Pluritemática - 20 septiembre, 2021
Las burocracias
por Juan Carlos Capo


 

Estar vivo es poder recordar a “la gata Tobita” o la tira cómica de “Educando a papá”, con los papeles centrales jugados en los protagónicos por “Trifón y Sisebuta”. (Salían en el diario de la noche). Una primicia de la tradición alimentaria uruguaya la traía “Pilón”, infatigable degustador de hamburguesas cuando todavía no se llamaban así. “Lorenzo y Pepita” te ilustraban de los estupores renovados de Pepita y los sándwiches  que Lorenzo se hacía para enfrentar su insomnio. Salían en un suplemento en colores de otro diario. El western lo introducía “Red Ryder” y “Castorcito”, un niño indio y pará por ahí. No existía  entonces ni  el origen ni el ser ni el ente, ni el “origen de la familia, de la propiedad privada y del estado”.

Estar vivo es recordar fugazmente “las esperas”: podía ser la de los tranvías, la cola para sacar el abono, lo que te permitía viajar en el transporte colectivo con libertad o hacer la cola de un cine donde daban una de “Laurel y Hardy”.

Estaba la espera de cuando fuiste ocasionalmente con padre a comprar directamente al frigorífico la carne que convenía, por más barata y te comías un “plantón” de aquellos y rozaste el cuerpo de una muchacha. O esperar a padre o madre por misteriosas paseos y haberes, que consistían en inexplicables “plantones” reclinado en una vidriera, o en una cerca, hasta que volvieran. En el cruce de la calle te podía salir al cruce desde la lengua viperina de un adulto intruso que te veían solo y te  mentaban el Consejo del Niño o el Asilo, sin más.

Las respuestas apuradas estaban hechas de óxido burocrático. El mal genio de los guardas  en los tranvías, algunos eran abusadores, cuando los niños eran los pasajeros solitarios.

La impaciencia de los funcionarios públicos detrás de la fortaleza de los mostradores cuando tenías que sacarte la primera célula de identidad, donde te certificaban que eras alguien y que te llamabas fulano de tal y tenías que firmar. El burócrata desgraciado actuaba y no  te concedía un minuto más de paciencia y te hacía un bollo con el papel empezado y lo tiraba a la basura. Fue tu primer manuscrito rechazado.

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