Revista #2 - Lo publico, lo privado | 1 junio, 2018
Migración/exilio y la pérdida de la lengua materna
por Lisette Weissmann

Sigmund-Freud-en-París-1938

Para mí, la tierra natal […] es el lugar donde tenemos nuestras raíces, donde tenemos nuestra casa, hablamos nuestro idioma, pulsan nuestros sentimientos aun cuando nos quedamos en silencio. Es el lugar donde siempre somos reconocidos. Es lo que todos deseamos, en el fondo de nuestro corazón: ser reconocidos y bien recibidos sin ninguna pregunta.

Siegfried Lenz

La pérdida de la lengua materna para Sigmund Freud

A partir de la idea que el arte logra abrir sentidos y significados, citamos a Siegfried Lenz (1985), que señala el espacio en el mundo en el cual el sujeto se siente «en casa»; indica la tierra de nacimiento como el lugar donde están nuestras raíces y subraya la importancia de sentirse reconocido y perteneciente a ese lugar investido subjetivamente por los demás, que, en la intersubjetividad y en vínculo, lo reconocen y lo señalan como sujeto que forma parte de ese determinado espacio y lugar. Por consiguiente, son los demás quienes inscriben al sujeto insertándolo en los lazos sociales como perteneciente a un social que lo estructura y constituye.

Tuve la oportunidad de viajar a Viena, donde fui a conocer la casa que Freud debió abandonar cuando se exilió en Londres. A partir de mi búsqueda sobre publicaciones del tema de la migración, encontré en el museo de Freud una carta que el creador del psicoanálisis escribe para un colega suizo en la que menciona el «dolor frente a la pérdida de la lengua materna». Anoté la fecha y a quien estaba dirigida la epístola para continuar mi búsqueda en Brasil, creyendo que sería una tarea fácil de realizar.

Al no encontrar rastro de la misiva en las Obras completas, escribí al museo para pedir ayuda, y ellos me dijeron que esa carta no existía, que solo hallaban una carta de condolencias a Anna Freud, fechada en 1939, y me aconsejaron continuar buscando en el Museo de Freud, en Londres.

Escribí a Londres y localicé al asistente del curador, Bryony Davies, que entendió cuál era el eje de mi investigación y añadió datos importantes a mi tesis. Mencionó que en 2001 hubo en el museo un encuentro al que llamaron La infancia perdida y el idioma del exilio, sobre el cual había un libro impreso. También hubo una exhibición de fotos en 2010, con el título Tierra prometida: El exilio de Freud. Frente a la posibilidad de acceder al material impreso, llamé al museo y hablé con la persona encargada de la boutique: quedé gratamente sorprendida al saber que era brasileña, hablaba portugués y entendía sobre el tema que estaba investigando. Se trata de Francis Rita Apsan, que es la bibliotecaria de fotos y gerente de la tienda del museo. Ella me prometió buscar dicha carta de 1938 de Freud a Saussure.

Para mi sorpresa, recibo un e-mail de Rita Apsan en el que me informaba que la carta original del 11 de junio de 1938 al psicoanalista suizo Raymond de Saussure estaba en la Biblioteca del Congreso de Washington, pero la frase en la que aludía a la pérdida de la lengua materna estaba citada en el diario de Sigmund Freud de 1929-1939, traducido al portugués por ella misma. Traté de buscar las cartas en la Biblioteca del Congreso de Washington y descubrí que las cartas están en alemán y, por un acuerdo con la familia Freud, solo se presentarán al público en 2100, ya que las mismas incluyen el autoanálisis de Freud por carta con Fliess. Por un cuidado ético con el fundador del psicoanálisis, la familia Freud exige secreto y abrirlas al público solo después de dicha fecha.

Esta búsqueda llevó un buen tiempo, pero acabó en el hallazgo de un rico material que el creador del psicoanálisis puso en palabras cuando intentaba dar cuenta de su situación en el exilio forzado por la Segunda Guerra Mundial, en Londres. Más adelante abordaremos la carta antes mencionada.

