Durante el juego, cuando miro a mi alrededor dejo de discernir quién es quién y todos me parecen deformados.

“Un día se lo dije a mi médico y me respondió que mi impresión era, en cierto modo, correcta. Me explicó que no estamos aquí para corregir nuestras deformaciones, sino para acostumbrarnos a ellas. Afirmó que uno de nuestros problemas es la incapacidad de reconocerlas y aceptarlas. Y que, al igual que todos los seres humanos, tenemos un modo peculiar de andar, de sentir, de pensar y de ver las cosas, y que, por más que intentemos corregirlas, jamás lo conseguiremos.

(…)

“Tal vez somos incapaces de adaptarnos a nuestras deformidades. Y, por lo tanto, posiblemente no podamos aceptar el dolor y el sufrimiento reales que provocan. Estamos aquí para huir de todo ello. Mientras nos quedemos aquí, no haremos sufrir a los demás ni los demás nos harán sufrir a nosotros. Porque todos nosotros sabemos que  “estamos deformados”. (…) Vivimos en silencio para no herirnos los unos a los otros.

(…)

“El problema de esta institución es que una vez dentro ya no quieres salir. Quizá todos tememos irnos. Aquí nos sentimos tranquilos y en paz con nosotros mismos. Nuestras deformaciones parecen naturales. Sentimos que estamos recuperados. Pero no tenemos la certeza de que el mundo exterior nos acepte.

No tengo claro que esta manera de analizar las cosas simplifique el mundo. (…)

“Mi médico dice que ya ha llegado el momento de que inicie los contactos con personas de fuera. Las personas “de fuera” son gente normal, del mundo normal, aunque yo solo recuerdo tu cara. Por alguna razón no me apetece demasiado ver a mis padres. Están tan preocupados por mí que verlos y hablar con ellos hace que me sienta miserable.

(…)

“En esta institución, a diferencia de los hospitales, las horas de visita son libres. Con que llames el día antes, podrás verme siempre que quieras. También podrás comer conmigo, o incluso alojarte aquí. Ven a visitarme cuando puedas. Tengo muchas ganas de verte.”

[Watanabe escribe entonces]:

“Leí la carta desde el principio una segunda vez. (…) Me senté a la mesa, me quedé unos instantes contemplando el sobre. En el remite ponía ‘Residencia Ami’. Era un nombre extraño. Tras darle vueltas al nombre unos cinco o seis minutos, decidí que tal vez venía de la palabra francesa ami, es decir, “amigo”.

(El fragmento transcrito es una muestra muy incompleta del estilo— opresivo, leve, incisivo— de Haruki Murakami, renombrado narrador japonés contemporáneo; y corresponde a su novela Tokio Blues-Norwegian Wood [1987].)

(Presentación y selección  para Temas de Psicoanálisis, nueva época, de Juan Carlos Capo)

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