Pluritemática - 12 febrero, 2019
Soberbia revelación estética
por Juan Carlos Capo

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El film es impactante, quizá porque el espectador es sorprendido por las primicias de un nuevo creador griego, que extiende sobre la mesa sus credenciales. Él lleva adelante el ensamble de su magna realización, sin descuidar un solo detalle. Y no puede el director Lathimos sino deslumbrar al receptor de esta historia de intrigas en la corte de la reina Ana, en Inglaterra, alrededor del siglo XVIII, cuando el reino estaba en guerra con Francia.

Y el ojo de la cámara, viaja por el recinto de los lores, por los corredores y habitaciones de palacio, revestidas de muebles que hicieron época, por enormes creaciones pictóricas, por gobelinos; luego la cámara desciende a la cocina, a los patios, a los rincones más oscuros y distantes, aunque no tan secretos, como se podía suponer. Porque el film no revela, no devela acá las cosas sexuales, panoplias del erotismo, de los frutos tóxicos del bosque que incluyen las derivaciones del poder, y que se muestran como frutos impúdicos y bien visibles  para “el ojo caníbal” del espectador, quien contempla azotes, trampas, corridas de conejos vicariantes de la ausencia de hijos, competencia de patos, que prefiguran las de galgos de futuros siglos; y el ojo se posa luego sobre los criados, sobre   los pajes de palacio, impedidos de mirar y de hablar. Y el viaje continúa afuera, por los prados barrosos de la periferia, por las sombras de la noche, enfocando una cabalgata de buscadores, armados de teas, y rastreando a una mujer que se ha perdido en la inmensidad de tinieblas de ese rincón de la historia, y de la ficción sobre esa historia.

La bodega de esta nave que es el film está  colmada de personajes fascinantes. Uno, es la reina Ana, quien sobrelleva las secuelas de una gota, debido a su voracidad cárnica, a sus ingestas de dulces y de alcohol; pero además debe dirigir la nave del estado, atendiendo a su mano derecha, Sarah Marlborough, quien no duda en enajenar su vida, al servicio de su reina, quien también es su voraz amante. A este inquietante dúo inicial, se habrá de sumar un tercer personaje, una criada, Abigail, cuyos lazos de parentesco con Ana y con Sara, no son de ignorar, pero Abigail será ignorada, y recibida en palacio como un mueble casi listo para echar al fuego; o  como una planta estéril, que ni sabor ni aroma da. El silencio, los azotes, los insultos, encenderán su furia y su sed de venganza, y Abigail no cejará en devolver golpe por golpe a cada maltrato recibido.

Ella, radiada de palacio, por provenir de una familia miserable, no ofrece sin embargo un existir miserable. Por el contrario, Abigail conoce idiomas, se aguanta azotes, libros que le tiran por la cabeza, invasiones de su cuerpo, por parte de hombres  y mujeres, ante todo de la reina, pero después de un personaje masculino y apolíneo de la corte, con interés secundario de casarse con ella. Abigail acepta y encara acuerdos recíprocos. Sabe lo que es luchar desde los miradores del poder, aunque sean  procedentes de alcobas con hedor a  vómitos, pelucas gigantescas, y platos rotos grasientos de vicio. Música en estacato, recuerdos para Händel, para el moralista Jonathan Swift, a quien los poderosos como la reina temen, mientras Ana, marcha, con su cojera, su lujuria, su mano firme para la guerra, para los impuestos, y para deshacerse de su más preciada dama aliada. La historia la recuerda como una reina que supo hacer su tarea.

Hoy el cine la evoca, a través de un espléndido cuarteto de cámara, formado por la Colman, la Weisz, y la Stone, y a cual de ellas está mejor. El cuarto integrante es el director Lathimos, que completa este cuarteto implacable, lascivo y poderoso.

“La favorita”, Irlanda,Reino Unidom, EEUU, Dir.: Con Olivia Colman, Rachel Weisz, Emma Stone.

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