Pluritemática - 19 marzo, 2019
El largo brazo de Stalin
por Juan Carlos Capo

Cold-War-Pawlikowski

Es una crónica de amor, partida al medio, que toma a Zula, rubia y agreste campesina, bailarina y soprano, y Wiktor, pianista, quien la descubre y ambos despliegan el amor, por los años cincuenta, en Varsovia. Pianista él, bailarina ella, cuando la guerra ha terminado, pero esta pequeña historia recién ha comenzado y aun no ha cesado de hacer sentir sus efectos, entre ensayos de danzas folklóricas campesinas inmemoriales, y el hecho nuevo es la intromisión en el mundo de los músicos de un jerarca oficial que hace puntuales adendas políticas ineludibles.

El flamante comisario subraya “los bailes de otros tiempos”, pero añade: que…”hay demasiado folklore en esas danzas, ¿no crees?” “Hay que mostrar los planes agrícolas,  los tiempos cambian. Vamos”. Y el espectador disfruta de simétricas coreografías sencillas  y hermosas, coronadas por versos de breves canciones que acompañan la fiesta, solo en apariencia, porque en el fondo, ahora, hay más acrimonia que  alegría.

El poder, como una sombra, sigue a Zula y Wiktor, y las secuelas del agobio no demoran en hacerse sentir, ante la puntual presencia del centralismo, que esparce sombras vigilantes, y el Comisario cultural  pone nueva letra, en heridas morales (como abuso del poder) , y hasta físicas, como una pequeña lepra, que se ahonda fétida, en la piel del miedo, ahora en las manos de Wiktor, quien no podrá tocar más —con su teclado dejado a un lado y sus dedos baldados— las notas musicales que se oyen en  París,  Sicilia,  Yugoslavia, Varsovia, otra vez. Entre tanto, en contraste, los ensayos continúan, sobre pisos de madera que retumban, con el alborozo de las danzas, y los años se deslizan, en paisajes colmados de penuria e incertidumbre.

Todo lo que el film muestra es moroso, lento, opresivo, como una sinfonía tocada “como muriendo”, (como lo hacía Shostakóvich, que componía y anotaba en sus partituras, “como muriendo”, por aquellos años, cuando él también sostenía interminables conversaciones con el poder). Todo es a mínima, en blanco y negro. “Polonia no era muy colorida, por entonces” ha declarado su director, conocido por otro memorable film: “Ida”, una muchacha empujada por el deseo de entrar a un convento.

La parada, que no es triunfal, se despliega por la postergada llegada de la pareja a Varsovia, destino final, tal vez, que los aguarda implacable, luego de haber atravesado las variadas músicas de época, según han pasado los años, y los diversos ritmos musicales han aparecido y se han extinguido, desde las décadas de fines de los cuarenta, hasta mediados de los sesentas, bajo la efigie de Stalin, fondeada en paredes y escenarios, presidiendo el espectáculo detrás de los coros.

La nomenklatura no ha dejado de hurgar entre Zula y Wiktor, con  sombrías ingerencias en su existir peregrino, con el avatar de una “protección”, que se pierde como agua entre los dedos, con una horadante y minúscula destrucción, que se deja ver en la reclusión y presión sobre Wiktor y sobre Zula, “te estoy delatando”, le dice ella, en idílica toma, entre las espigas de un prado.

Wiktor no ha de poder tocar mas, padecerá reclusión, con su otrora bella cabeza, ahora hecha una crisma rasurada al rape, y Zula jura que lo habrá de liberar de la prisión. El precio será el ludibrio carnal furtivo y consentido, y una nueva criatura descenderá entre Zula y Wiktor, como un pequeño ángel ajeno, y quizá no tan sorprendente.

Sobre el fin de la historia, Zula y Wiktor proceden a casarse, ellos solos, oficiantes y esponsales, en una iglesia abandonada—Polonia es un país católico, (y antisemita también, aunque “a medias”, la verdad debe ser proferida) pero supo luchar contra el nazismo, como también resistió, con inteligencia y coraje, al “socialismo real”—.

Estas errantes vidas peregrinas, unidas por el amor, el espanto de la guerra y las presiones del poder y la tortura, han curtido la necesidad de que es preciso subsistir, y ceder un lugar, una tibieza compartida, en el sitio de amor de la pareja.

Los amantes se sientan en una plaza desierta y nevada. Entre ellos se preguntan: “Ven, vamos a tener una vista desde el otro lado”.

Quizá sea una invitación, quizá sea un  lacónico anuncio final, un  discreto aviso de una segunda muerte.

 

“Cold War”. Polonia, Francia, Reino Unido. 2018. Dir.: Pawel Pawlikowski. Con Joanna Kulig, Tomasz Kot, Agata Kulesza

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