 

El exilio golpea a la puerta de los psicoanalistas

Quisiera relatar en este punto una experiencia vivida por psicoanalistas exiliados a causa de la Segunda Guerra Mundial que decidieron, a principios del siglo XX, reunirse en encuentros científicos psicoanalíticos en diferentes ciudades europeas para discutir sobre el psicoanálisis y las experiencias de migración, exilio y abandono de la lengua materna y adopción de la lengua del exilio. Para estos tres encuentros, que se realizaron en las ciudades de Budapest, Londres y París, se adoptaron diversos títulos. En Budapest se nombró como «Lost childhood»; en Londres, «Lost childhood and the language of exile»; en París, como «Mother, motherland, mothertongue». La trilogía de conferencias fue organizada por Judit Szekacs-Weisz, Kathleen Kelley-Lainé y Judit Mészáros. Ese trabajo acabó siendo compilado en un libro llamado Lost childhood and the language of exile (Szekacs-Weisz y Ward, 2004), y se trata de un trabajo que profundiza sobre el tema desde diversos puntos de vista.

Kathleen Kelley-Lainé describe el exilio como una experiencia de crecimiento al abandonar aquello que teníamos anteriormente. Menciona que todos nacemos en un lugar geográfico, lo que es temporal, ya que nuestro verdadero nacimiento es el de la psique, que nos otorga un verdadero sentido de pertenencia y un lugar en el mundo. El ingreso del ser humano al mundo implica la capacidad de simbolización que nos enfrenta con la muerte como fin último e irrevocable. En ese punto es que cada uno de nosotros pierde la inocencia de la infancia y se transforma en un exiliado de ese paraíso primero que recuerda el lugar del origen. En ese instante, surge la nostalgia entre la pérdida del paraíso de la infancia y el deseo de poder recuperarlo.

La lengua del exilio repentinamente se apodera del lento proceso de simbolización y creación de metáforas. Cuando «la infancia perdida» se combina con la pérdida de la tierra, de la lengua materna, de los olores, de los sonidos y de los sabores de la «madre», allí es donde «la infancia perdida» se transforma en real más que simbólica. […] Por eso, cuando el terror de la pérdida se transforma en real, ya no podemos jugar con la metáfora del «fort-da», ya que quedamos marcados y atrapados en la «lengua del exilio». (Kelly-Lainé, 2004, p. 7)

La autora señala que el lugar del exiliado queda marcado por la imposibilidad de la elaboración de la pérdida de la tierra de origen a través de la metáfora del fort-da, ya que el exilio implica solo el fort y no habilita al sujeto a cerrar el círculo al no estar habilitado para hacer la vuelta hacia atrás, da. Describe las mismas pérdidas primarias que ocurren en la migración, pero con el gran impedimento que implica la imposibilidad del retorno, ya que el exilio, por definición, no lo permite.

La psicoanalista húngara Judit Szekacs-Weisz nos dice que las ondas migratorias posteriores a la Segunda Guerra fueron impulsadas por la búsqueda desesperada de los sujetos para continuar vivos y anclados con la esperanza de tener una vida mejor para ellos y sus hijos. Los cambios de contexto propiciaron en los sujetos diferentes formas de elaborar esas pérdidas, y eso fue escuchado por los psicoanalistas en los consultorios, así como vivido por los mismos en la vida del exilio. El peligro aparecía siempre como una lección fundamental de supervivencia para todos los sujetos nacidos después de la guerra. En esa Babel de lenguas y culturas, estos profesionales se constituyeron como psicoanalistas que participaban en un mundo terapéutico multilingüe. El trabajo, enfocado en la lengua y las barreras para expresarse y entenderse, llevaba a encontrar una mejor traducción simbólica de los diversos estados mentales. De ese modo, apelaban al hallazgo de recuerdos olvidados, que eran importantes para pacientes y analistas. La autora describe así un espacio psicoanalítico de un analista implicado tanto en la consulta como en la experiencia de vida. Indica el lenguaje como un espacio transicional de mutua creación, dentro del cual la comprensión, los malentendidos y las incomprensiones en las diversas lenguas permiten esos movimientos de salir de la soledad al interactuar y compartir con otros la misma situación de vida.

A partir de las tres conferencias, los participantes se situaron en un territorio que no era solo multilingüe, sino también multidimensional, definido y modelado por la historia, la política, la economía y las transformaciones socioculturales de la época. De esta manera, el psicoanálisis se sitúa al lado de otras ciencias para intentar arrojar luz sobre una situación difícil de definir por una única óptica y que lleva a un enriquecimiento cuando es iluminada por varias miradas científicas.

