Pluritemática - 4 marzo, 2021
Memorias de cine: Serguéi Eisenstein: un creador monumental
por Juan Carlos Capo

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Un pasado montevideano tan plácido como las penillanuras del país y las ciudades apacibles  de la capital y el campo, hechas de de casas bajas y barriadas mayormente tranquilas, sacudidas ocasionalmente los fines de semana, por los triunfos futbolísticas prestaban adecuado marco para un público estudiantil,  del que yo formaba parte, en los albores de los años sesenta, aprestándome a continuar la asistencia en mis “cursos de vida”, que consistían en seguir yendo a ver cine, aunque ahora en otros circuitos : ellos eran: Cine Universitario, Cine Club, después vendría Cinemateca; lugares donde los rituales paganos permitidos, fueron segundos y terceros actos de mi educación sentimental.

 Y ella consistía en la concurrencia no solo al régimen continuado de las salas de estreno del Centro, sino también a formar parte de un público silencioso, respetuoso, que se aprestaba a ver un cine minoritario, complejo y muy rico en nuevo estilo, lírico y crudo en sus historias de poder, de intrigas de corte,  de fuego y de sangre, si pensamos en los films de Serguéi Eisenstein, (1898-1948, n. en Riga, Letonia) o  en  films largos, franceses, italianos, polacos, y otros films soviéticos   impregnados de esplendorosas novedades, sobre todo los últimos que venían de la mano de teóricos del cine de la URSS: Lev Kuleshov, autor de un libro sobre el montaje, y realizadores como Vsevolod Pudovkin (“La madre”, 1926), Dziga Vertov innovador en el uso de la cámara, llamada en francés càmera-stylo. Y presidiendo ese cúmulo de realizadores, resplandecía “el muchacho de Riga”, el gran Serguéi Eisenstein,  judío, creador del montaje- shock, gran caricaturista y dibujante de cómics en su niñez y adolescencia, bocetista y dibujante de las secuencias de casi todos sus films, fieles testimonios  de su facundia creadora. Alguno de nosotros había oído y lo contó: que Serguéi había declarado que él podría trasponer “El Capital” de Karl Marx, a su magistral estilo de cine, alusivo, monumental, donde reinaba el corte, el montaje-shock, y las tomas majestuosas de vastas  planicies y  distantes horizontes de la gran Rusia, y contra este fondo, resaltaban las siluetas de  impresionantes monarcas, ora liberador como Alejandro Nevsky ora zar unificador como  Iván, conocido como “el terrible”. Eisenstein también perseguía, como Wagner, el sueño de la “obra completa”, aquella summa total con la que el creador sueña, así Serguéi incursionó en el teatro, en la ópera, se animó con “La Walkiria” de Wagner, el resultado fue fallido, pero el cine era lo que lo atraía más y daría respuesta a su inquietud.  Serguéi era tímido, abstraído, solitario, estudioso, el fracaso y consiguiente divorcio de sus padres fue un real traumatismo, que operó de modo inolvidable en su temperamento sensible; intentó hacer estudios de ingeniería, pero pronto se le reveló su vocación cinematográfica  sin más dudas, ya en su juventud, y el éxito lo empezaría a acompañar cuando realizó su primera  realización en 1925, “El Acorazado Potemkin”,  en la que pudo plasmar sus ideas sobre el montaje, el ritmo, el protagonismo de las masas, que hacían pendant con el inédito experimento social que se llevaba a cabo en la Unión Soviética. Son inolvidables los cañones apuntando amenazadores a fastuosas residencias con imponentes esculturas que pronto habrían de caer derrocadas por los  implacables y certeros cañonazos, dirigidos contra ellas, con pericia y con justicia. Las retinas no olvidan el descenso regimentado de los fusileros en la escalinata de Odessa, apuntando y tirando sobre la multitud; y contrastando, los rostros aterrados, filmados aisladamente, o una bota pisando un cuerpo, o un carrito de niño, librado a su suerte y bajando, en inaudible trepidar los escalones, escena que mereció el homenaje de Brian de Palma, en “Los intocables”.

El protagonismo en los dibujos era tomado por el grafo del  realizador, captando los rasgos familiares de rostros de seres queridos y odiados, imponentes, majestuosos, impositivos, inspirados en sus propios   padres, o en maestros, directores, que influyeron en su temprana juventud, y ese tono grotesco y cruel de sus caricaturas, tomados de la Comedia del Arte italiana, se nutría, y empezó a forjar un estilo, una forma, un ritmo, un tono elegíaco, hecho de herramientas y mensajes monumentales y universalistas,  que tejían su trama más con las imágenes que con las letras: los campos de la intriga y de la guerra, a favor de las masas desposeídas, ya fueran los débiles contra los poderosos, cifra del film sobre “El Acorazado”, como los films que siguieron: “La Huelga”, (1925, relato del levantamiento obrero en una fábrica), “Octubre” (1926), que reproducía el levantamiento y toma del Palacio de Invierno. Reconocido y hasta venerado por el régimen, en ese entonces, Eisenstein fue merecedor del premio Stalin, luego el premio Lenin.

