Pluritemática - 25 julio, 2018
Oleaje de sueños
por Juan Carlos Capo

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El realizador argentino, Adrian Biniez, radicado entre nosotros, que debutara con muy buena pegada, en Berlín, con “Gigante”, (2009), haciéndose acreedor al Oso de plata, y compartió el Premio Alfredo Bauer a la mejor opera prima, y también al Cóndor de plata del cine iberoamericano, nos entregó como segundo opus, “El 5 de Talleres”, (2014) y ahora esta “Las olas”, una realización heteróclita, intimista, cuya materia está hecha de cosas varias concernientes a las subjetivas presencias de los variados personajes que aparecen sobre el escenario, y que tienen que ver con  Alfonso, una especie de acuanauta, refractado en multiplicidad de criaturas que se dan a ver en el film: juegos de niños, juegos sexuales de los muchachos, juegos del amor y del azar, juegos de un retorno que vuelve a recomenzar.

Es un cine que ha de sorprender a más de un espectador, puesto que Biniez  se aleja de lo que podía ser un relato de trama lineal, realista, racional, bien hilado, con todas sus costuras firmes y bien atadas, para culminar en un final a modo de síntesis que redondea lo precedente. Pues no.

“Gigante” ya mostraba una trama original en que el protagonista, Horacio Camandule, era el amo, el cerebro del gigantesco hipermercado, dueño de todas las miradas, con el manejo de la central de vigilancia del monstruo, hasta que surgía, inopinadamente el amor, en sesgo cómico, ofrecido en la aparición de una  dependiente de juego drolático y silente,  jugado por la actriz Leonor Svarcas, quien desbarataba el lugar de omnipotencia, desde donde Camandule-Biniez, sorbía el mundo con su mirada.

En el segundo film, el No. 5 de Talleres, Esteban Lamothe es un jugador al filo de su trayecto de futbolista, sale a la cancha y ahí el juego de las miradas vira. El  protagonista sale a jugar los últimos partidos, y una vez más se expone a ser mirado (y denostado) por los hinchas, los dirigentes, los jugadores contrarios, su misma pareja, ya que tampoco allí las cosas se dan, como la descontable estrella del espectáculo de la vida espera.

Las vueltas del destino, los pliegues de la trama, mostraban que Biniez-Lamothe resultaba no ser dueño ni de la cancha, ni del mundo, ni tampoco resultaba ser el número Cinco en el juego, ni tampoco  en el laburo ni menos en el amor.

 En “Las olas·, es Alfonso Tort, (muy bien, con su máscara noble, con sus visajes  que expresan ora el dominio, ora el pavor, ora el desencanto, ora la ternura, ora la crueldad) quien  compone una suerte de Ulises, que emerge de las aguas, y emprende el camino de regreso a Ítaca. Son reconocibles las influencias de Carlos Saura, (rastros de “La prima Angélica”), de Jean-Luc Godard, con su sintaxis fragmentaria, de Wolfgang Goethe, con su mensaje de “Poesía y verdad”. Acá la materia está hecha de onirismo y poesía; mejor: de la materia con que están hechos los sueños, como se lee en “La tempestad” shakespeareana, y Alfonso emerge de una y otra playa onírica, con restos fragmentarios de sus sueños, apretados en sus manos húmedas, transidas de humor, vacío, drama, desencuentro, interrogantes lanzados al mundo, desde la soledad, a merced del oleaje de los sueños, en  original, valioso y exigente film, que no duda en zamarrear a su espectador, desacomodándolo dialécticamente.

“Las olas”. Uruguay.-Argentina.2018. Dir.: Adrian Biniez. Con Alfonso Tort; Julieta  Zylberberg.

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