Kathleen Kelley-Lainé señala que no es fácil elaborar racionalmente la pérdida del contexto familiar en la migración, ya que el entorno familiar opera como una segunda piel que todo sujeto da por garantizada y que contiene un entorno sin palabras, que abraza a los sujetos a partir de las percepciones iniciales del mundo circundante. La autora indica que «el exilio puede significar la pérdida del mundo de cada uno», pero el aprendizaje de la lengua del exilio aparece como una posibilidad que ayuda a lidiar con las pérdidas, en un intento de reparación de los cambios y daños propiciados por la migración/exilio. Podríamos pensar el aprendizaje de la lengua del país de migración como un intento de búsqueda de restauración de aquella segunda piel perdida, ahora restaurada, para que opere como un contexto conocido que otorgue seguridad y amparo al migrante.

El psicoanalista y sociólogo John Clare (2004) subraya algunas ideas sobre la aventura de la migración: «La llegada a un lugar extranjero tiene la calidad del sueño. La nueva lengua/localización coloca al individuo en un espacio intermedio entre el hogar y la intensidad y vivacidad de la vida en una nueva cultura» (p. 14). El autor nos pone en contacto con una forma de ganancia cultural reservada a aquellos que consigan arriesgarse frente a lo nuevo que las culturas despiertan en nosotros, insertos en el mundo planetario y cosmopolita. Menciona la migración y el aprendizaje de la nueva lengua como un proceso de paso y tránsito de un país con su lengua a otra, movimiento que carga con sí mismo tanto las posibilidades como los obstáculos que ese movimiento implica.

Sin embargo, al lado de las pérdidas también pueden surgir las ganancias subjetivas, ya que cada sujeto y su familia construirán una experiencia singular, en esa demanda que representa un proceso creativo para generar una forma de usufructuar mejor la experiencia y enriquecerse subjetivamente. Judith Szekacs-Weisz (2004) subraya como esencial «permitirse hacer un balance de lo que se ha perdido y de lo que se ha encontrado, a lo largo del paso por el desplazamiento de un país, de una lengua y una cultura a otra» (p. 27). Reflexionamos sobre la importancia de pensar la migración también como una posibilidad de desplazarse de la cuestión de la pérdida para permitir así una apertura a una experiencia de novedad y aprendizaje. Cada sujeto elabora lo vivido de su forma particular, pero es importante permitir evaluar conjuntamente las ganancias junto con las pérdidas en la migración.

Mencionamos las migraciones sin excluir el sufrimiento que toda migración implica por las pérdidas y dificultades para situarse y orientarse en el nuevo contexto, extraño y desconocido. Un largo proceso de conocimiento y reconocimiento del territorio de migración debe ser hecho por el extranjero, tanto interna como externamente, en el ambiente a ser habitado. El desplazamiento migratorio tiene un precio subjetivo que debe ser pagado, y es por eso que Kathleen Kelly-Lainé (2004) menciona que «el aprendizaje de la lengua del exilio significa tener que lidiar, vivir con e intentar reparar la pérdida, y aceptar constituirse en un extranjero, foreigner, étranger (palabra que en francés significa extranjero y también extraño y bizarro). Ser un extranjero significa “no ser” como los demás» (p. 7).

La condición de ser extranjero puede obstruir el crecimiento o permitir al sujeto una elaboración y transformación psíquica y vincular, dependiendo de cada caso singular. Se trata de una experiencia singular intrasubjetiva para cada sujeto, pero en vínculo intersubjetivo con aquellos que comparten la migración o con las nuevas relaciones de la tierra de acogida, así como con lo transubjetivo o sociocultural, que abarca la cultura que queda atrás y la nueva cultura en el país de migración.

Desde el punto de vista psicoanalítico, sabemos que toda elección trae consigo una pérdida porque en el momento en que el sujeto opta por cambiar de vida y espacio de trabajo, deja de dar continuidad al recorrido de vida que estaba teniendo. Dentro del espectro de las pérdidas, bien sabemos que tenemos un abanico importante de formas con las que los sujetos logran atravesar esa situación y elaborar el proceso. Algunos sujetos logran construir una experiencia subjetiva que los hace crecer y perfeccionar aptitudes que no sabían que tenían, mientras que otros sujetos pueden quedar fijados en las pérdidas, sin presentar posibilidades de sobreponerse a las mismas. Consideramos que los sujetos se enfrentan con un amplio espectro de maneras de encargarse de la experiencia de migración, que puede partir de una experiencia de enriquecimiento personal y vincular hasta llegar al umbral traumático, psicoanalíticamente hablando.

