Pluritemática - 15 junio, 2021
Pulsión de muerte y objeto
por Martin Mazzella

Lola Bloom

Para este trabajo me propuse en una primera instancia pensar en torno al concepto de pulsión de muerte. Al pasar por dicho concepto en el recorrido de algunas lecturas de Leclaire, me di cuenta de que era un asunto -o un conjunto de asuntos, como vi al adentrarme un poco- que casi no tenía en cuenta a la hora de pensar la teoría, la práctica y el horizonte de reflexiones cotidianas que ella hace posible. ¿Qué es la pulsión de muerte? Fue la pregunta que funcionó como puntapié inicial. Leer la alusión que a ella hace Leclaire en su escrito “El inconsciente y el cuerpo” (2000) me llevó a la conceptualización original freudiana de “Más allá del principio del placer” (Freud, 1920/2001), y de ahí a enfocar la lectura en los tramos en los que tanto en algunos seminarios y escritos de Leclaire, como en algunos textos fundamentales de Freud, se hace referencia a ella.

Es en este recorrido que, orientado a pensar una lectura comparada de la noción de pulsión de muerte Freud y en Leclaire, encuentro un punto especialmente subrayado por Leclaire que entiendo ofrece un recorte posible a la vasta temática, éste es el del lugar del objeto en relación a esta pulsión. Para Leclaire, un aspecto característico de la pulsión de muerte es que apunta al objeto, “al objeto en tanto tal” (2010, p.125) para ser más específicos, según afirma. Una sentencia enigmática que nos empuja de nuevo a Freud con la pregunta: ¿hay que pensar la pulsión de muerte siguiendo el esquema desarrollado en “Pulsiones y destinos de pulsión”, según el cual el objeto es uno de los cuatro elementos constitutivos de la misma o –ya que la pulsión de muerte es conceptualizada años más tarde- eso significaría incurrir en un anacronismo?

Sin embargo es “Pulsiones y destinos de pulsión” el texto en el que se basa Leclaire para hablar del objeto y con él de la pulsión de muerte. Este hecho podría tomarse como argumento suficiente para cruzar los referidos textos e intentar, cuando no una respuesta, al menos un despliegue de las preguntas planteadas.

Como comentario al margen, llama la atención la oscilación que entre ambos autores y sus diferentes textos, recibe el uso del plural y el singular en relación a este concepto. Lo vemos presentado algunas veces como “las pulsiones de muerte” y otras como “la pulsión de muerte”. No está entre los propósitos de este texto estudiar las condiciones de esa diferencia, aunque sí considero útil destacarla para aclarar que entiendo que,  conceptualmente me parece más útil hablar de “pulsiones”, dando cuenta de su multiplicidad y con ello de su carácter parcial. No habría una pulsión de muerte como no habría una gran y solitaria pulsión de vida total. Sin embargo, a los efectos de la escritura y del abordaje del concepto “pulsión de muerte”, que es necesariamente distinto al fenómeno, y que sí puede ser entendido como uno, aunque no sea el mismo según el autor y varíe también a la interna de las teorizaciones, opto por el singular, con la aclaración ya planteada.

 

El concepto de pulsión de muerte en Freud y la repetición

Para involucrarme con este concepto parto del texto en el que hace su primera aparición bajo este nombre, si bien su presencia o cierta anticipación, se puede encontrar ya en textos anteriores bajo otras denominaciones. Es en “Más allá del principio del placer” donde, entre otros conceptos, Freud se ocupa de dar una primera conceptualización de la pulsión de muerte. Desembarca en su terreno a partir de la repetición, que ve pulsar en diferentes fenómenos de la clínica y de la vida cotidiana. Los sueños traumáticos, el juego simbólico del niño y las neurosis traumáticas lo ponen en la pista de un nuevo dualismo pulsional.

