Pluritemática - 12 marzo, 2019
El fantasma de Helena
por Victoria Morón

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De todas las mujeres de la antigüedad clásica, ninguna ha tenido tal poder de sugestión y de carga erótica unida al carácter huidizo e inasible de su ser, como Helena. Digo “mujeres” aunque no pertenezca a la categoría de lo humano ni de lo divino, porque es a la vez mito y personaje literario. Comparte esa condición con muchas otras: Andrómaca, Clitemnestra, Casandra, Hécuba, Penélope… Todas ellas han ocupado lugares importantes en la epopeya homérica y la poesía trágica, pero solo Helena es portadora de un misterio inherente al puro mito.

Mi propósito no es recorrer nuevamente lo que el lector conoce acerca de su papel en la guerra de Troya, sino presentar una versión mucho menos conocida del mito, que se aparta de la tradición homérica, y que supone que lo que Paris llevó a Troya no fue a la propia Helena, sino su eidolon (fantasma, simulacro). Para llegar a eso debemos igualmente referir lo que Homero recoge y elabora, hacia el siglo VIII A.C., del material mítico y narrativo que la tradición le suministra.

La versión homérica

Sabemos que el rapto (¿?) de Helena fue la causa legendaria de la guerra de Troya, aunque  La Ilíada solo se ocupa de un episodio ocurrido en el último de los diez años de esa guerra, y que se refiere a la cólera de Aquiles y sus consecuencias. Pero Helena y el juicio de Paris está en el origen, no relatado por Homero sino por epopeyas hoy perdidas.[1] El juicio de Paris (hijo de los reyes de Troya, aunque todavía no reconocido como tal), debía dirimir la disputa entre tres diosas: Hera, Atenea y Afrodita, eligiendo a la más hermosa, a quien la diosa Eris (Discordia) había destinado una manzana de oro. Cada una le había ofrecido a Paris un don si era elegida; lo prometido por Afrodita, finalmente preferida por el joven, fue el amor de Helena de Esparta, la mujer más bella de la tierra. Tiempo después, Paris, ya príncipe de Troya, es enviado a Esparta, reino de Menelao y su esposa Helena. Menelao debe ausentarse, y el huésped seduce a Helena y huye con ella a Troya, cumpliéndose así los designios de Afrodita. Como consecuencia, todos los aqueos, acaudillados por Agamenón, hermano de Menelao, irán a tomar venganza contra los troyanos. En tanto motivo de la guerra, es la representación de la catástrofe. Esquilo (Agamenón) la llama “destructora de naves”, “destructora de hombres”, “destructora de ciudades”.

La primera aparición de Helena en La Ilíada tiene lugar en el Canto III, cuando Paris y Menelao se van a enfrentar en un combate singular, y el que venza “llevará a casa mujer y riquezas” y los demás jurarán la paz. Homero no la describe, sino indirectamente, a través del comentario de los ancianos de Troya: “No es reprensible que los troyanos y los aqueos (…) sufran prolijos males por una mujer como esta, cuyo rostro tanto se parece a las de las diosas inmortales.” (III, 155). En el mismo sentido, Príamo no la considera culpable, sino a los dioses. En la concepción griega, tanto Paris como Helena son instrumento de la voluntad de los dioses, de la misma manera en que éstos intervienen permanentemente en el mundo de los hombres.

En cuanto a Helena, no solamente en Homero, sino en ningún otro autor, vemos descripción de su belleza, porque su imagen es una y toda la belleza femenina. No por azar, cuando en la cocina de la bruja Fausto ve en el espejo la imagen de una mujer que lo arrebata, y bebe el elixir de la maga, Mefistófeles comenta que pronto verá una Helena en cada mujer. Se dice que Zeuxis, famoso pintor de la Grecia antigua, del cual nada se ha conservado, cuando iba a representar a Helena, convocó y examinó a distintas jóvenes, para elegir de cada una un rasgo sobresaliente de belleza.

En el referido Canto III, Helena está en el palacio, tejiendo “muchos trabajos que los teucros, domadores de caballos, y los aqueos, de broncíneas lorigas, habían padecido por ella en marcial contienda.” Con este admirable recurso, el microrrelato reproduce, en la tela que el personaje  está tejiendo, lo que el macrorrelato  narra   en la voz del aedo, la propia guerra de Troya. No es la única vez que Homero emplea este recurso. En La Odisea (VIII, 487-536)       Demódoco, el aedo del palacio de los reyes feacios, canta las desventuras del regreso de Ulises ante el propio héroe, que llora conmovido cuando oye el relato de su propia historia ya convertida en tema del canto. Este juego especular nos remite a una reflexión de Helena (VI, 358): “(…) a quienes Zeus nos dio tan mala suerte a fin de que sirvamos a los venideros de asunto para sus cantos.”, en una maravillosa anticipación del aforismo de Mallarmé: “Todo en el mundo existe para terminar en un libro.”

      Un fantasma en Troya

Como adelantábamos, hay otra versión mucho menos difundida que la de Homero y que la mayoría de los trágicos, que reviste a la figura de Helena de una carga poética y un sentido simbólico mucho más amplio. Entre los antiguos, esta versión parece originarse en el poeta Estesícoro (Palinodia, s. VI A.C.), y es retomada por Eurípides (Helena). Según esto, Hera fabrica una nube, simulacro de Helena, y se la entrega a Paris, mientras la verdadera es transportada a Egipto. La variante seguida por Eurípides es que el rey Proteo mantiene a Helena en Egipto hasta que Menelao vaya a buscarla, y entrega a Paris un fantasma que la sustituye

La palabra griega que designa a esta imagen es eidolon. Según Vernant (1996), el eidolon es una copia de la apariencia sensible. En tanto que simulacro, toma el lugar del modelo a manera de un doble. Más que por “imagen”, el término griego se traduce como “doble” o “fantasma”. Y eso es precisamente  Helena: en tanto fantasma, nadie puede poseerla, es una figura inapresable. No se trata de una imagen icónica, copia de un objeto del mundo, sino simulacro arrojado al mundo con existencia propia, que sustituye la realidad por la apariencia de lo real. De Pigmalión a la realidad virtual y la simulación digital contemporánea, el simulacro juega con el deseo humano, con la fantasía de una completud ilusoria.