Por otro lado, en su carácter de «diferente a los demás», el extranjero trae riqueza a la convivencia con los «locales», ya que ofrece la oportunidad de otra mirada sobre aquella realidad que para los locales puede aparecer como naturalizada. El asombro del extranjero frente a algo con lo que los locales no se sorprenden puede ser un reorganizador de viejas convicciones locales y ofrecer una propulsión y un reordenamiento de cosas ya cristalizadas en la nueva tierra de acogida. Señalamos así cómo, en su libertad por desconocer los códigos locales, el extranjero puede prestar un importante servicio de perfeccionamiento y aclaración a los locales del nuevo país.

Entendemos el proceso de migración y exilio como un proceso vincular[1] en el que los sujetos construyen un modo de vivenciar la experiencia del lazo social, con la pareja y la familia, por un lado, y con el país de acogida en la tierra extranjera que los recibe, insertándolos en la cultura del país anfitrión, por otro. En los vínculos se juega el proceso de migración como un espacio de novedad y creación de vida o de fractura y falla subjetiva para transitar y vivir la experiencia. Este proceso vincular incluye sujetos que elaboran dicha experiencia conjuntamente con otros para convertirse, ellos también, en otros. Describimos, así, una elaboración intrapsíquica que solo se puede hacer intersubjetivamente.

En la migración y en el exilio se desarrolla un movimiento interno de ida y vuelta, de las marcas de la cultura de origen a las marcas de las nuevas culturas, lo que obliga al sujeto a crear una gran plasticidad interna que habilite ese movimiento de ida y vuelta de unas a otras. Jacqueline Amati-Mehler (2004) resalta que «la organización mental multilingüe […] [puede] a veces aumentar la riqueza, plasticidad y el desarrollo general de la red simbólica. La reformulación interna del viejo patrimonio psíquico en la nueva lengua representa no solo una simple operación de “traducción” o “conmutación”, sino un aumento en su significado» (p. 174).

La psicoanalista polaca Eva Hoffman (2004) comparte que «el apego a la primera lengua y al origen, si el sujeto puede transportarlos con éxito de un lugar a otro, son la fuente de apegos posteriores, los cuales permiten amar nuevos mundos y amar el mundo de nuevas maneras» (p. 65). Así, define y delimita al migrante y el exilado que consiguen apropiarse de la lengua del país extranjero al que llegaron y elaborar así el tránsito de un país a otro, de una lengua a otra y de una cultura a otra. Este sería un punto en que ambos procesos se asimilan, y se presentan también otras variables que los hacen diferir.

Sigmund Freud frente a la pérdida de la lengua materna en el exilio.

Sigmund Freud fue forzado a exiliarse por la Segunda Guerra Mundial, que lo sometió a la búsqueda de un país que los amparara a él y a su familia ayudándolos a evadir las fuerzas nazis que los arrestarían por el hecho de ser judíos.

Trabajaremos ahora sobre el proceso vivido por Freud en función del cambio de lengua en el país de exilio. Estos hallazgos fueron hechos por mí, y pienso que sirven para ilustrar, en general, los procesos psíquicos frente a los cambios de país, lengua y cultura.

Al relatar las primeras experiencias del exilio, Freud escribe una carta a Max Eitington el 6 de junio de 1938 y transmite su euforia frente a la llegada a Londres, donde siente que todo es irreal, como si fuera un sueño, y constata que en su cuarto tiene ventanas que dan al jardín, lo que lo lleva a comparar su casa de veraneo en Grinzing. Al principio, frente a la sensación de haberse salvado de los nazis y sentirse seguro en Londres, lo invade un sentimiento de alegría. Después de ese período inicial, comienza a aparecer el sentimiento de pérdida: del hogar, de la lengua, de los sonidos, olores y sabores familiares. Buscaremos otros materiales que ilustren este momento.