La compulsión a la repetición no encaja con la idea de un aparato psíquico regido exclusivamente por el principio del placer –al menos tal y como estaba entendido hasta entonces- ya que ésta “devuelve también vivencias pasadas que no contienen posibilidad alguna de placer, que tampoco en aquel momento pudieron ser satisfacciones” (1920/2001, p.20) Entonces ¿qué empuja estas repeticiones? Para seguir delineando la compulsión a la repetición, Freud recurre a la expresión del “eterno retorno de lo igual” (1920/2001, p.22) Me parece una idea potente y disparadora de  interrogantes: ¿a qué otro tipo de retorno lo opone? Quizás a un retorno con diferencia, distorsionado por los desplazamientos y condensaciones que observamos por ejemplo en el síntoma, o en el sueño no caracterizado como “sueño traumático”, formaciones que para Freud también contienen la compulsión a la repetición, pero que se separan de ella en el punto en  que presentan los signos de un conflicto “tramitado” en la constitución de la formación inconsciente misma. Me parece un punto importante porque entiendo que busca delimitar, a la interna de las formaciones del inconsciente a las que refiere, dos cualidades diferentes de la repetición. Una de ellas, que podríamos pensar como una repetición “enriquecida”, de tendencia agregativa que, como en un espiral ascendente, en cada vuelta se aleja del punto de arranque, y otra de tendencia desagregativa. Siempre que se aclare que la tendencia no es más que eso, una dirección en la que el esfuerzo es orientado, pero no su punto de llegada. Esta otra tendencia, opuesta a la imagen del espiral ascendente, buscaría en cada vuelta desandar el hiato con respecto a su –mítico- punto de arranque. Algo de esto veo esbozarse en el siguiente párrafo: “cada nueva repetición parece perfeccionar ese dominio procurado; pero ni aun la repetición de vivencias placenteras será bastante para el niño, quien se mostrará inflexible exigiendo la identidad de la impresión” (1920/2001, p.35).

Las referencias “cerca” o “lejos” son meramente ilustrativas, aproximaciones que hacen uso de coordenadas espaciales para pensar en torno a algo que se escapa a lo que las palabras intentan apresar. Me apoyo para este último punto, además de en la referencia freudiana, en la conceptualización que hace Myrta Casas de Pereda en “En el camino de la simbolización” (1999) sobre la función de la pulsión de muerte como variante desagregativa en la dinámica pulsional, aporte que será retomado más adelante en este texto. A través de este recorrido teórico Freud ubica la repetición como un elemento central de la pulsión, diciendo que ésta sería “un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior” (1920/2001, p.36) destacando el carácter conservador de la pulsión, en un sector del texto en el que todavía no habla de pulsión de muerte, sino refiriéndose a esta fuerza simplemente como “pulsión”. Para resaltar el carácter nodal que da a la repetición en la dinámica de la pulsión también afirma que ve en ella una fuerza “más pulsional, más elemental, que el principio de placer que ella destrona” (1920/2001, p.23).

Entiendo que en este punto es donde la muerte empieza a cobrar protagonismo. Bajo la premisa de que “la meta de toda vida es la muerte” (1920/2001, p.38), la tendencia a la repetición de un estado anterior como fuerza aún más pulsional que el principio del placer, la ubica como central en la construcción de este concepto. Para mayor conexión entre repetición y muerte, Laplanche y Pontalis (1967) citan en su diccionario una frase elocuente de Freud. En la entrada “Compulsión a la repetición” parafrasean: “lo que ha permanecido incomprendido retorna como alma en pena, no descansa hasta encontrar solución y liberación” (1967, p.69); la idea de fantasma –en el sentido más coloquial posible del término- que está en sustitución del muerto, se insinúa y creo que también es punto de comunicación para adentrarse en cómo Leclaire piensa al objeto.