Por muchas razones los mitos griegos han entramado el sustrato cultural de occidente a lo largo de los siglos. Castoriadis (2004:113) entiende que lo que distingue a la mitología griega de la de otras culturas no es su belleza, que puede ser variable, sino que “es verdadera”. La verdad que contiene es del orden de lo poético: un mito no significa, sino que abre un campo semántico en el que cada época y cada individuo reconoce algo auténtico de sí. Odiseo es uno y muchos. No se superponen, aunque provengan del mismo autor, el de La Ilíada y el de La Odisea. Dante, Joyce, Kazantzakis, por citar los ejemplos más ilustres, han leído el mito con la clave que la visión epocal y personal les suministraba.

¿Y qué decir de Helena?

Voy a referirme a dos autores contemporáneos que han retomado esa versión tan poco

conocida del eidolon de la bella. Por un lado, aparece en un cuento del argentino Juan José Saer, En línea. Allí se presenta, como relato dentro del relato, la historia de dos soldados griegos que conversan mientras hacen guardia ante los muros de Troya. El más joven dice saber de buena fuente “que esta Helena que Paris trajo a Troya no es más que un simulacro, un espejismo que un rey hechicero, horrorizado por el secuestro de la reina, fraguó en Egipto para engañar al seductor y preservar la castidad de Helena.”

El informante del joven le habría revelado también que el único medio para saber si el cuerpo era verdadero o un mero simulacro, era exponerlo a la primera luz del alba. Si era verdadero, el rayo imprimiría su sombra en el suelo, pero si no lo era, “el cuerpo empezaba a tornasolarse (…), se volvía translúcido, transparente, se desvanecía en el aire” hasta que el rayo de luz pasaba de largo, y entonces volvía a adquirir su apariencia engañosa.

El soldado viejo es escéptico, pero acepta hacer la prueba, y juntos esperan el amanecer. Cuando llega el alba se ve la figura encapuchada de Helena acercándose a la muralla, que atravesada por el rayo, se tornasola y desaparece por un momento. Pero una sorpresa más grande lo trastorna. Cuando el sol sube un poco más, “la ciudad de Troya y el campamento griego, con sus tiendas y sus mástiles, se vuelven manchas luminosas, se tornasolan, vertiginosos, se vuelven transparentes y después se desvanecen.” Pero más aún, el propio cuerpo del soldado sufre esa transformación y se vuelve “un racimo intenso de luz”.

Comprende que se ha quedado dormido por unos instantes junto a su joven compañero, y es tiempo de volver a la realidad. Pero a pesar de sus esfuerzos, no consigue despertar. Como en Las ruinas circulares de Borges, la disquisición filosófica acerca de la realidad como una certeza ilusoria se vale en este caso del antiguo mito.

A su vez Yorgos Seferis, el poeta griego premiado con el Nobel, vuelve a Helena en el poema homónimo, retomando a través de Eurípides la versión del simulacro. En la voz del soldado Teucro, el dolor y la destrucción de la guerra padecida en Troya no son solo

“Tantos cuerpos arrojados

a las fauces del mar, a las fauces de la tierra; tantas almas

entregadas como trigo a la piedra de los molinos

(…)

Por una túnica vacía, por una Helena.”

Es la constatación amarga del sinsentido de tanto dolor padecido en Troya, que es el epítome de todas las guerras. Los hombres han sido juguete del capricho de unas diosas, se han inmolado, no ya por una mujer sino – ironía suprema, que nos abisma en el absurdo -“por una túnica vacía.”

“si en verdad

otro Teucro, después de años,

o algún Áyax o Príamo o Hécuba

o algún desconocido, alguien anónimo, que sin embargo

vio un Escamandro rebosante de cadáveres,

no tiene en su destino oír

al mensajero que viene a decir

que tanto dolor tanta vida

fueron al abismo

por una túnica vacía por una Helena.”

 

Referencias bibliográficas

BORGES, J.L., “Las ruinas circulares”, en Ficciones, Emecé, Bs. Aires, 1956.

CASTORIADIS, C., Lo que hace a Grecia. De Homero a Heráclito, F.C.E., Bs. Aires, 2006.

GRIMAL, P., Diccionario de la mitología griega y romana, Labor, Barcelona, 1966.

HOMERO, LA ILÍADA, trad. de L. Segalá y Estalella.

———–     LA ODISEA, trad. DE L. Segalá y Estalella.

LATTIMORE, R.,  The Iliad of Homer, The University of Chicago Press, 1951.

SAER, J.J., “En línea”, en Cuentos completos (1957-2000), Seix Barral, Bs. Aires, 2004.

SEFERIS, Y., “Helena” en Seis poetas griegos, Selección y trad. de Horacio Castillo, Colihue, Bs. Aires, 2000.

VERNANT, J. P., Entre mito y política, F.C.E., México, 2002.

 

 

 

   

 

 

[1] Para el caso, Cypria, atribuida a Stasinos de Cypria.  Ver: Lattimore, R. (1951), Prólogo a The Iliad of Homer, The University of Chicago Press, U.S.A.

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