Con la inauguración del Museo Freud de Londres, encuentran los manuscritos del diario que Freud escribía en hojas sueltas y que siempre estaban encima de su escritorio, y deciden compilarlo y publicarlo. El diario comienza con relatos de Viena y continúa en Londres. Lo nombran Crónicas breves, título que hace alusión a un relato periodístico de la vida de Freud en el que cita de manera aleatoria los eventos vividos cotidianamente. Esta faceta de Freud periodista permite que al escribir no piense en el lector porque está anotando eventos de su vida cotidiana para sí mismo. El diario está teñido en los últimos años por dos eventos paralelos: la invasión nazi en la Segunda Guerra Mundial, situación por la cual la familia Freud tuvo que emigrar a Londres, y su estado de salud muy deteriorado, a pesar de haber superado en varios años las previsiones médicas. La cercanía con el fin de la vida, la guerra, el exilio y su enfermedad son el telón de fondo en el que Freud escribe su libro El malestar en la cultura.

El exilio fue un acto desesperado de la familia Freud para evitar el cerco nazi, al mismo tiempo que cumplían un sueño de infancia de Freud, que era vivir en Inglaterra, y su deseo más íntimo de «morir en libertad» (Freud, citado por Molnar, 2000, p. 19). Sus medio hermanos se habían mudado a Manchester, y Freud siempre tuvo muchos vínculos con la cultura inglesa, además de hablar y escribir inglés perfectamente, pero persistió un obstáculo:

 Algunos días después de la emigración, el 11 de junio de 1938, Freud escribió al psicoanalista suizo Raymond de Saussure: «[…] tal vez le haya pasado desapercibido el único punto que el emigrante siente de forma tan particularmente dolorosa. Es —inevitable decir— la pérdida de la lengua en la que vivíamos y pensábamos, aquella que nunca conseguiremos sustituir por otra, a pesar de todos los esfuerzos de empatía. Es con dolorosa comprensión que observo cómo formas de expresión, no obstante familiares, me fallan en inglés, y hasta cómo ello intenta resistirse a renunciar a la escritura gótica familiar». (Freud, citado por Molnar, 2000, p. 19)

Vemos cómo Freud transmite su dolor por la pérdida de la lengua materna y siente que eso constituye un estorbo a la hora de expresarse. El director de investigación del Museo Freud en Londres, Michael Molnar, cuenta, al citar la carta, que Freud sabía inglés, italiano, estudió francés en París con Charcot, aprendió español con su amigo Silberstein, con el que se escribían cartas, había aprendido en el colegio dos lenguas muertas —griego y latín—, pero, aun así, la lengua seguía siendo un obstáculo. A pesar de tener una cultura políglota, la lengua materna parecía ser su mayor referencia a la hora de expresarse.

Molnar advierte que Freud nos está contando sobre la lucha interna que se debatía en su inconsciente (ello), entre la escritura gótica y la escritura latina. La escritura gótica persistió en la lengua alemana hasta el siglo XX; sin embargo, escribir en alemán significaba escribir en letra gótica. Por otro lado, escribir en inglés significaba escribir en letra latina. Aquí nos enfrentamos al debate interno de Freud, entre el abandono de la lengua materna para comunicarse en la lengua anglosajona y la adopción de la letra latina como forma de aceptación de la migración y de la lengua del país que lo había acogido.

El diario estaba escrito en una mezcla de dos lenguas y de dos formas de expresarse; «incluso en su limitado registro, hay pequeños reflejos del “exilio de la lengua” del que Freud se quejaba para Saussure» (Molnar, 2000, p. 19). En el momento de la invasión alemana a Austria, esta es señalada con un epitafio en latín, Finis Austriae, que Molnar (2000) entiende como «frase que está sobrecargada de implicaciones: entierra un país y una cultura por entero, como si no hubiera más nada para decir, al mismo tiempo en que menciona el triste consuelo de una perspectiva universal de los tiempos difíciles (p. 19). El único punto en el que escribe en inglés en el diario es cuando señala un evento relacionado con los judíos, la Noche de los Cristales Quebrados, momento en el que Freud intenta distanciarse de este porque lo impacta fuertemente. Sin embargo, a excepción de algunas fechas anotadas en inglés, nunca más lo retoma en el diario como lengua de expresión; «incluso en este nivel mínimo de expresión, la inercia de la lengua materna prevalece, escrita o hablada, las palabras todavía estaban demasiado cargadas de un peso oculto para ser despreocupadamente transpuestas» (Molnar, 2000, p. 20).