Volviendo a Freud y la pulsión de muerte, también nos aclara que es esencialmente muda, mientras que “casi todo el alboroto de la vida parte del Eros” (1923, p. 47) Nunca la encontramos de forma pura, siempre está enmascarada por la libido, siempre está en juego una dinámica de mezcla y de-mezcla pulsional que determina sus efectos, lo cual vuelve aún más escurridizo el concepto que aquí intento rodear. Dentro del juego entre los dos tipos de pulsiones, entiendo que también hay que hacer notar que –sin necesariamente hacer una jerarquización- Freud ubica como anterior a la pulsión de muerte, a la que luego se agregaría la libido con la tarea de volverla inocua, esto es dicho en “El problema económico del masoquismo” (Freud, 1924/2003); de ahí que en muchos textos la refiera como la más elemental, la más propiamente pulsional de las pulsiones. Algo paradojal es que al mismo tiempo que la libido tendría esta “tarea” –así lo plantea Freud en el texto referido- de neutralizar la pulsión de muerte, es el único vehículo que sus efectos pueden encontrar en el camino hacia la conciencia.

Delineada así una lectura de carácter parcial del recorrido freudiano en torno al concepto de pulsión de muerte, y con especial acento en los puntos de mayor relevancia para los propósitos de este texto, doy paso a una segunda serie de consideraciones. Pretendo aquí abordar los puntos de cruce y divergencia entre las conceptualizaciones de pulsión en Freud y Leclaire, como preámbulo para pasar a estudiar la especificidad que la pulsión de muerte y el objeto encuentran en la propuesta de Leclaire, con los ecos freudianos correspondientes y sus aportes originales.

 

Sobre la pulsión en Freud y Leclaire

Para abordar el tema de la pulsión de muerte en Leclaire encuentro conveniente empezar un poco antes en su conceptualización  y hacer una entrada por su desarrollo de la pulsión. Con ella, su noción de objeto de la pulsión articula una base posible para pensar la enigmática frase citada al comienzo, que ubica a la pulsión de muerte como lo que apunta “al objeto en tanto tal”.

En el escrito “La fuerza pulsional y el objeto de la pulsión” (2000), Leclaire sigue a Freud en un deslinde de la pulsión con respecto a la necesidad. Entiendo que toma un sesgo planteado en “Pulsiones y destinos de pulsión”, donde uno de los puntos de divergencia entre ambos conceptos –y entiendo que el más subrayado por Leclaire- es el del estatuto del objeto de la pulsión, de otra entidad con respecto al de la necesidad. Pero antes de esto, la primera diferenciación apunta al despeje del reino de lo biológico con respecto de lo psíquico, Leclaire propone que el hecho de reconocer, con Freud, la necesidad de un anclaje corporal para la pulsión, no implique el reconocimiento de un suelo biológico en el trabajo con lo pulsional. Esto se sustenta en que si en un principio Freud se apoya en el concepto de necesidad, es para deslindarse de él en su camino de articular lo propio de la pulsión.  La separación con respecto de la necesidad y su satisfacción deja a la pulsión en el terreno de lo representado, es un “representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma” (1915/2003, p.117).

Incluso Freud, al referirse a la fuente de la pulsión, de sus cuatro elementos el que pareciera más enraizado en lo somático, y que es ubicado justamente como el anclaje somático, como el proceso somático del que parte el estímulo representado, aclara también que su representación es todo con lo que nos las vemos al enfrentarnos a la pulsión, quedando lo somático, al decir de Freud en este texto, fuera del campo de la “investigación psicológica”: “aunque para la pulsión lo absolutamente decisivo es su origen en la fuente somática, dentro de la vida anímica no nos es conocida de otro modo que por sus metas” (1915/2003, p.119). También en “Tres ensayos de teoría sexual” esto está dicho y hasta quizás más enfáticamente, cuando escribe “por pulsión podemos entender al comienzo nada más que la agencia representante psíquica de una fuente de estímulos intrasomática de continuo fluir” (1905/2003, p.153).

