Pluritemática - 9 julio, 2018
Lolita
por Victoria Morón

lolita

Lolita apareció, hace más de sesenta años, como una novela maldita. Pornografía, dijeron. Cuatro editores norteamericanos rechazaron su publicación, hasta que fue editada en París en 1955, y esta novela escrita en inglés por un ruso emigrado recién se publicó en los países anglosajones en 1958. Fue un éxito de venta, mayormente por malas razones. Es de imaginar la frustración de muchos lectores: esperaban encontrar  descripciones obscenas en la relación de un cuarentón con una chica de doce años, y se encontraban con referencias literarias (que desconocían, claro), humor, ironía, deseo y obsesión; buscaban variados juegos sexuales y se topaban con múltiples juegos de palabras.

Como ocurre con las grandes obras, el personaje epónimo se convirtió, como Don Quijote, como Mme. Bovary, en un mito de la modernidad, y pasó a ser, en el imaginario de potenciales lectores, la figuración de una nínfula seductora. En ese sentido, es interesante observar cómo la carátula de un libro, que es en sí misma una interpretación, anticipa y sugiere la recepción de un texto. La penúltima edición de Anagrama, por ejemplo, muestra el rostro de una adolescente bien maquillada, mirando por sobre unos lentes de sol con forma de corazón, con un chupetín entre los labios rojos. La misma editorial, en la edición 2018, ilustra la tapa con el dibujo muy estilizado de una jovencita en cuclillas, rostro oculto por el cabello, con el torso atravesado por una llave con que se da cuerda a un juguete. De cualquier manera, no es ella la protagonista, sino el propio narrador, su padrastro. Es a través de su relato, de su propia subjetividad, que accedemos a Lolita.

Ese relato es la confesión-justificación escrita por Humbert Humbert (tal es su seudónimo), a los jueces que lo juzgarán por asesinato. Va dando cuenta de su fascinación por las chicas púberes, de su llegada a un pueblito de Nueva Inglaterra, su casamiento con la viuda Charlotte Haze para estar cerca de su hija Lolita, y la muerte casi inmediata de la mujer en un accidente. Humbert se hace cargo de la huérfana, seducida-secuestrada, (la extorsiona con el argumento de que si él va a la cárcel, a ella la llevarán a un orfanato) y narra el periplo de sus relaciones en un viaje de huída durante dos años atravesando Estados Unidos de norte a sur y de este a oeste, hasta que Lolita se fuga con un hombre a quien HH dará muerte después de una tortuosa búsqueda.

Bajo la advocación de E. A. Poe

El narrador, europeo culto y políglota, da  como origen de su fijación sexual con chicas púberes, su historia de un amor adolescente destruido por la muerte de la amada. En ese relato de los orígenes (o de lo que él considera tales) hay una identificación consciente y plena con otro amor casi infantil contado y cantado por Poe en uno de sus poemas más famosos, Annabel Lee. “I was a child and she was a child,/    in this kingdom by the sea;/but we loved with a love that was more tan love/ I and my Annabel Lee.”

La vida y la obra de Poe emergen como un leit motiv en la primera parte de la novela. ¿Acaso Poe – se justifica HH – no se casó con su prima Virginia, de trece años? La proximidad incestuosa también los asemeja: una prima, una hijastra. Y el lector se inquieta: admitimos con un poco de asombro, pero con naturalidad, esa unión por parte del poeta, y nos escandalizamos ante HH. Convendría tener en cuenta las palabras del propio Nabokov en cuanto a la moral de una novela, esta o cualquiera. “Para mí, una obra de ficción solo existe en la medida en que me proporciona lo que llamaré, lisa y llanamente, placer estético, es decir, la sensación de que es algo, en algún lugar, relacionado con otros estados de ánimo en que el arte (curiosidad, ternura, bondad, éxtasis) es la norma.”[1] Como obra de arte que es, no todo lo que ofrece se muestra abiertamente. Aunque el narrador le muestra al lector la afinidad de su historia de amor con la de Annabel Lee, cuenta  poco acerca de su vida que no esté en la esfera de su obsesión por Lolita, pero en un momento, y ya lejos de estas referencias, asoma en él un vago recuerdo de su madre muerta,  en la primera infancia de HH. Como la madre de Poe, claro, solo que en ese momento, es el lector el único que establece la conexión.

Aunque esté en el lugar más visible, el vínculo con Poe no es la única  referencia literaria ni mucho menos. En realidad, toda la obra está estructurada en una red de intertextualidad que incluye a Joyce y Proust, a Shakespeare, Rimbaud, Lewis Carrol… y un largo etcétera. Es que la novela tiene un primer nivel de lectura, el anecdótico, que por sí solo provee el placer de un texto ágil, humorístico y dramático a la vez. A partir de ahí, las distintas capas semánticas hacen de ella un clásico moderno por su profundidad intelectual y su refinamiento verbal.