La mayor parte de las consultas que recibió en sus últimos años en Viena fueron de extranjeros, ya que la situación económica hacía difícil a los pacientes vieneses el acceso al análisis. Freud venía comunicándose y trabajando en varias lenguas diferentes del alemán, principalmente el inglés; «mucho antes de la política de llevar Freud al exilio, la economía ya le impuso una lengua extranjera en su trabajo» (Molnar, 2000, p. 20).

Pero fue una paciente de esa época —H. D.—, por cierto muy sensible por ser poeta, quien puso en palabras el modo de comunicarse freudiano:

Él podría estar hablando griego. El hermoso tono de su voz tenía una manera de sacar una locución o una frase en inglés de su contexto (de su contexto asociado o, mejor, de la lengua en su totalidad), de tal forma que, aunque hablaba inglés sin ningún rasgo perceptible de un acento, aun así estaba hablando en una lengua extranjera. (Molnar, 2000, p. 20)

La poeta nos describe un Freud siempre extranjero, al remitirse a su lengua y tierra natal; sin embargo, quedan las huellas en él de lo que denominaba «la lengua en la que se vivía y pensaba» (Molnar, 2000, p. 19).

Conservamos, por consiguiente, este hallazgo sobre el parecer y las reflexiones del creador del psicoanálisis ante la pérdida del alemán como lengua materna para expresarse.

El exilio de Freud y su familia tuvo varios obstáculos a ser tramitados psíquicamente, y vemos cómo, a través del material encontrado, el autor del psicoanálisis transmite el proceso de duelo interno que estaba viviendo, tanto en función de la pérdida de la lengua materna y de la tierra de nacimiento como en referencia a lo social y cultural. La situación de exilio impuso a Freud una dura prueba de realidad que coincidió con su enfermedad al final de la vida; no obstante, Sigmund Freud siempre continuó con su copiosa escritura psicoanalítica, y dejó un rico y abundante legado para los que se interesan por el psicoanálisis y su visión de mundo como legado para ser disfrutado por generaciones y generaciones de pensadores posteriores.

Pensando en la lengua

La lengua ayuda a visualizar el tránsito intercultural en la medida en que afianza la lengua pasada para dar espacio a la nueva lengua del país al que se migra. Nos preguntamos: ¿Cuáles son los procesos internos que se desarrollan cuando el sujeto aprende una segunda, tercera o cuarta lengua? ¿Cómo podría expresarse, partiendo de lo más profundo de las emociones, sino a través de la lengua materna?

Pensamos que elegir la lengua materna como vehículo de comunicación colabora para que los sujetos puedan expresarse libremente, sin tener ese obstáculo capaz de trabarlos. La psicoanalista argentina Marina Selvatici (2007) destaca que,

el análisis realizado en la lengua de los pacientes se constituye como un dispositivo que ofrece una membrana imaginaria que mediatiza los excesos difíciles de metabolizar. Frente a un verdadero desgarramiento de las envolturas psíquicas que la migración genera, la creación de una membrana constituida por la lengua en común, diferente de la del país en que se realiza el análisis, representa la construcción de una especie de envoltura narcisista transicional que podrá ser, a su vez, objeto de análisis. La membrana lingüística que rodea a pacientes y analista remite a lo que Anzieu denomina como el espejo sonoro, previo al visual. Si pensamos junto a Anzieu que la necesidad de sobre investir la envoltura narcisista parece como la contrapartida defensiva de […] un fantasma de piel desgarrada, la posibilidad de crear una nueva matriz para ese yo piel, que presenta déficits en sus funciones de excitación, se constituye en una nueva construcción psíquica. […] la membrana sonora de la lengua compartida no es un mero depósito de sensaciones, imágenes y afectos, sino que se constituye en una experiencia transicional que busca nombrar y comunicar las mismas experiencias. (p. 6)

La lengua materna es un factor importante que traza una aproximación entre sujetos porque estos sienten que los vínculos parecen ya portar un tejido preestablecido, el cual los ampara al compartir un idioma común. Tal vez eso encubra cierto padecer a la hora de expresarse en la lengua extranjera, ya que parecería que solo la lengua materna posibilita expresarse de modo más auténtico y claro.

