Pluritemática - 1 octubre, 2018
Negra canción de muerte
por Juan Carlos Capo

Crimen en el Cairo

El romanticismo sombrío, hasta trágico, de ”la novela negra”, se traslada al Cairo en este film, ambientado en una Egipto ruidosa, humeante y febril, sacudida por la agitación de la llamada “Primavera árabe”, que precedió a los levantamientos populares, que terminaron con la caída del régimen de Mubarak.

Un pulso nervioso, una golosa pupila devoradora, que engulle todo a su paso, entre ambientes miserables, televisoras que no dejan ver imágenes nítidas, excepto que se les de efectivos golpes que las hagan recobrar sus imágenes perdidas; tenderetes, calles con polución en ruidos y en basura, colmadas de muchedumbres pauperizadas, minaretes y plumas de edificios en construcción, “señores” de la escena a la distancia,  autos deshechos que increíblemente aún funcionan,  autos que se incendian, motos que surcan la escena, dejando una lluvia de balas y una cosecha de muerte. (Esta película ha sido prohibida en Egipto, tuvo que filmarse en Tánger, por las molestias del gobierno egipcio de cómo era retratada la sociedad de su país).

En ese caos, casi apocalíptico, destaca la alta figura del detective de policía Naodin Mustafa, solitario, viudo, corrupto, (excelente actuación de Faras Fares, actor egipcio de origen sueco), hasta que encuentra un “stop” a su  conciencia, que lo hace reaccionar, al pie de esa ciudad no apta para pastores, que escupe piedras y balas y barro y sangre, entre movidas selectas en “Club para solitarios”, chantajes con chicas que buscan ser pin ups y terminan degolladas, y entonces aquel hombre solitario casi sin reservas nobles, empieza a juntar los restos y atar cabos. Una de las claves es la canción que entona la voz de una mujer que pasó a mejor vida, luego de haber seguido sus sueños, y haber quedado presa en jaula de oro, y desde el más allá,  desde un CD que Naodin inserta en su auto, lo llama, cual voz de sirena que le hace saber la verdad, “no me dejes hombre solitario, no me dejes, sin darme antes tu recuerdo y tu adiós”. La voz de la mujer asesinada, redobla en la voz de una amiga, que habrá de correr igual destino de infortunio y desaparición, entonando la misma canción.

La moraleja de las fábulas hechas canto desgranan un dolido llamado de apelación a que el hombre solitario, que va a seguir la marcha, no las abandone, ahora que aun la muerte está fresca, que las huellas llevan a los dueños del poder y de sus vidas cautivas. Naodin sigue esta poética pista redoblada, escatológica, necesaria, suficiente. Los perseguidores no se ocultan más, todo apunta a las altas esferas, que, sicarios mediante, quieren limpiar de rastros la escena donde se revuelve Naodin también, ese lodazal donde se medra con la vida,  con la carne y con la muerte. Ellos, los poderosos, y su cortejo miserable, han dejado las huellas de la corrupción extendida. La “Poisonville” de Dashiell Hammett en su  relato “Cosecha roja”, se ha trasladado al Cairo, en medio de las embestidas populares contra el gobierno de Mubarak.

Más allá de las particularidades de lengua, costumbres,  cortinas de humo de cigarrillo y porros y “pipas de agua” que enturbian las escenas; más allá de muchedumbres que comienzan a agitarse, más allá de las balas, que desde lo alto, empiezan a segar vidas, este es el escenario pesadillesco de la “novela negra”, que una vez más, ha empezado a moverse, como una serpiente escamosa, húmeda, de fuertes anillos, con sus vueltas de vida, con sus abrazos de muerte, que habrá de dar por tierra, sin mayor estrépito, y sin mirar a quien, con cuerpos y  almas de los hombres injustos.

“Crimen en el Cairo”. Marruecos, Suecia, Dinamarca, Alemania, Francia, 2017. Dirige: Tarik Saleh. Con Fares Fares, Mari Malek.

 

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