Pluritemática - 3 mayo, 2019
Un acontecimiento: Astor Piazzolla
por Juan Carlos Capo

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El mismo Astor Piazzolla, con su fascinación y su misterio, con su impar y nueva creación, que daría a luz una nueva música inédita, inaudita, que habrá de nacer a la luz del viejo tango y habrá de trascenderlo, siendo y no siendo de ahí en adelante una filiación únicamente tanguera, Esto fue posible luego de luchar consigo mismo y con un ambiente conservador de guardia vieja, que se lo quería comer por renegado y subversivo. Y ambos bandos sabían que ninguno cejaría en la lucha. Pero el que triunfó en esa contienda fue el músico, con su restallante triunfo creador, un tango para oír y no para bailar, un tango para escuchar y para pensar el abanico de resonancias que despertaba.

El film es presentado, por el realizador Daniel Rosenfeld, a Piazzolla hijo. Daniel, pasivo, es por momentos absorta escucha, en otros, activo relator, proveyendo  los suplementos al director cuando éste le cuenta a un azorado, y  demasiado azorado hijo, los planes bocetados para el film que todavía no había visto la luz. Iniciales tramos  muestran los casetes  que se echan a andar y dejan oír los testimonios de Diana, hija mayor de Astor, mujer de letras, militante peronista, pero también mujer creadora que destacara en la poesía, -su Balada “Réquiem para un malandra”, fue una de las primeras musicalizaciones de Astor-. Otro casete deja oír lo buena cantante que  era Diana cuando cantó una milonga que Piazzolla había puesto música a unos versos  de Borges (milonga que también cantó Edmundo Rivero; pero Borges prefirió la versión “que cantó la muchacha”). Astor y Diana estaban enfrentados en política: ella le dijo al padre: -“si estuviéramos en guerra y vos fueras mi enemigo, si te tenía que darte un balazo, lo hacía”- deja oír también uno de los casetes. Y es por ahí que Daniel toma la palabra y cuenta cuándo le tocó a él enfrentarse a su padre: Daniel le comentó a Astor que estaba dando un paso atrás, y esa declaración arrojó la consecuencia que por diez años la comunicación padre-hijo quedó cortada. Las locuras, las intemperancias de un Piazzolla insoportable, la impotencia en un saludo a Videla,  surgen sabiamente en este ajustado y punzante documental de Rosenfeld, que muestra cómo poco a poco Astor fue haciendo su obra desde las conminaciones brutales iniciales del padre, ese venerado “Nonino”, que le impuso un bandoneón y una enseñanza, a sangre y fuego a un tierno púber, pero la acción brutal   dio en el blanco. “Ma qué analista ni analista”, fue el corolario que extrajo Astor en tiempo de concluir.

El músico se empieza a descubrir peregrino, hombre de a pie, apretado siempre por la prisa, por la disconformidad permanente con lo hecho, dibuja con sabio temblor su marcha de expatriado: de Buenos Aires a Mar del Plata, de Buenos Aires  a Nueva York, desde aquella infancia de pibe tullido, cuando tuvo que soportar múltiples operaciones que sufrió en Nueva York por su pie bot, la decisión de los padres de detener la procreación, abrumados por las cauciones ante las deformidades en el pie, y los tormentos que ellas le significaron a su único, idolatrado hijo. Los ambientes en que pasan a vivir los Piazzolla fueron los del Bronx neoyorkino, en los tiempos de la ley seca, a la sombra de los dominios de la mafia y del brazo de su protección. Entretanto Piazzolla lidiaba con un nuevo Nocturno de Chopin, y estudiaba los clásicos, esos clásicos, que Jacobo Fijtman, un poeta loco, internado en un hospicio, le dijera: “¿Le gusta Bach?” “Claro que me gusta Bach” fue la respuesta de Astor. El poeta le acotó “porque Bach amaba su muerte”.

Pero la narración de Rosenfeld no es cronológica, no es lineal, sabe acomodar los adelantos y los retrocesos, como si se pudiera rebobinar o desplegarse, parar y retroceder y avanzar en la recapitulación del carrusel de los casetes de la vida del músico.

Los años del triunfo se alcanzaban laboriosamente. Astor armaba un quinteto, un octeto, pero enseguida lo disolvía, sus necesidades se realizaban en la medida que destruía lo creado, para poder ver más despejado el camino que se abría hacia adelante y correr hacia él. (Despertando el recuerdo de los creadores que no quieren saber más con lo escrito, uno piensa en un Kafka, en un Gogol. Un día, Astor agarró todas sus partituras y les prendió fuego, cuenta Daniel). No hay que temer en dejar atrás el pasado y avanzar hacia el futuro, le confesaría Astor al azorado Daniel.

El film se detiene, hace una parada necesaria, cuando en un triunfo a punto de consolidarse, Astor debuta en el “Flamboyant”, un cabaret de Puerto Rico, aprestándose a tocar, le llega a Astor la noticia que Nonino está por morir si no se ha muerto ya. Astor cumple con su compromiso artístico y luego bajo la cruz de atormentadas horas, compone una de sus grandes creaciones: “Adiós, Nonino”, como tocante obituario musical.

Astor comparece con una sinfónica en el Colón, ejecutando el hermoso recordatorio dedicado al padre a quien no pudo ver ya más en vida.

El exilio lo atormentaba, extrañaba Buenos Aires, pero no la Buenos Aires de las noches ni la Buenos Aires de las milongas, en el Tabaris, tocando conTroilo, o aún con la enésima  de sus formaciones. Anhelaba un público que lo respetara, silencioso, que no lo quisiera para bailar, quería un público para pensar. Quería hacer pensar con su música, Nadia Boulanger, maestra insigne, le enseña que tiene que sacar de sí el Astor Piazzolla, que está adentro, y la maestra le pide que toque un tango. Luego de oírlo, Nadia  estampa su sentencia: “He ahí al real Astor Piazzolla”.

“Cuando no pueda con mi columna, con mis huesos, y no pueda sostener el peso del instrumento, dejaré de componer”, se oye la voz de Astor, haciendo esa confesión, desde otro casete. “Es como el peso del tiburón”, agrega, “cuando no pueda más con el tiburón, querrá decir que no podré más con el bandoneón”.

 

“Piazolla, los años del tiburón”. Coproduccción: Argentina, España, Francia. 2018. Dir.: Daniel Rosenfeld. Documental

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