Vinieron otros films en que se acentuaba otro protagonismo, no el de las masas, sino el de los nuevos héroes, los campesinos y sus sueños y a esa acción Eisenstein rindió homenaje con aquel hermoso film, “La línea general” “Lo viejo y lo nuevo” (1929) el entorno era más apacible, el paisaje era otro, aparecía un vehículo con la marca “Ford” bien visible en el capot del tractor, era el sueño nuevo de la nueva realidad, plasmada en el sueño de una campesina con rasgos faciales de indesmentible alegría en plácido dormir, acompañado de imágenes oníricas, donde se enfocaban gigantescos tachos de leche, que se alineaban en forma  masiva, esplendorosa, abundante. (Tan fue esto así que productores suizos buscaron a Eisenstein para realizar un film publicitario sobre la producción láctea). Le tocó el turno al homenaje debido a Iván, el monarca, ese lugar lo ocupaba el actor Nikolai Cherkasov,  jugaba la aparición magna y feroz de “Ivan el terrible”, (1944. Parte 1) y lo reafirmaba el gran actor al proferir con dureza su parlamento: “Seré terrible”, de aquel monarca unificador de Rusia,  que tuvo luego que librarse de los intrigantes que anhelaban su poder en “Ivan el terrible”, (Parte 2. “La Conspiración de los boyardos”, 1958) . ( A Eisenstein no le era ajeno el cine de este lado occidental y viajó a Francia, a Londres, hasta encallar al fin en Hollywood. Sus amistades en Occidente eran; su admirado David W. Griffith, (quien se hacía enérgicas autocríticas por lo que había filmado), Joseph von Sternberg, grande, siempre como disminuido en su ser, pero gran realizador,  junto a Marlene Dietrich, quizá su actriz preferida. Y otros nombres que saltan a la memoria son los de Charles Chaplin, Douglas Fairbanks y Mary Pickford, (fue célebre su film, “Los peligros de Paulina” y de este trío actoral, surgiría la compañía “Artistas Unidos”, para dar batalla a los magnates de la producción hollywoodense, en la interminable y permanente lucha entre el entretenimiento y el llamado a un pensamiento estético y social, que no cediera en su acopio de granulado civilizatorio). Justamente esto abundaba en la inspiración fecunda de Eisenstein,  su talento se volcaba en maravillas, nada le era indiferente, se interesó por Freud, él tenía en el trasfondo de su ser una opresora conflictividad sexual,  seguramente eso hizo que conociera a Freud, a Einstein, al escritor norteamericano Upton Sinclair, de predicamento anticapitalista, pero que fue principal hacedor en contribuir a la destrucción de una segura obra maestra que llevaría por título “Que viva México” (1979). Interrumpido este proceso, el soberbio material filmado, que pintaba el folklore de México, la lucha de los campesinos, que corrían la suerte de ser apresados y enterrados vivos en el desierto por los grandes hacendados torturadores y asesinos, dejando solo sus cabezas al sol, para que los galopes de los caballos partieran en recurrentes cabalgatas sobre los cráneos de aquellos desgraciados. Mary Seaton montó los restos de celuloide que quedaron del frustrado proyecto, y que nutrieron hasta films de Tarzán, y aun persiste la hermosura en el rescate operado por Mary Seaton en los pedazos sobrantes de “Que viva México”.

El realizador construye su estatua de creador con sus imágenes espléndidas, sus magnas historias, plenas de hermosa poesía de sesgo épico, siempre con su fotógrafo fiel Edouard Tisse, haciendo films que trascienden al  régimen, se elevan en grandiosidad, lirismo, monumentalismo.

Eisenstein ha sido un hito inmortal del cine, con el tema del protagonismo colectivo de las masas, bajo su mano y su talento o su atención a las grandes personalidades rusas, un realizador que no temía mostrar las imágenes más crueles, un caballo colgando de un puente, en “Octubre”,  la matanza en las escalinatas de Odessa, la batalla contra los invasores teutónicos de tenebrosa apariencia con aquellos cascos ranurados y sus envolturas en capas mortíferas y blancas, marcadas por cruces, en Alejandro Nevsky. (1938), y el film mostraba  a los guerreros invasores, cabalgando sobre un lago helado, cuya superficie se quebraba y caían en las aguas los caballeros teutónicos, y sus amplias capas obraban  como últimas mortajas a su desaparición bajo las aguas.

Luego del fracaso del film sobre México, la estrella de Serguéi empezó a declinar. Eisenstein fue amigo del poeta Maiakovski, a quien el régimen no lo dejó pasar, primero fue la censura, luego advino la muerte. Serguéi fue amigo del músico Prokofiev que  le puso una música hermosa a Alejandro Nevsky, y esa complicidad de imagen, montaje, ritmo, música, se enriquecería pronto con el color. No tuvo suerte con su último film “El prado de Bezhtin”, (1937) que corrió la suerte de la censura del régimen.

 Serguéi Eisenstein murió oscuramente dando clases de cine, en Moscú, en 1948, conviviendo pacíficamente con un régimen al que elevó en el arte del cine como nadie, y él fue proclamado universalmente como un maestro insigne  junto a sus admirados Griffith y Chaplin.

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