Pluritemática - 20 septiembre, 2021
Humano, más que Humano.
por Irene Macek

Ortega. Democresía

Friederich Nietzsche con su inquietante y perturbadora obra, tuvo una repercusión que aún llega a nuestros días. Su legado es inabarcable, dado que nos encontramos con un polifacético hombre: filósofo, poeta, músico, filólogo; que recibió su formación de varias fuentes, aunque las más destacables son, la de Shopenhauer y los latinos, especialmente Horacio.

Si bien conocía a los griegos, sólo manifestaba interés por Sócrates –a quien mencionaba como hombre muy feo- y coincidía en un punto común: el valor de la danza.

El pensamiento de Nietzsche está sustentado en la “voluntad de poder”, en el empuje que se necesita para crear, y para ello hay que unir fuerza y deseo. Sostiene que el hombre es egoísta, aunque esto no significa un rasgo malo, puesto que debe hacerse cargo de su vida, sin depender de los otros. Mencionaba que, se vivía en un sistema decadente y esto debía ser superado para llegar al “Superhombre”. Entre los atributos que traería esta nueva entidad, estaría la anulación de las religiones y sus creencias, ya que los valores morales tendrían otros códigos.

No se puede excluir la ebullición intelectual en el Occidente de esa época, el cuestionamiento al ser humano y las diferentes concepciones del pensamiento. Entre las múltiples manifestaciones liberales, Oscar Wilde hizo la siguiente reflexión: “La única manera de librarse de la tentación es caer en ella”. (El retrato de Dorian Gray).

La significación de la danza.

Nietzsche, en sus primeros escritos utilizó la danza como enunciado estético. En ella encontraba levedad y ligereza espiritual, además del brío y la esencia dionisíaca. Este simbolismo muy presente en sus obras, es un modo de revalorizar el cuerpo.

Por otra parte, ayuda a entender su visión acerca de Dionisio, el espíritu libre, el coro, el sátiro, y específicamente su obra: “Así habló Zaratustra”, novela filosófica, para todos y para nadie.

Nietzsche fue muy crítico de su tiempo, especialmente de la rigidez de sus compatriotas, que actuaban bajo el coercitivo lema: “hacer lo que se debe” y esto era un acicate para su nihilismo, ya que consideraba “grave y pesado” estar sometido.

En sus textos asegura que, sólo un bailarín puede librarse de este asfixiante fundamentalismo para el espíritu y le puede abrir las puertas a su concepción de “Superhombre”; ya que la danza le proporciona una atmósfera sutil y ágil, como para sentir libertad sobre todo el universo. La energía de la danza hace conocer, a quien la ejecuta, el éxtasis, la virtud y la embriaguez de la vida, estando en permanente diálogo con el cuerpo.

Bailar, y especialmente el ballet para occidente, es un arte de gran exigencia y rigor, donde rigen las leyes de la física, la anatomía y la fisiología, que de algún modo encadenan a la masa muscular y corpórea. Esta a su vez, debe integrar armónicamente lo espacial y temporal -conseguir el ritmo- relacionarla a través de su propio lenguaje, con el pensamiento, la alegoría o la metáfora.

Por esta razón para Nietzsche, la danza es la vida; con movimientos que impregnan el físico de la persona, de tal modo, que ya no es un sujeto, no es un bailarín, es “una obra de arte”. Esta situación se realiza al transfigurarse, al penetrar en otro cuerpo sin dejar el propio; es el estado de glorificación, para que la materia baile y el espíritu vuele como un pájaro.

Para ello, es necesario estar por encima de las cosas, donde no pesan, con la cabeza y el corazón en alto, la mirada arriba del horizonte, los oídos en los pies, que guiarán a sostener los huesos y a soltar las articulaciones en un gesto, y más precisamente en un pensamiento puro.

La expresión dionisíaca.

Para los griegos el espíritu dionisíaco se jugaba en tres vertientes: la danza, la música y la poesía; que en todos los casos era considerado, como una “alteración” de la persona ejecutante. Se estima así, que la bella apariencia del bailarín, con su fuerza y creatividad, puede transgredir y trascender a lo más profundo. Y es ahí donde confluye con el dios Dionisio, cuyo lenguaje es la danza, la muerte y la transformación; a la que pertenece el sátiro, quien martillea el suelo con sus extremidades inferiores para tratar de alcanzar el cielo.

En Sócrates, con su racionalidad filosófica, la danza era una pauta de virtud y la esencia de sus enseñanzas. Además, sugiere -pese a que la cultivó a edad avanzada durante las mañanas-que la danza otorga salud y simetría al cuerpo. En otro orden, manifestaba, que puede acercar y unir a dos opuestos, como sería: Apolo y Dionisio, ejemplos citados de el Orden y el Caos.

Para Nietzsche, el centro de su filosofía y de su espiritualidad, se encuentra en el entusiasmo por las expresiones dionisíacas y las metáforas sobre la danza.

La diferencia está, en que Sócrates adjudica al cuerpo, la manera de integrar el Todo, el universo; mientras que, en Nietzsche, el pensamiento se integra a un Todo, a un universo circular y cerrado, sin principio ni fin, puesto que, para él transcurre el mundo dionisíaco entre la autocreación y la autodestrucción. (El eterno retorno).

La filosofía de Sócrates y la de Nietzsche, si bien son arquetipos diferentes, apuntan a convertirse en Dios y a separar el cuerpo del alma por caminos distintos, pero con un núcleo común: la danza.

La Música.