“¿Por qué tengo que leer historias acerca de maníacos?”

Así resume Nabokov en el referido postfacio de la novela, las quejas de algunos lectores bienpensantes. No sé por qué tendrían que leerla ellos, pero sí sé por qué induciría yo a leerla a aquellos que son, simplemente, lectores, y estas son mis razones.

A diferencia de lo que hace suponer el título, el protagonista es HH. Lolita ocupa el centro de lo narrado, no de la narración, porque Lolita es el centro de la obsesión de amor y deseo, de lujuria, ternura y egoísmo del hombre que abusa de ella. Es a través de su conciencia que se construye este relato en primera persona, y esto que parece un elemento formal es clave para comprender la estructura de la novela y su efecto sobre el lector. La conciencia del narrador protagonista  es el prisma que refleja, en su  subjetividad, no “los hechos” sino su propia percepción de los mismos. Esto hace que el yo narrador desplace del foco de su conciencia los elementos culpógenos del relato, aunque no tanto como para que pasen inadvertidos a la percepción del lector. Por ejemplo, en una de las tantas estancias en moteles, fingiendo ser un padre con su hija, Humbert va a buscar el desayuno mientras ella está en la cama. “¡Qué encantador era llevarle el café con leche a Lo para negárselo hasta que hubiese cumplido sus deberes matinales!” (p. 202) O la interminable búsqueda de atracciones turísticas con que entretener el aburrimiento de Lolita, ese aburrimiento que enmascara su desvalimiento y su hastío de prisionera, “y donde ella preguntó, à propos de rien, cuánto tiempo seguiríamos viviendo en cabañas hediondas, haciendo marranadas a todas horas y sin portarnos nunca como personas normales.” (p. 195). “Ahora, hurgando en mi memoria, recuerdo que en aquella ocasión, al igual que en todas las similares, obré según mi costumbre, que era ignorar los estados de ánimo de Lolita y consolar las heridas que causaban a mi alma envilecida.” (p.353)

Humbert Humbert es un hombre seductor, atrae a las mujeres, pero también – y esto es lo fundamental – seduce al lector, con su inteligencia, su sentido del humor. De ahí que la ambigüedad moral del personaje se proyecte en los sentimientos encontrados que suscita en el lector, sumido en la complejidad humana a la  que nos enfrenta la literatura.

Aquello que había comenzado como el primer amor adolescente de Humbert, no consumado sexualmente por la muerte de su amada  a los trece años, queda congelado en la búsqueda de ninfas sucedáneas, hasta que en el encuentro con Lolita, al tiempo que alcanza el clímax pospuesto, deriva en la sordidez de una historia de abuso que aún así coexiste con el amor. “Lo bestial y lo hermoso se juntaban en un punto, y es esa frontera la que desearía precisar.” (p. 165) Es, en ese sentido, una historia acerca del deseo humano, el deseo de “perfecciones infinitas que colman el abismo entre lo poco concedido y lo mucho prometido…”

Es asimismo una novela que explora el tema del doble de manera magistral, desde el seudónimo del protagonista, pasando por ciertas imágenes de espejos y reflejos, por la ansiedad persecutoria que le produce un supuesto (¿imaginario?) detective, hasta el enfrentamiento final con Clare Quilty, su rival (Lolita ha huído con él), en una persecución borgiana del otro que es el (él) mismo.

Se podría decir, también, que el lenguaje es otro protagonista, en el sentido de que lo anecdótico queda atrapado en las redes de ingeniosísimos juegos de palabras, calembours (perdidos en la traducción), alusiones literarias y guiños lingüísticos: “Dolores Disparue”, “Arthur Rainbow”, “¡Lector! Bruder!”, o “the portrait of the artist as a younger brute” son breves ejemplos; en ellos se asoman Proust, Rimbaud, Baudelaire y Joyce. Y finalmente, para que el lector tenga una idea de lo que se pierde en la traducción, compare el comienzo del capítulo 1 (Primera parte) en la traducción española, con la música del original:

“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.”

“Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul. Lo-lee-ta: the tip of the tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo. Lee. Ta.”

 

*Nabokov, V., Lolita, Anagrama, Col. Compactos, Traducción de Francesc Roca, Barcelona, 2018

__________________, Penguin Books, Great Britain, 2015

[1] “Acerca de un libro titulado Lolita”, postfacio de Nabokov a Lolita.

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