Revista#6 -Miedo | 15 junio, 2021
El arte, el miedo y … su estandarte
por Irene Macek

Memling-Juicio final - Harrieta

Cuando se escucha la palabra miedo surgen varias consideraciones dentro de un abanico de posibilidades, dado que puede tratarse de un peligro real, hasta la angustia imaginaria. Es una sensación negativa que nos lleva a emociones desagradables, fobias -que son síntomas-presentes en la vida de cada persona; donde cada uno lo podrá gestionar (o no) a su manera.

El miedo está plasmado en la pintura, la literatura, la escultura, el cine, el teatro, la música y la arquitectura. Aparece en los cuentos infantiles muy divulgados, tan presentes y fatigados, como mentara Borges.

Dentro de las obras de arte ha sido tratado de varias formas, ya sea a modo de “fantasma” o de acciones concretas; como sucede en el Expresionismo, donde aparece la metáfora, caso del cine con Noferastu, Drácula, El gabinete del Dr. Caligari, M…el Maldito e innumerables opus que se pueden agregar.

El paradigma en la literatura, sobre un tema que hoy nos atañe, podría estar en Edgar Allan Poe con su narración “La máscara de la muerte roja”. Se trata de un pueblo donde se instala una epidemia-homologable a la actual pandemia- causada por un virus, nominada por los lugareños, La muerte roja. Las contingencias que surgen a partir de esta situación básica, lleva a la reflexión sobre este hecho. Otros cuentos a destacar, como surtidores de miedo son El gato negro y El corazón delator.

En el Romanticismo alemán temprano, es Novalis quien dice: “Cuando cifras y figuras dejen de ser la clave de toda criatura (…) cuando vuelva el mundo a la libertad, de nuevo vuelva el mundo a ser mundo otra vez (…) entonces una sola palabra secreta desterrará las discordias de la tierra entera…”.

Más contundente, más sombrío y pesimista es Baudelaire en “Reversibilidad”: “…conoces las arrugas? / Y el miedo a envejecer, y este horrendo tormento…” o en “Himno a la belleza”, “…de tus joyas el horror no es menos encantador. Y la muerte entre tus más caros dijes…”.

Trasciende, cercano Neruda, en “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”. Se puede leer en el poema VIII “…Soy el desesperado, la palabra sin ecos, el que lo perdió todo y el que todo lo tuvo…”

No se debe excluir el efecto paradojal y simbólico que acompaña a contenidos que surgieron para atemorizar, y con la mirada actual resultan hilarantes. Un ejemplo sería, las gárgolas de las catedrales de la Edad Media, período donde el infierno era amenazante, tanto qué en su declinación vital, Dante escribiera “La Divina Comedia”.

La interrelación de las artes ha dado como resultado, la inspiración en la creación de otros autores, y así han surgido obras relevantes, movilizadoras en el alma sus observadores.

En el tríptico de Memling -pintor flamenco- “El Juicio Final” se puede contemplar en los laterales, quienes entran en el Reino de Dios y quienes estarán condenados al Infierno.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   

 

Esta representación nos ubica en el miedo colectivo impuesto por una época, cuya variación sigue a través del tiempo, superponiéndose a los miedos individuales que se debe transitar.

Otro “Juicio Final” lo encontramos en el Renacimiento.

Obra de Miguel Ángel del 1541, pintada en el altar de la Capilla Sixtina.

En la parte superior está Jesucristo rodeado de Santos. Se trata de la resurrección de los muertos, que se divide entre los que ascienden a la diestra del Señor y los que bajan en la barca hacia el Averno.

Esta tendencia religiosa se va esfumando a través del tiempo para dar lugar a representaciones impactantes y en algunos casos hasta revulsivas.

Un exponente del Barroco es el Caravaggio, con La Cabeza de la Medusa, pintado en 1597; que Freud señaló allí como la castración

 

 

Es una obra donde se juega con los cóncavos y los convexos, una ilusión óptica muy apreciada en el Barroco, dado que los espejos y lupas eran usados con mayor difusión. El soporte circular representa la forma del escudo de Perseo, quién usándolo como espejo pudo decapitarla. Ella era la única mortal de las Gorgonas. Este tema mitológico resultaba atractivo por el miedo, el horror y el espanto. Fue un motivo recurrente en varios pintores, tal vez Rubens encontró en su Cabeza de la Medusa, de 1618, la esencia de la expresión terrorífica, donde aún después de yugulada, conservaba el poder de convertir en piedra a quien la mirara.

Varios pintores cedieron a la tentación de plasmar relatos tenebrosos, temas que se reiteran en la actualidad.

Es el caso de William Blake, pintor y poeta místico tal vez un tanto delirante, puesto que declaraba que Catherine Bouchard, su esposa, era perfecta.

No obstante, en sus acuarelas se puede apreciar el concepto que tenía hacia las mujeres.