Leclaire subraya esta línea y va más allá, al decir que hay pulsión “en la medida en que algo de una experiencia de diferencia queda inscripto” (2000, p.205), con lo cual tiende el puente para pensar cómo esta forma de concebir la pulsión, permite pensar en su objeto. Entiendo que en lo referido se descarta de plano una búsqueda del objeto en aquello que satisface exigencias como pueden ser el hambre o la sed, un objeto prefigurado para cumplir con dicha función, que ocupa ese lugar de satisfactor en un orden que trasciende la singularidad del sujeto. Subrayar el carácter contingente del objeto abre la puerta a ubicar justamente la singularidad en el primero de los planos en cuanto a su determinación. Deslindar entonces la pulsión de la necesidad es un recorrido que lleva a delinear algo de lo que el objeto no es, es decir: un elemento específico predeterminado a calmar un estímulo.

 

El objeto en Leclaire

Entonces ¿qué es? Leclaire le da una importancia radical al objeto. De los cuatro términos que componen el fantasma es “al que debemos prestarle la mayor atención (…) porque es aquel al que siempre tenemos tendencia a fingir conocer perfectamente, es decir, a desconocer de forma radical” (2010, p.66) y va más allá, para decir que es su concepción del objeto lo que marca la especificidad del punto de vista psicoanalítico.

Leclaire elige entrar en el tema a partir de la experiencia del exhibicionista que, según él, persigue en su exhibición una diferencia en el brillo de la mirada de la mujer por él sorprendida, diferencia efímera, incapturable. Es decir que en el esquema de la pulsión, cuyo origen está ubicado en la inscripción de una experiencia de diferencia, podemos pensar el objeto como lo que estaría ubicado en el lugar de esa experiencia, y por lo tanto el lugar a donde apunta el esfuerzo hacia su –imposible- reanimación. Dice Leclaire que el objeto de la pulsión “Es un objeto que siempre hay que hacer surgir, pero nunca está ahí, nunca podemos nombrarlo” (2000, p.212). Myrta Casas de Pereda, en la misma línea, refiere que el objeto se crea pero también se pierde en cada vuelta de la pulsión (1999, p.276). Entonces, volviendo al exhibicionista, el objeto no está en el punto A de la mirada ni el punto B, sino en la secuencia y -podríamos aventurar- ni siquiera del todo en la secuencia.

La pregunta que surge a partir de esto es ¿cómo se transforma una pura diferencia en un objeto? Aunque sea en la noción de un objeto, ya que es “objeto” la palabra que usamos y que Leclaire sostiene en su recorrido. ¿Por qué llamar objeto a esto? Esta pregunta está hecha, aunque reconozco que abarcando otro orden de consideraciones, cuando Leclaire dice, hablando de las experiencias de satisfacción y su marca: “¿Pero, cómo objetivar la cantidad de amor o de odio?” (2010, p.63) Intento ver el puente entre la pura diferencia y el objeto, persiguiendo la hipótesis de que la pulsión de muerte juegue ahí un papel importante.

 

