Revista #2 - Lo publico, lo privado | 17 septiembre, 2018
De Cajón 10 años: Muestra colectiva “De Cajón: imágenes encontradas”.
por Irene Macek

Afiche web Teatro sin feha

Esta exposición se desarrolla dentro del marco de actividades del CIDDAE, Centro de Investigación, Documentación y Difusión de las Artes Escénicas, creado por la directora del Teatro Solís, Mag. Daniela Bouret.

La  curaduría de Guillermo Baltar evoca la frase de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en “Il Gatopardo”: “Hace por lo menos XXV siglos, que llevamos sobre  nuestros  hombros unas civilizaciones tan magníficas como heterogéneas”.

La invitación a transitar esta muestra puede hacerse en dos sentidos, pero sea cual fuere el recorrido, al llegar al subsuelo, debajo del vestíbulo principal, nos encontramos con la sala que tiene el nombre -a modo de homenaje-de la primera actriz: Estela Medina. En dicho lugar se exhibe de forma permanente, dos retratos de la artista correspondiente a una serie que realizara el pintor José Gurvich en la década del 50, cuando ambos eran jóvenes y comenzaban a formarse en sus respectivas carreras.

Esta presentación no sólo rescata imágenes que no fueron exhibidas, sino que apela al enlace, a los  eslabones, que forma una cadena en el arte.

Recibe al espectador un cortinado rojo, de Rosana Malaneschi, que se impone a modo de telón,enmarcando la acertada esencia de su obra: “Poesía”.

 En la creación surge diferentes búsquedas, incentivos y provocaciones, que lleva a querer indagar, sobre  la inspiración de los expositores al concebir una escena. Es el caso de Mario Schettini en:“Las extraordinarias confesiones de Eladio Linacero”, personaje principal de “El Pozo” de Onetti. El planteo de Schettini está plasmado en  gamas y matices de ocres, grises y tierras, constante cromática uruguaya, troquelada en el estilo de  Joaquín Torres García.

Estos colores se vuelven a apreciar en el modelado de una “caja teatral”, donde nos contempla sonriente  Federico García Lorca con un fresco encanto, que nos remite a sus palabras, ausentes en la imagen.

El yuxtaponer varias manifestaciones artísticas, no es tarea fácil. Aunque aquí se ha hecho con soltura, con brío y con sugerente resultado; dado que se concretó una unidad con  variadas disciplinas ( fotografía, obras intervenidas, instalaciones y audiovisuales) que dan la posibilidad de una mejor extensión e intensión (en el sentido lógico del término) en las áreas “trabajadas”; sin competir entre ellas y demostrar que los artistas se nutren entre sí. Se podría aventurar que se ha gestado una multiplicidad de sentidos, donde hay diálogo entre las obras expuestas. Un ejemplo es: “El ruido de las nubes” de Martín Mendizábal, donde más que ruido, transmite el susurro de los  vaporosos  cirros encerrados en una vitrina.

Esta creación puede interesar o no, necesita detenerse y ser evaluada, entendida en relación a sus méritos y valores. Recuerda a la Sonata en Si menor de Litz, que Clara Wieck (esposa de Schumann) catalogó de “Ruidos sin propósitos”. Esta sonata, al igual que las pequeñas fotos de Mendizábal, está estructurada en un único movimiento con varias secciones que llevan directamente a otras, sin interrupción o quiebre del ritmo musical.

Así, la exhibición de estas nubes escapa a los modelos tradicionales, con varios movimientos contrastantes de carácter improvisado, creando una forma cíclica, como si se pudiera presenciar los cambios en el pensamiento del autor.

Este aspecto innovador puede contribuir a reacciones negativas -en ojos no bien entrenados- por la dificultad que presenta el equilibrio y control de su relato.

Otras nubes allí presentes, son las del díptico de Marcelo Sienra, llamado:

“Encuentro con el Diablo”. Sin duda es una visión refinada, audaz, con un toque de indefinición, puesto que esas nubes han sido manipuladas, un ojo experto diría, “Trucadas”. La original captura de la profundidad del espacio visual en el horizonte, se transforma en una escena universal, donde coexiste el mar y el cielo.