Si bien la música en lo que se refiere a Nietzsche, merece un tratamiento aparte no se puede dejar de mencionar, puesto que él la consideraba como integrante de “su” Santa Trinidad. Por cierto, que, para el hijo de un pastor protestante, se trataba de una trinidad muy subjetiva, ya que era: el canto, la música y la danza. La diferencia mayor que destaca Nietzsche, entre estas tres expresiones, es que el canto se vale de la palabra, cuyo misterio está en dónde y cómo se aplica. En cuanto a la música, puede transportar a un mundo espiritual, sólo a través de nuestros sentidos; mientras que en la danza participa el cuerpo como un himno a la vida, dado que bailar es la alegría de vivir. Se asciende a las alturas a través del pie, que aprende antes que el espíritu. El universo se une, con un dedo del pie sobre la tierra y la cabeza del danzante en el cosmos.

Así, la danza y la música actuarían en una especie de comunión, que ofrecería un servicio divino al filósofo, y lo llevaría a plantear: “Una vida sin música sería un error”, pero su ideal iría más allá, puesto que él, en la levedad de la danza, encontraba la existencia de la verdad. No deja de ser una concepción compleja, laberíntica y trágica, sobre la existencia. Expresada a través de hermosas metáforas, une la música y la danza, además de considerar: “Un día perdido, si en él no hemos bailado por lo menos una vez”.

Cabe señalar, que los griegos pensaban que la música debe instalarse en el cuerpo para hacerlo vibrar, “hablar” y que la respuesta va a estar a través de la danza, donde el bailarín adquiere alas por el movimiento y este llegará a los pensamientos, al espíritu, a la virtud.

De esta forma, se usa el cuerpo como un vehículo expresivo y se restituye la música a su lugar de origen, mientras el lenguaje de la danza abarca la “simbología del cuerpo”.

Trascender… superación e influencias.

Cuando se trata de separar a Nietzsche de sus teorías y se piensa en él como hombre, un ateo, tímido e inseguro, (que declaraba acerca de su frondoso bigote, como la necesidad de utilizarlo de barrera frente a su interlocutor) aparece la enigmática y azarosa relación con Wagner, donde sus enfrentamientos fueron el motor, que llevó a la peculiaridad de algunas obras de ambos.

En el caso de Nietzsche e Isadora Duncan –tal vez por el vínculo con las enseñanzas de Shopenhauer- ellos aseguran que el lugar de la danza, no es otro que el de “las cosas supremas”, donde la voluntad accede al “eterno retorno” (germen del que Freud tomó, como “la repetición” en el hombre).

Si bien Isadora Duncan, lo asocia con un giro hacia la naturaleza –ella sigue a Shopenhauer, cree que la voluntad es la esencia de la vida– la diferencia radica, en que Nietzsche sostiene que, quien danza desea trascender, superarse a sí mismo, ser el eslabón entre el cielo y la tierra, atravesar el aire como el viento, para estar “Más allá del bien y del mal”. (1)

La observación de Isadora Duncan, es un tanto rígida y estática; mientras que, en Nietzsche cobra una dimensión simbólica, un lenguaje metafísico. El filósofo dice, a través de Zaratustra, que la palabra encasilla, encajona el pensamiento; no posee la condición de arte efímero de la danza, con su fugacidad e iluminación. Él no duda en afirmar, que la humanidad debe danzar, para aprender a volar y tener una armonía espiritual, que llegue a un alcance “casi” divino. Sugiere que se baile siempre, no sólo con los pies, sino con las palabras, ya sean verbales o escritas, para evitar que se petrifiquen.

En “Así habló Zaratustra”, queda claro, que este personaje viene a enseñar la esencia de la filosofía nietzschiana; y para obtenerla, el hombre debe saber jugar, reír y bailar, condiciones que pueden coexistir en la danza. A través del baile de Zaratustra, el filósofo quiere aceptar la vida con su cuota de magia, placer y dolor, que emerge de un medio caótico. (Es la gran diferencia con Hegel, que apunta a la utopía del bien supremo, sin tener una nefasta contrapartida).

Para Nietzsche la danza deja una visión diferente, con otros matices, encuentra lo oscuro, lo oculto de la realidad y las fantasías. Se trata de un desafío cotidiano, donde el movimiento exige desplegarse y expandirse. Es una forma de señalar, la decadencia de Occidente; que se le atribuye a Platón y de alguna forma a la Modernidad, ya que trae consigo, indicios de sometimiento y desesperanza.

Zaratustra, no es más que el modelo del hombre libre, que llega a ello por sus piruetas, que lo diferencia de los hombres que aún llevan los “pies y corazones pesados”.

No obstante, pese a la concepción del Superhombre, en Nietzsche hay una nota de pesimismo, cuando manifiesta: “Dios ha muerto”. Es Heidegger que interpreta -no sólo por esta frase- que Nietzsche buscaba fervientemente a Dios. Aunque él no aceptaba la deidad que le enseñaron, dado que la veía agonizar dentro de la moralina cristiana. Y así, en su búsqueda, pone en boca de –quién podría ser su alter ego- Zaratustra: “Yo sólo podría creer en un dios que supiera bailar”.

Nietzsche fue un defensor de la vida, sabía que no estaba exenta de contradicciones, por esta razón, necesitaba un dios más arcaico y libre, capaz de conocer el éxtasis, para descifrar el instinto y la creatividad humana.

 

 

  • Texto donde cuestiona la pasiva moral judeo-cristiana.
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