Para la psicoanalista húngara Caterina Koltai (2011), «los sujetos al hablar en la lengua materna la nombran como un territorio, lo que explica por qué los inmigrantes mencionan rupturas y travesías, en un pasaje del heimlich, de la lengua perdida, al unheimlich, que implican esos otros lugares extranjeros» (p. 1). Reconocer esa ruptura representaría la elaboración de un luto por la lengua materna abandonada y obligaría al sujeto a un trabajo psíquico que implica apropiarse de la migración junto con la pérdida de la lengua referente. Aquel que emigra tiene que cuidar ese paso de una tierra a otra, de una lengua a otra, de un universo conocido a uno por conocer y descubrir. Este proceso presupone un trabajo psíquico de elaboración y de aceptación del cambio. En la medida en que el cambio pueda ser pensado como ruptura, algo del heimlich conocido se rompe, dando espacio al descubrimiento de aquel unheimlich que aguarda por ser descubierto. Solo a partir de la elaboración del cambio es que ese universo nuevo que aparece frente a los ojos del inmigrante puede comenzar a ser tramitado, conocido y aprehendido. Se trata de un movimiento de abandono que habilita a la conquista de un nuevo universo: si el sujeto se apropia de lo que abandonó activamente, conseguirá hacerse dueño de su propia elección, apropiarse de la tierra para la que emigró y adueñarse, por lo tanto, de la nueva lengua.

El psicoanalista francés René Kaës (1998) enfatiza, respecto al tema de la lengua:

En un pasaje sobre el análisis de la migración entre los pueblos, «dijo Dios a los pueblos cuando les atribuía una lengua: a los egipcios, ustedes hablarán el egipcio; a los griegos, ustedes hablarán el griego; a los franceses, ustedes hablarán el francés; a los alemanes, ustedes hablarán el alemán; pero a un pueblo que habita el sur de Egipto, cerca de Sudán, Dios les habría dicho: hablen lo que quieran». (p. 63)

El autor hace mención a la situación de pérdida de la lengua como unidad cultural de pertenencia a un código común, como si fuera el abandono de Dios. Destaca cómo el sostén de los lazos sociales tiene que ser hecho de forma violenta en un acto de confirmación, pero, por otro lado, marcaría una situación de exilio como necesaria para pertenecer a esa cultura. En la libertad citada al pueblo del sur de Egipto, haría una alusión a una lengua creada, por debajo de la lengua materna, pero con la habilitación de un habla más libre y vinculada al deseo de ese pueblo. Tal vez esté haciendo alusión a la lengua hablada por los pueblos inmigrantes, que deben acceder a una lengua intercultural, marcada por el paso por las variadas culturas a las que están expuestos.

La lengua queda en un lugar de privilegio al definir la cultura y hacernos pertenecer a un código común con otros, así como refuerza un nivel de pertenencia a una determinada comunidad porque nos hace sentir que formamos parte de ella con seguridad y continuidad. En el otro extremo, frente a la pérdida de la lengua como referencia compartida, los sujetos se encontrarían en una situación de exilio y expulsión, en sentido metafórico, es decir, no incluidos en ningún código común. La necesidad de pertenencia imprime a los sujetos, en el campo social, una cuota de violencia que tiene que ser recorrida como precio a pagar.

La lengua extranjera también podría permitir al sujeto decir aquello que en la lengua del país natal sería intolerable y difícil de ser escuchado por él mismo. Como señala un paciente expatriado: «Solo puedo hablar mal de mis padres en portugués, en francés no podría decir lo que estoy diciéndote aquí». De ese modo, dice en una lengua extranjera lo que no se puede decir en la lengua materna. Vemos cómo la lengua aquí aparece como un objeto intermediario, que permite decir aquello prohibido para ser dicho y escuchado en la lengua materna, relacionada con el país de origen y sus objetos primarios. Parece que la nueva lengua burla los rigores del superyó, que permanecen vinculados inconscientemente a la lengua materna. De esta forma, la nueva lengua funcionaría como un superyó auxiliar. Así, el paciente logra decir en la nueva lengua aquello que aparecería prohibido de decir en la lengua materna. John Clare (2004) nos dice que «los viejos dolores pueden ser experimentados de manera diferente en otra cultura y expresados ​​de forma renovada en la lengua de aquella cultura, tal vez el levantamiento de las inhibiciones ocurre cuando es posible escapar de la sensibilidad materna» (p. 15).