Estamos frente a una obra minimalista, las vibraciones del azul, en un enigmático discurso, remite a los demonios interiores, que la costumbre suele o no, dominar.

La elección y propuesta de un solo color, lo muestra sencillo, pero, lo que parece simple tiene un arduo trabajo intelectual; mientras que, lo que se presenta  intrincado se construye con dos o tres elementos.

 De esto surge el carácter lúdico de la obra que nos recuerda, por el tratamiento de su cromatismo, a “El pintor de la luna” de Chagall.

Libertad e Independencia, son las palabras que acompañan  la creación artística, por ende, surgen productos fuera de lo común y diversos.

Diana Mines con su maestría en captar colores y sutiles detalles, ilustra que toda forma se vincula a la geometría.

Beatriz Tobler presenta una composición, por momentos sugerente, desplegada tipo acordeón.

Coinciden y se relacionan bien, obras nobles, singulares y sutiles, con propuestas kitsch.

 El kitsch está presente con algunos elementos y símbolos manidos: corazones, banderas, enanos de jardín; hasta un collage aludiendo a “El nacimiento de Venus”, que produce un efecto contrario al del renacentista Sandro Botticelli; pero, si con esto se contribuye a  llegar a una mayor audiencia y comunicación, no deja de ser una buena herramienta.

Umberto Eco asegura, que lo importante va a estar omnipresente en el código del mensaje, que lleva a una sola y limitada interpretación.

No importa cuál es la construcción de una obra, nos sorprendió Guillermo Zabaleta con la copia encontrada de un trozo de un film de 35mm. “El gran Torino”,de Clint Eastwood. Al ser el film “intervenido”, nos acerca al concepto de Danto: Contar una historia con la apropiación de contenidos y símbolos de otros lados, lugares, orígenes, hacen que el artista lo haga suyo y le otorgue una resignificación. Es apropiarse de algo, que ya es “algo”, lo cambia de contexto o no, y le da un nuevo significado a partir de su bagaje inicial.

La exposición permite disfrutar de un mosaico plástico, donde se instalan en sus imágenes, temas, referencias de todo tipo y fraseos cromáticos (están presentes actores, músicos, bailarines, entre ellos, muy bien captados: la cubana Alicia Alonso con su gesto de aguilucho, por Nancy Urrutia, y el “juglar” Horacio Arturo Ferrer con su rostro agotado, por Rodrigo López).  Cada uno tiene la inflexión, la fuerza y hasta las trampas que juegan con el velo de lo privado, dentro de una materia imprevisible, que brinda infinitas posibilidades, miradas cotidianas, con máscaras que permiten ver o no, la intención del autor y la compleja relación entre el espacio público y sus intimidades. Es el caso de los “Cuerpos teatralizados” de Alejandro Persichetti, donde el desnudo, pese a tener su protagonismo, se presenta en un amplio abanico, ya sea estilizado, carnal o desafiante, sin perder el genuino rasgo artístico.

Otro tema es “Hombre desnudo” de Rafael Sanz Balduvino, con Matías Fagúndez de modelo. Es una obra que por su monocromía, atempera  los sentidos y nos evoca el arte helénico.

La mayor sorpresa que azuza nuestra capacidad de asombro, está inspirada en la mitología, en el ingenioso e interrogante Espejo de Narciso, que presenta Eduardo Roland, ahí se establece una relación con el contemplador, donde se advierte que siempre hay espacio sin alcanzar, ya sea en los sentimientos, las emociones y/o lo invisible; lugar en que ni las palabras, ni las imágenes, sirven para expresar todo.

No deja de estar presente la denuncia social. Esto nos lleva a citar a Susan Sontag:

“La fotografía implicó la captura de muchos temas, a diferencia de la pintura que nunca tuvo una ambición tan grande. La fotografía es democrática porque capta todas las experiencias transmitiéndolas en imágenes. Hoy es una forma artística de masas y hasta un rito social. Tiene posesión imaginaria de un pasado irreal”.

Por último, detrás de una obra siempre hay una historia y sólo aquello que narra nos permite comprender.

 

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