“El dragón rojo y la mujer revestida de sol” (1816) El dragón está pronto para comerse al feto de una mujer embarazada. Esta apocalíptica imagen inspiró la novela “El dragón rojo” de Thomas Harris y películas con el mismo nombre, donde el personaje es el psiquiatra y caníbal Hannibal Lecter.

Continuando por este sendero, encontramos a Goya y sus conocidos temas del período negro, donde se comprueba, que él, no escapa a la influencia de los mitos. Lo podemos ver en: “Saturno devorando a su hijo”, tema tratado por Rubens.

La obra de Goya se sitúa entre 1819-1823 y la de Rubens es 1636-1638.

El Romanticismo y el Simbolismo fueron períodos que promovieron este tipo de modelos artísticos.

Dentro de esta corriente, con un criterio más adelantado –ya que esboza el Surrealismo- aunque se vería mucho más tarde, y rozando el Simbolismo; se puede destacar a Füssli, pintor suizo conocido también por Fuseli.

 

La pesadilla (1781).

Los elementos oníricos estuvieron presentes en las obras de este artista, que fascinado por Shakespeare pintó 70 obras relacionadas a sus textos.

Füssli usa la metáfora, lo ilimitado o la oscuridad; como formas del espacio que sacuden lo más profundo, llegando a emociones cercanas al terror.

 

Las brujas de Macbeth. (1783)

Lady Macbeth sonámbula. (1784)

Se aprecia cómo se conjuga lo macabro, lo erótico y lo violento. Esto lleva a recordar una línea del bardo isabelino:

“De lo que tengo miedo es de tu miedo”.

El Simbolismo fue un período que no estuvo ajeno a estas truculencias, se lo consideró el lado más oscuro y tenebroso del Romanticismo. Se trata de un movimiento del siglo XIX cuyo mayor impacto lo tuvo con Baudelaire –Las Flores del mal– anteriormente citado. De la poesía pasó al resto de las artes, especialmente a la pintura, escultura, música y teatro. La pintura es fantasiosa y onírica, no exenta de melancolía, seducción y manipulación (dentro de un tipo de “mujer fatal”) unido a lo oculto y misterioso.

“El pecado” de Franz von Stuck. (1895).

El autor fue arquitecto, pintor, maestro de Klimt, Kandinsky y Klee. Su obra cayó en desgracia porque Hitler –quién también pintaba- encontró en “La cabeza de la Medusa” de von Stuck los ojos de su madre…de ahí, que sus comentarios fueran elogiosos; aunque el artista nunca tomó conocimiento de ellos.

Por otra parte, el cuadro sistemáticamente asociado con el miedo es “El Grito”. Corresponde al Expresionismo, un movimiento que se gestó con los Prerrafaelistas, ingleses que rechazaban el Academicismo de 1848, buscando lo auténtico, y los Nabis (del hebreo: profeta) franceses que usaban el color para transmitir sentimientos. De ello derivó el Expresionismo, donde importa el mundo de los sueños y representa a los sentimientos, nunca a la realidad, aunque muestra el lado pesimista de la existencia.

 El Grito. Edvard Munch  (1893).

Este lienzo se llamó: “La desesperación”. Munch realizó cuatro versiones de esta obra que cierra una serie de cuadros relacionados con el amor. Y en este caso sería el epílogo del amor cuando desaparece, cuando el amor se trunca. Pese a ello, es llamativa la actitud hierática, de estupor y paralización de las dos figuras representadas en el fondo.

El Expresionismo de este artista fue muy rico, los nazis lo catalogaron de “arte degenerado” y desestimaron sus obras, como la de tantos valiosos pintores.

Otra tela interesante es, “Tarde en la calle Karl Johan” si bien se refiere a un tiempo de primavera, cada uno sacará sus propias conclusiones.

Son figuras solitarias encerradas en su propio mundo, que parece vacío.

Otra forma que han tenido los artistas plásticos de convocar el miedo, ha sido a través de objetos como único discurso. Es el caso de Andy Warhol, mayor exponente del Pop Art (quién por otra parte, presentaba a las sopas Campbell, a Marilyn Monroe y más). Warhol se reitera en la imagen, modifica el color y provoca asociaciones diversas.

 

“La silla eléctrica” corresponde a la serie “Muerte y desastre”.

 No podía faltar en estos “brochazos pictóricos” Blanes, que no sólo es “El pintor de la Patria”, sino un digno reportero, que resuena muy vigente en estos aciagos momentos.

“La Fiebre Amarilla”. 1871.

Esta obra muestra más allá de la epidemia que los mortales están signados, por lo indefenso, lo trágico y vulnerable.

De algún modo el ser humano trata de ahuyentar el miedo y todo lo inherente que pueda descompensarlo. Los artistas son capaces de sublimar a través de sus obras, un sentimiento, una emoción, un dolor; con la sensación de poder vencer las angustias que produce el miedo.

 

 

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