M. Johnson
En estos días que comienza el otoño, Michel Johnson joven cubano, fotógrafo y poeta acaba de visitar Montevideo e inaugurar una exposición de su obra en la Fotogalería del Teatro Solís, auspiciada por el CIDDAE-espacio dirigido por Marcelo Sienra- que se podrá visitar hasta el mes de julio próximo. Destaca en el temperamento del joven visitante, una frescura y alegría contagiosa, una madura firmeza como creador, en su mirada artística como fotógrafo.
Su obra, La torre de marfil, muestra la apertura y el florecer de sus condiciones artísticas.
Johnson confiesa que siente la fotografía, no como una realidad, sino como un allegamiento nuevo, donde su ojo y su mirada encuentran la revelación, lo impensable, el asombro. Así, en bailarines despojados de vestiduras, él penetra en el mundo nudo y desnudo de los valles corpóreos, que capta con su lente, en un click impensado y justo. Es la belleza que se descubre y puede esconderse, como el fugaz resplandor de un crepúsculo. Como si fuera un momento final, de lógica conclusión a la que hay que tomar de prisa.
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Su actitud como creador en el campo de la poesía lo han hecho buscar en los ricos ancestros de la frase poética, de la métrica, de la estrofa y letra cubana, en su sonoridad sincrética y afro de un Nicolás Guillén, a quien admira (Versos de Sóngoro Cosongo y El Son Entero, ilustran sus afirmaciones).
No desconoce Johnson a los gigantes de este Santuario poético cubano: Lezama Lima, con su obesidad, su ancha vena poética, su homosexualidad, su necesidad de aire y exilio. Se alude a “Paradiso” la obra mayor de Lezama. Este joven no puede omitir otros nombres, como la autoridad de Roberto Fernández Retamar, en su poesía, en sus límpidos ensayos, en su intacta lucidez a pesar de su declinación física. Destaca conmovido la sentencia del autor, a quien le gustaba repetir: “Ud tiene razón (…) somos hombres de una generación en transición”.
Al requerimiento de la entrevista, señala la implosión surrealista, torturada y siempre espléndida en la escritura de Virgilio Piñera, a quién reconoce como un maestro. Sonríe y transmite el aforismo que se cuenta en Cuba, en torno a la figura de Piñera: “Espera para comer hasta que llegue Virgilio Piñera”.
Este poeta cubano es admirador de los franceses, cita a Rimbaud recordando como enlaza el color de las vocales en: “Voyelles”. No le es ajeno a este creador de imágenes, jugar con letras, formas y colores como lo hacía Julio Herrera y Reissig con: “…Úrsula punza la boyuna yunta…”
Cita en otro orden, las intensas, magnéticas y sombrías palabras de Baudelaire, en su admirable “Correspondencias”.
Reconoce apreciar la facundia creadora de Leonardo Padura, en el campo de la narrativa policial: “Adiós Hemingway” y el libro que trata sobre el final de la vida de Trosky en México, “El hombre que amaba a los perros”.
Otro referente es el libro: “Biografía de un cimarrón”, novela-testimonio del antropólogo Miguel Barnet; donde cuenta la historia de un esclavo negro que huye a las montañas y participa en las luchas por la independencia de Cuba. Cita a continuación a Edmundo Desnoes, autor de “Memorias del subdesarrollo” que ha sido llevada al cine por Tomás Gutiérrez Alea, que dirigió la co-producción cubano-española: “Fresa y chocolate”, donde se trataba con delicadeza y ponderación la homosexualidad en Cuba y el maltrato que sufrieron el mismo Lezama, Reynaldo Arenas, magistral cuentista (“Celestino antes del alba”, “Antes de anochecer”, que fuera llevada al cine por Julián Schnaber, con inolvidable protagónico de Javier Bardem, en un ser a quien el régimen nunca comprendió y destrató).
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Michel Johnson habla del ballet y expresa su deseo de ser coreógrafo, se explaya sobre Balanchine, Petipa, Pina Bausch, figuras intocables en el mundo de la danza. Hace un paralelismo entre la fotografía y el ballet, asegura que en ambas disciplinas un detalle puede cambiar el contenido –para bien o para mal—de ahí, que él busca “el acento”.
Sostiene que el ballet es un lenguaje artístico basado en la belleza, cuyos cuerpos persiguen el paradigma de las esculturas griegas. Por este motivo su trabajo de imágenes fotográficas, necesitó figuras despojadas de vestuario, para buscar en nuestro primer ropaje, la piel, y mostrar más allá aún, la elongación, la tensión de los músculos esculpidos, por el rigor y el arduo trabajo, a que están sometidos los bailarines. Esa significación, que tan pronto se muestra o se oculta en el dibujar de un danzante, busca que no se escape su estilo representativo, en su actitud de entrega, de goce extremo.
Aunque el artista cubano no se conforma con esto, busca la esencia, el espíritu del ejecutante. Él sabe que cada movimiento, según el estado de ánimo, siempre va a ser diferente y tiene la necesidad de plasmar en su obra, como en este caso, con su certero ojo devorador, con su mirada incansablemente poética. La función del ballet es como la de la poesía, sugerir, para equilibrar el binomio: artista – público, eso es parte de la creación, inventar, renovar, soñar, dado que se necesita imágenes.
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Johnson vuelve a la poesía, habla de García Lorca, del Romancero Gitano y nos dice que el artista es el catalizador para mostrarnos el misterio que está vedado a los profanos, de ahí que una obra pueda gustar o no.
Sin duda, él ha plasmado con creces y refinamiento, las frases de dos grandes, Pina Bausch: “La danza es poesía muda” y Balanchine: “Decir con el cuerpo”.
Toda fotografía tiene múltiples significados -en sí mismas no explican nada- invitan a la deducción, a los contenidos de significaciones extravagantes, a las fantasías. Aquí nos encontramos con una obra donde se respira varios discursos, ellos tienen que ver con lo que se dice, con lo que se deja ver y con lo que no se dice ni se ve.
El joven artista discrepa con Susan Sontag-teórica y fotógrafa americana- qué en su formidable libro, “Sobre la fotografía”, sostiene el siguiente concepto: fotografiar es establecer una relación con el mundo que confiere poder. Michel Johnson confiesa que en su caso no es así, él se siente débil, vulnerable, frente al objeto que convoca su deseo. Tampoco está de acuerdo en que una cámara transforma a la persona en “voyeur”, dominando la situación, si bien esta es un espejo de la “realidad”, para él, esto tiene un significado semántico.
Admite y se divierte creyendo que, el ser humano es un bastardo, producto de la cópula de un dios y una bestia.
No obstante, se podría arriesgar, que es la belleza quien atrae miradas, pero, es la personalidad que atrapa corazones…Y es ahí, donde probablemente encontramos el secreto de la obra del creador cubano que nos visita.
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