La pérdida de la lengua materna como medio para comunicarse corresponde a una pérdida del lazo con la cultura de origen y la ruptura con el marco conocido, por el cual las personas circulaban y del que se sentían parte. Este tránsito acarrea un choque cultural, ya que el extranjero se ve participando de otra cultura, sin conocer sus códigos implícitos, y, para llegar a comprenderlos, sería necesario un proceso intersubjetivo de apropiación de los códigos de la nueva cultura. Para comunicarse y expresarse, la lengua materna se ofrece con una membrana protectora imaginaria que genera una situación de amparo ante la pérdida de los referentes sociales y culturales que lo identifican e integran al contexto social conocido.

Nos preguntamos: ¿Qué rasgos inconscientes circulan a través de la lengua? ¿Cómo transmiten los sujetos los más profundos sentimientos, deseos y anhelos? Cuando un extranjero percibe que puede comunicarse con otra persona en una lengua conocida, se siente menos expuesto a diferencias y a situaciones de sentirse extraño. Un migrante dijo: «Llega un momento del día en el que no puedo seguir tratando de entender lo que se dice en portugués: es como si bajase la cortina. No escucho más portugués y estoy en mi propio mundo y en mi idioma. Empiezo a hablar con mis compañeros de trabajo en español, no puede soportar más; creo que ni me doy cuenta de que hice el switch. Me siento aliviado al saber que no tengo que esforzarme más».

Este inmigrante plantea una paradoja, abandona la lengua del país de inmigración para comunicase en la lengua materna, pero utiliza un término en inglés, switch, estableciendo así una situación que va en contra del sentimiento de refugio en lo conocido y heimlich que estaba tratando de relatar. Estamos frente a una construcción de la interculturalidad.

Vemos cómo se vivencian la lengua materna y la lengua extranjera una al lado de la otra. Una como un lugar de amparo en lo conocido y otra como desconocida, trayendo un registro del sentimiento de unheimlich por lo amenazador de la experiencia y también como lo ajeno, inexorablemente opaco. Esta figura, como espacio de encuentro y desencuentro al mismo tiempo, parece dibujar una frontera entre lo conocido —familiar— de la cultura de origen y un espacio desconocido —de alteridad— inquietante.

Cada lengua tiene sonidos peculiares, por su sonoridad y por el acento que se usa al hablarla, remitiendo a la temporalidad en el modo de hablar e intentar comunicarse, algo que no puede ser abandonado conscientemente. Algunos autores discuten cómo la lengua se vincula con la propia función materna, como un hallazgo primitivo que el sujeto guarda en forma de sonidos precoces que remiten a una vuelta a la tierra natal ligada con la lengua materna. Lo extranjero aparece no solo en las palabras utilizadas, sino también en la sonoridad y el ritmo como factores que operan más allá de lo simbólico en sí.

Ante la exposición a varias lenguas, el sujeto intercultural se va modificando. Nancy Houston y Julia Kristeva cuestionan las estructuras primarias como aquellas que permanecen solo grabadas en la lengua primaria o lengua materna, abriendo espacio así para la interconexión con la nueva lengua adquirida en la inmigración. Al respecto, Eva Hoffman (2004) enfatiza en que

la integridad de las verdades de la infancia se mezclan con las divisiones de la duda adulta. Cuando hablo polaco ahora, estoy infiltrada y permeada por la declinación del inglés en mi cabeza. Cada idioma modifica al otro en los cruces con este, y lo fertiliza. Cada idioma hace al otro relativo. (p. 32)

Tal vez, para estos sujetos la lengua empiece a asemejarse a la torre de Babel, constituyendo una lengua propia, producto de todas las culturas conocidas a través de la convivencia y el intercambio de espacios comunes. Nos enfrentamos con una instancia intercultural que surge por medio de la lengua cuando los sujetos se ven expuestos a diferentes idiomas, diferentes culturas y diversos universos geográficos.

Mucho queda para seguir pensando. Dejemos nuestras ideas abiertas para que otros puedan tratar de darles alguna respuesta y que perduren con un movimiento de crecimiento y creación en espiral.

 

Bibliografía

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[1] Trabajo basado en la teoría del psicoanálisis de las configuraciones vinculares, que considera que el sujeto nace en vínculo y organiza su experiencia de vida entre otros y con otros. La migración también es pensada a partir del sujeto inserto en los vínculos que lo acompañan en ese devenir de intensos cambios y en la cultura que siempre aparece como telón de fondo, también constituyendo subjetividad.

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