El objeto y la pulsión de muerte

Leclaire llega a subordinar el objeto a su lugar en relación con la pulsión de muerte, diciendo “la función del objeto no es más que el objeto de la pulsión de muerte” (2010, p.125), ligando dos términos de forma tal que el primero no se podría concebir sin pensar el segundo, que lo determina. ¿De qué forma? Una forma de pensarlo es a partir de la idea de que el objeto implica una permanencia, sostenida en la repetición de algo que funciona como su representante. Leclaire sentencia: “la única forma de localizar el lugar del objeto es el carácter de fijeza, o de inmutabilidad de la representación, es decir, de la construcción significante” (2010, p.218) El exhibicionista recrea una y otra vez la misma escena, la repetición vuelve a tener un rol central. Entiendo que ésta es solo una de sus dimensiones, pero me parece que la repetición -y con ella la permanencia- marcan uno de los caminos posibles para decir que esa pura diferencia es “algo”, y decir que es algo es ya un intento de hacerla objeto. Propongo que puede ser “algo” –entre otras cosas- en la medida en que permanece. La imagen que da Leclaire al decir que la pulsión gira alrededor del objeto, diciendo que “pivotea alrededor de una boya” (2010, p.134) sugiere también lo fundamental que para su conceptualización es la idea de permanencia, de fijeza, de punto inmóvil a partir del cual algo puede ponerse en movimiento. También abona esta línea de pensamiento la descripción que hace de lo que llama “subrogado del objeto”, formación significante privilegiada para el estudio del objeto, al ser privilegiada su relación con la función de éste. Dicha formación “está afectada por una especie de calidad de irreductibilidad” (2010, p.137), son “construcciones que parecen haber tomado en sí mismas las cualidades propias del objeto” (2010, p.137). Subrayemos en ambas frases “especie de” y “parecen” respectivamente, para recordar la distancia que las separa del objeto. Entiendo que va en esta línea cuando hablando del análisis de los recuerdos pantalla y las fantasías en general, dice “Lo que nosotros tenemos que considerar es la articulación de dos elementos, en la medida en que constituyen algo fijo y repetitivo, una especie de límite en el recuerdo pantalla, una especie de Leitmotiv” (2010, p.173) Estas referencias permiten tomar la fijeza, la permanencia y la repetición en una relación de profunda intimidad con lo que puede hacer surgir, desde de la pura diferencia, el objeto.

Vuelvo a la frase de Leclaire según la cual la pulsión surge “en la medida en que algo de una experiencia de diferencia queda inscripto” (2000, p.205). Me pregunto ¿qué es ese “algo”? Los textos en los que Leclaire articula los avatares de la satisfacción y la insatisfacción están plagados de “algos”. Para mostrar un ejemplo y sumarlo al ya citado:

“Es en la medida en que el hecho de calmar una necesidad deja un recuerdo, una traza o una marca, que ella se inscribe como una experiencia vivida de diferencia y que algo puede ser repetido independientemente de la necesidad” (2010, p.122)

“…basta con que exista algo del recuerdo de esta experiencia de diferencia, para que algo pueda repetirse” (2010, p122)

Entiendo que en las frases citadas, “algo” hace referencia a la marca de una experiencia, pero la marca no es sin la experiencia, que al repetirse hace surgir algo: ¿el objeto?, o algo de él. Sin embargo, que el objeto es “algo” es refutado por Leclaire de forma enfática, sentenciando por el contrario que si hay algo que el objeto es, es nada. Con todo, resulta difícil renunciar completamente a la idea de que el objeto algo -aunque sea un espejismo- es. Leclaire hace un juego de palabras recurriendo a la etimología y la homofonía, para acercar la cosa –“res” en latín- a la nada –“rien” en francés- (2000, p.213): el objeto es nada, pero la marca es marca de “algo”, aquello a lo que según Leclaire apunta la pulsión de muerte.

Sin hacer de esta nada, de esta pura diferencia, algo, no habría lugar para lo que según Freud “engendra el factor pulsionante” (1920/2001, p.42), la diferencia entre la satisfacción buscada y la encontrada, ya que para que lo encontrado no sea del todo lo buscado, alguna fuerza tiene que sostener su diferencia. También lo dice Leclaire al afirmar que para poder mirar el juego de representantes, por ejemplo los colores que componen un cuadro, es necesaria la existencia de otra mirada abierta a aquello que no puede ser mirado, ubicando en este lugar a la pulsión de muerte. Esta fuerza que se obstina sobre el objeto permitiría abrir y sostener la brecha entre la satisfacción buscada y la encontrada. Uso la palabra “obstinación” ya que es la usada por Leclaire para referir el esfuerzo de la pulsión de muerte sobre el objeto. Algo de esta obstinación es encontrado también en Freud cuando dice que el niño, al reanimar la huella asociada al placer: “se mostrará inflexible exigiendo la identidad de la impresión” (1920/2001, p.34). Podríamos, para notar su lugar fundamental en la dinámica pulsional,  jugar a imaginar que esa obstinación cayera, para suponer una especie de resignación que diera por satisfecha su búsqueda en el encuentro con las huellas, de forma definitiva y final, entrando en un estado de cosas calificable como anti pulsional.

