Pluritemática - 4 octubre, 2019
El personaje y la mujer
por Juan Carlos Capo

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Tarea titánica la del fotógrafo francés, Tom Volf, en su paciente y sacrificada labor de búsqueda de los registros testimoniales de esta Diva del Bel Canto, (N. Y. 1923-1977), que dejó una huella indeleble en los archivos de la ópera del siglo XX. María Callas  fue su nombre de artista, abreviando su apellido griego. Ella emigra a Grecia-comenzaba la guerra- a los catorce años de edad, sin terminar los años escolares, y en el país de sus padres, ingresó al Conservatorio, “diciendo su primera mentira”, según sus propias palabras. Era una muchacha alta, de amplio pecho y gruesos brazos, aparentando más edad de la que tenía, y de ahí en adelante avanzó a ritmo acelerado en el canto lírico.

Pocos años después, en su vida de luminaria  impar que ya tempranamente refulgía, se aboca a recrear  los grandes personajes de la ópera italiana, predominantemente: Lucía de Lamermoor, Violeta de La Traviata, Lady Macbeth, Tosca, Medea (que también Pasolini, con María Callas, llevó al cine), Norma de Bellini. El documental apunta, sutilmente, que en la recreación de este último personaje, María, precisamente, cuando lo cantaba, quedaba exangüe, y no fue una sola vez que le pasó, pidiéndole al maestro Bellini, que la perdonara. Las suspensiones que se repitieron más de una vez la fueron obligando a tomar repetidos y prolongados descansos.

 

 

María da entrevistas a periodistas americanos que preguntan bien y ella contesta mejor. Pero sus afirmaciones precisas, firmes, errantes, erradas, dan patético testimonio de una verdad esquiva en la vida de la diva. Ello no afectaba, todavía, sus cuerdas vocales de soprano magnífica, pero sí destellan sus otros anhelos secretos, apartados en la espera. En la rueda de entrevistas múltiples que, complaciente, concedía, se recogen algunas pistas. ¿Dónde quedó María? Es una de las cuestiones. Esa podía haber sido la vida de una mujer que se hacía madre, que tenía hijos, que hacía feliz a su esposo, y recíprocamente alcanzaba ella la felicidad. No pudo ser. Otro fue el destino, dice María Callas. Pero, por otro lado, acechaba la diva “como una tigresa”, así la llamaron muchas veces los medios, o la cuestionaban, interrogándola si era “temperamental”, cosa que la enfurecía. Sus herramientas fuera del escenario eran escasas, cultivó verdaderamente algunas amistades, por ejemplo, la maestra española de canto Elvira de Hidalgo. Otras compañías no llenaban su soledad: solo sus grabaciones, sus cuadernos de recetas, sus libros inexistentes, “no soy una intelectual”, declaró, con sinceridad y nobleza. Por supuesto que no lo era. Tenía como compañía  la de su marido italiano, también su perrito Toy. Y después irrumpía la corriente de sus vuelos transoceánicos, los representantes de la prensa, los fotógrafos, que se abalanzaban sobre ella y no la dejaban marchar, a modo de avalancha que  no le daba respiro. Comienza el tour de viajes en recitales inolvidables: Nueva York, Chicago, Roma, París, Dallas (cuando rompe contractualmente con el Met, en Nueva York). Dice verdades que no vulneran el daño de la realidad, la rutina de la danza de nombres, sus repetidos partenaires, con quienes ni alcanza a  ensayar, “diez barítonos, diez tenores desconocidos”, se queja al borde del quebranto. Las interrupciones, en medio de las funciones, por perder la voz,  la sumen en el pánico, se dibujan círculos de repetición. Ella quiere hacer otra cosa. Pero paradigmáticamente allí está Norma, uno de sus personajes que ella vivía como turbador, y Norma la espera,  y ella canta exultante, reponiéndose de la tristeza, el aria de las Habaneras, punto alto del documental de Volf. María Callas está impecable, magnífica, conmovedora.

Ese canto al amor (de Bizet) “al amor que es un pájaro rebelde que no podrá gobernar”. Es que, continúa el Aria, “el amor es un  bohemio que nunca, nunca conoció la ley” o también: “Si no me amas, te amo/si te amo, ¡cuídate!” La farándula, los periodistas, los fotógrafos de los medios, la cercaban, le impedían caminar, querían  sorber más de la savia de aquella diva del Bel Canto. Ella daba  por descontado que una cantante de ópera, tenía que hacer valer sus dotes dramáticas, que también las tenía. Pero María descuidaba el cuidado de  su voz, a ello se añadía la tensión que la doblegaba, desde un  matrimonio desgraciado, también desde la amistad hiperidealizada con el poderoso astillero griego Aristóteles Onassis, con quien ciegamente, buscó en vano coronar su singular ilusión. (La flamante viuda Jackie Kennedy, que constituía para Onassis, apetecible ejemplar para su colección, le robó a María la presencia, la incondicionalidad, la idealidad de un amor imposible, al que María, obstinadamente, locamente, se aferró hasta el final).

María Callas falleció en Nueva York en 1977, abatida por un infarto.

No cesó nunca de declarar de un inexistente tour por venir, que, también, no llegó nunca.

 

María Callas: en sus propias palabras. Francia, 2018. Documental.

Dir.: Tom Volf. Con María Callas (y la voz en off de Fanny Ardant).

 

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