Pluritemática - 11 abril, 2024
Tres minutos con Barbie: podés elegir ser todo lo que tú quieras
por Carlos Cholo Gómez

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La película Familia, que fui invitado a comentar en el ciclo Parentalidades, es un buen ejemplo de un padre singular y, como dijo una de las participantes de estos encuentros sobre parentalidades (parafraseo), el espacio analítico se constituye como refugio de la singularidad y busca esa singularidad en cada discurso con el que se arropa el individuo.

No es mi intención repetir los comentarios que hice sobre la película . Luego de haber escuchado  atentamente los dos primeros encuentros del ciclo, quisiera compartir el siguiente comentario, que surge de algunas de las asociaciones que hice durante los encuentros.
En uno de los trabajos presentados para la discusión, se daba cuenta de una viñeta escuchada en una esquina, una conversación entre madre e hija: «Una niña cuenta a su madre aquello que a su amiguita le gusta jugar y dice: fulana es nena porque le gusta jugar a las muñecas (y cuenta más detalles del juego de su amiga tratando de explicar la razón de por qué su amiga es nena). Madre: Pero vos cuando seas grande podés ser todo lo que tú quieras, nena o varón, eso no importa, podés elegir ser todo lo que tú quieras».

Este discurso de la madre tiene un asombroso parecido con el discurso que aparece en los primeros tres minutos de la película Barbie (2023 Dir. Greta Gerwig), cuando dice: «Porque Barbie puede ser cualquier cosa, las mujeres pueden ser cualquier cosa. Y esto se ha reflejado en las niñas de hoy en el Mundo Real». Esta película, producida por Mattel (la empresa que fabrica las muñecas Barbie), merece ser considerada como uno de los comerciales más largos de la historia. Es un maquillaje a la marca para estar a tono con el feminismo y la lucha contra el patriarcado y convierte discursos justos en un pastiche superficial, de plástico, como Barbie, y con una sola finalidad: vender una muñeca y actualizar una marca, vestirla al uso del momento.

No importa cuán nobles, justas y pertinentes sean las causas que buscan la igualdad de derechos de mujeres y hombres, la postulación del fin del patriarcado, el fin de la discriminación racial o la aceptación de la diversidad sexual, en la era de la ideología capitalista, todas las causas son frivolizadas y convertidas en cebos de la máquina del consumo.

El capitalismo no es solo una teoría económica, es una ideología. Uno de sus principios es: el cliente siempre tiene la razón, y el individuo es, ante todo, un cliente, un consumidor. Si el cliente quiere feminismo, diversidad sexual y racial, lo va a ofrecer como cebo para que el cliente consuma con satisfacción sus productos.
Este método del capitalismo está naturalizado y se traslada a todos los campos del quehacer humano, incluso a campos tan sensibles como la educación, la salud y el arte cinematográfico. Cada vez hay menos diferencias entre cliente y alumno, cliente y paciente, consumidor y espectador.
No es extraño que muchos individuos se vean a sí mismo como clientes que compran bienes y servicios y que quieren satisfacción porque pagan. Todo se compra, todo se vende, todo es pragmatismo, herramienta, gestión, hasta las emociones se gestionan ahora.

Todo es razón, cálculo, método, paso, tip, fórmula, algoritmo, inteligencia artificial (con minúscula).
Las parentalidades también están atravesadas por la ideología del capitalismo. No es raro observar que hay personas que al ejercer la función parental tienden a pensar que cuando surge una problemática en torno a su función, puede comprar soluciones en un mercado que está atento a sus necesidades: alcanza con ver la proliferación de libros «para» el tratamiento de infinidad de problemas que se relacionan con las infancias.
Tal vez, uno de los desafíos del Psicoanálisis, en estos tiempos de la ideología del capitalismo que impera sobre toda la sociedad, sea el de resistir esta lógica de consumidores y prestadores de servicios. Después de todo, pienso que el cliente siempre tiene la razón, hasta que llega al análisis.

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