 

La pulsión de muerte como fijación y corte

En virtud de lo planteado, entiendo que una hipótesis posible es la de pensar la pulsión de muerte como una fuerza que apunta a hacer objeto -de forma ilusoria pero firme- lo huidizo de la pura diferencia inaugural y darle una entidad de aparente permanencia. En esta misma línea, Leclaire la ubica como el fundamento del narcisismo primario. Plantea que es el encuentro con una representación de permanencia, sostenida por la pulsión de muerte, lo que hace del cuerpo originalmente fragmentado, un objeto con cuya posición identificarse.  Siguiendo esta línea, la pulsión de muerte apuntaría a fijar el objeto alrededor del cual gira la pulsión y el juego de representantes.

Dice Leclaire que al intentar ubicar el objeto nos encontramos con sus metonimias, en lo oral: el pecho, la leche, el pezón, etc; sin embargo el objeto no es ninguna de ellas. ¿Dónde entra la pulsión de muerte? Quizás en el “no” que separa cada término -no es el pecho, no es la leche, no es el pezón- permitiendo la sucesión, porque lo que condensa el “no” es: “no es eso, es otra cosa”, otra cosa innombrable e irreductible, al contrario de los significantes que intentan atraparlo. Myrta Casas de Pereda subraya en este sentido “la función vital de lo negativo, ubicada en la tarea de sustitución” (1999, p.277) Entiendo que en la tarea de sustitución también está implicada la función de corte, atribuida también por Myrta Casas de Pereda  a la pulsión de muerte. Así mismo podemos encontrar una referencia a esta cara de la pulsión de muerte cuando Leclaire afirma, hablando de la diferencia en el brillo de la mirada, que el objeto está “en esa ruptura que se produce en la continuidad del flujo” (2010, p.133). Diciendo también que es la pulsión de muerte la que mantiene esa posibilidad de diferencia entre significantes.

 Bibliografía

 

Casas, M. (1999).  En el camino de la simbolización: producción del sujeto psíquico. Buenos Aires: Paidós.

Freud, S. (2001) Más allá del principio del placer. En J. L. Etcheverry (trad.) Obras Completas (vol. 18). Buenos Aires: Amorrortu. (Trabajo original publicado en  1920)

Freud, S. (2003) Pulsiones y destinos de pulsión. En J. L. Etcheverry (trad.) Obras Completas (vol. 14). Buenos Aires: Amorrortu. . (Trabajo original publicado en  1915)

Freud, S. (2003) Tres ensayos de teoría sexual. En J. L. Etcheverry (trad.) Obras Completas (vol. 7). Buenos Aires: Amorrortu. . (Trabajo original publicado en  1905)

Freud, S. (2003) El problema económico del masoquismo. En J. L. Etcheverry (trad.) Obras Completas (vol. 19). Buenos Aires: Amorrortu. . (Trabajo original publicado en  1924)

Freud, S. (2003) El yo y el ello. En J. L. Etcheverry (trad.) Obras Completas (vol. 19). Buenos Aires: Amorrortu. . (Trabajo original publicado en  1923)

Laplanche, J. y Pontalis, J.B. (1967) Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona: Labor.

Leclaire, S. (2000). Moradas de otra parte; 1954-1993. Buenos Aires: Amorrortu

Leclaire, S. (2010) Serge Leclaire – Seminarios en Montevideo, 1972. Montevideo: Comisión de publicaciones APU 201-2012.

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