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Sesenta kilómetros de carros de guerra, rumbo a Ucrania, comandados por un bucanero de estas horas, de estos días, ex-jefe de la KGB,Vladimir Putin, colega de otro sujeto infame, como Donald Trump, que no duda en elogiarlo, pasarle datos, que pueden beneficiar sus intrigas de conquista, aun al precio de hacerle una zancadilla a una colega de su propio país. Estos traidores no se andan con chiquitas.
Los valores que podían sustentar no son espirituales ni científicos, ni ideológicos, ni aun los códigos de la guerra y los códigos de los guerreros, se les puede ofrecer para que se pongan. Uno atacó al Congreso de su propio país, para no reconocer que había sido derrotado electoralmente, en democrática contienda.
Vladimir Putin parece revivir un espíritu de poder implacable y vesánico, que no trepida omnímodamente en no-negociar, aduce un propósito honorable y embustero de “desnazificación” con que encubrir este juego maquiavélico que trascienden sus comarcas y se extiende la sangre y el barro con la que salpica ominosamente a todo el globo. Lo hace matando, condenando a exilio forzado a millones de hombres, mujeres y niños y arruinando la economía mundial. Persigue el propósito de adueñarse de un país, con una política de expansión territorial, como la que llevó adelante Hitler y su política de anexión, blitzkrieg (“guerra relámpago”) y sepultamiento en el abismo de su locura criminal.
Las letras más tenebrosas que escribió Shakespeare por los crímenes de Macbeth y otros monarcas locos y criminales de sus tragedias son el marco adecuado para calibrar al tirano despótico de Rusia, en estas horas de caos y muerte que lleva adelante este loco criminal en su empeño infernal de abominable vileza.
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