The bear
The Bear es una experiencia. Un torbellino que, a ritmo vertiginoso, deja al espectador aturdido, acelerado, desbordado. Es demasiado. Demasiados gritos, demasiados actos,demasiadas imágenes… Y justamente, es en ese exceso donde reside gran parte de su atractivo. Un exceso que, evidentemente, decanta a lo largo de los sucesivos episodios, aunque nunca por completo, porque rápidamente todo puede volver a estar al borde del colapso, del estallido, del fracaso estrepitoso, del quiebre.
La velocidad es desenfrenada, por momentos con secuencias sin cortes ni lugar para apartar la mirada o soltar el aliento: “Cada segundo cuenta” es el axioma que proviene, legitimado, desde los restaurantes premiados y la cocina es una gestión del caos en la que los actos se suceden y los respetuosos y mecánicos “sí Chef” se superponen con los gritos, los comandos y los insultos. Sin embargo, de golpe la velocidad se interrumpe y da lugar a un tiempo fuera del tiempo; momentos profundamente conmovedores, a veces en primer plano, de diálogos a “escala humana”, en los que se van mostrando las historias mínimas de cada uno de los protagonistas.
Como dice la sinopsis: “Carmy, un joven chef de alta cocina, vuelve a su casa, en Chicago, para dirigir la casa de bocadillos Italian beef de su familia, después del suicidio de su hermano. Mientras lucha por transformar el lugar y a sí mismo, trabaja junto a un equipo que al final se revela como su familia elegida.”
Carmy se propone el desafío de reflotar, a modo de la clásica épica americana, un lugar de sándwiches, anacrónico y en ruinas, para hacer de él un restaurante de alta cocina (es interesante el dato de que el interior del restaurante se basa en la tienda real de Chicago Mr. Beef y que el creador era cliente habitual y amigo del hijo del dueño). Sin embargo, la serie va mucho más allá del conocido exitismo hollywoodense y deja en el camino muchos puntos sin cerrar, heridas que todavía duelen, enigmas que persisten y una obstinada mostración de la imposibilidad de un todo, del agujero de la insatisfacción, de lo posible pero también lo imposible en las gestiones y relaciones humanas.
Ocupar el lugar del muerto, renunciar a una carrera personal de triunfo y ascenso para retornar al lugar familiar, ¿un infierno endogámico del que no es posible apartarse o la posibilidad de la reparación y de generar algo nuevo con la propia historia? ¿Cómo hacer con el mandato a apropiarse de lo heredado, del que hablaba Freud? ¿Es éste el testimonio de un fracaso o de un éxito?.
En el restaurante los personajes parecen recuperar algo de sí que parecía perdido para siempre, pero las roturas y cicatrices familiares siguen allí, como se muestra en el impresionante episodio del flash back a la cena de acción de gracias, con actores invitados y actuaciones “bestiales”, como las Jamee Lee Curtis, Sarah Paulson y Bob Odenkirk, conocido por Better call Saul.
Carmy, a quien se ha comparado con un taciturno Dustin Hoffman, se mueve con una efectividad magnética en la cocina y logra generar momentos de una proximidad cálida con los otros personajes y con el espectador, en el trasfondo de la tristeza insondable que persiste en su mirada. Todos los personajes están algo rotos y son exponentes de un sistema obsoleto en la gastronomía; son herederos de un renombre del que sólo queda el título, como el irritante primo Ritchie. Pero a la vez, van cobrando espesor, mostrando matices y ganando el cariño del espectador, en un guion inteligente, que no cae en lugares comunes ni histeriqueos sentimentaloides, con un intenso humor agridulce,que se combina con la propuesta culinaria, en imágenes de una fineza estética sumamente disfrutable.
Un timming exactamente opuesto al de Nada (Brandoni), otra muy buena serie que maneja el tema de la gastronomía y que, coincidentemente, se puede ver en este tiempo en Star + .
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