Revista#6 -Miedo | 10 junio, 2021
Lecturas del miedo: las cosas que llevaban los hombres que lucharon de Tim O´Brien
por Gabriela Gadea

Harrieta Styles

 

La propuesta es caminar de la mano de Tim O´Brien llegando a la cita con la angustia, allí donde se articulan cierto número de términos, donde se esperan cierto número de términos.

La angustia es una señal de que todo ello está allí posible de ser sentido, como Las cosas que llevaban los hombres que lucharon. Subrayaré fragmentos de sus historias, que alguien definió como historias de un soldado en una guerra que no comprende.

Pero luego de la señal ¿qué ficción protege?

Parálisis

“Mis padres estaban cenando en la cocina. Recuerdo haber abierto la carta, captado las primeras líneas, sentido que la sangre formaba una especie de velo detrás de mis ojos. Recuerdo que un zumbido resonaba en mi cabeza. No era consecuencia de mis pensamientos, sino más bien un aullido silencioso.

Tendría que haber una ley, pensé… Una ley, pensaba. (…)

Pasé el verano de 1968 trabajando en un matadero frigorífico. Creo que el nombre de mi empleo era “descuajador”. (…)

“Me sentía paralizado. Las opciones parecían ir reduciéndose a mi alrededor, como si me hubieran lanzado por un enorme túnel negro y el mundo entero apretara con fuerza para estrecharlo. No había una salida feliz. (…) Más allá de todo en su mismo centro, estaba el hecho crudo del terror. Yo no quería morir ¡Ni pensarlo! (…) A veces sentía que el miedo se extendía dentro de mí como la mala hierba. Me imaginaba muerto. (…)

“En algún momento de mediados de julio empecé a pensar seriamente en Canadá. .. Al principio la idea parecía puramente abstracta, veía la palabra Canadá impresa en mi mente; pero después de un tiempo podía ver formas e imágenes en particular, los detalles lamentables de mi propio futuro: un cuarto de hotel en Winnipeg, una vieja maleta maltratada, los ojos de mi padre cuando tratara de explicarle el asunto por teléfono. Casi podía oír su voz y la de mi madre. Lárgate, pensaba. Después pensaba: imposible. Y un segundo más tarde volvía a pensar: lárgate.

Era una especie de esquizofrenia. Un desgarramiento moral (…)

“He contado la mayor parte de esto antes, o al menos lo he insinuado, pero lo que nunca he contado es la verdad completa. Cómo cedí. Cómo mientras estaba trabajando una mañana en la cadena de cerdos, sentí que algo se me quebraba en el pecho. No sé qué fue. Nunca lo sabré. Pero era real, eso lo sé, era una ruptura física: una sensación de que algo se resquebrajaba, rezumaba y goteaba. (…)

Huida

“Incluso dos décadas después puedo cerrar los ojos y regresar a aquel porche de la Posada Tip Top. Puedo ver al anciano mirándome. Elroy Berdahl: ochenta y un años, chupado y casi calvo. En una mano, lo recuerdo,  llevaba una manzana verde, y un pequeño cuchillo en la otra. Sus ojos tenían el color gris azulado de una hoja de navaja, el mismo brillo pulido, y cuando los alzó para escudriñarme sentí una extraña sensación, casi dolorosa, una sensación de corte, como si su mirada me estuviera partiendo en dos. Aquello se debió en parte, sin duda, a mi propio sentimiento de culpa, pero incluso así estoy seguro de que me echó un vistazo y llegó directamente al meollo del asunto: un muchacho con problemas. (…)

Una tarde, justo a la hora del crepúsculo, señaló un búho que volaba en círculos sobre el bosque iluminado de violeta, hacia el oeste.  –Eh, O´Brien – dijo. Ahí está la salvación. (…)

El último día, el sexto día, Elroy me llevó a pescar al río Rainny. (…) Durante diez o quince minutos Elroy mantuvo el rumbo corriente arriba por el río picado y gris plateado, después giró recto hacia el norte y puso el motor a fondo…durante un rato no presté atención a nada, sólo sentía las gotitas frías contra la cara, pero después se me ocurrió que en algún momento debíamos haber pasado aguas canadienses, a través de una línea de mundos distintos, y recuerdo un brusco tirón en el pecho cuando alcé los ojos y vi como la orilla opuesta se acercaba cada vez más. Mientras nos dirigíamos a tierra, Elroy apagó el motor y dejó que el bote se balanceara ligeramente a unos veinte metros de la orilla. No me miró ni habló. Inclinándose, abrió la caja de aparejos y se concentró en un flotador y una sotileza, tarareando para sí, con los ojos bajos. (…) Veinte metros. Podría haberlo hecho. Podría haber saltado y empezar a nadar por mi vida. Dentro de mí, en el pecho, sentí una presión horrible, desgarradora. Incluso ahora, mientras escribo, puedo sentirla. Traté de tragármelo. Traté de sonreír, aunque estaba llorando. (…)

“Justo entonces, con la orilla tan cerca, comprendí que no haría lo que tenía que hacer. No me alejaría nadando de mi pueblo natal y mi país y mi vida. No sería valiente. La vieja imagen de mí mismo como héroe, como hombre de conciencia y coraje, no era más que una débil alucinación. (…) Traté de hacer un esfuerzo y saltar por la borda. Así el costado del bote y me incliné hacia adelante y pensé: Ahora.

Lo intenté, de veras. Pero me fue imposible. Había tantos ojos puestos en mí- el pueblo, el universo entero-, que no pude resistir la vergüenza. (…) No tenía nada que ver con la moral. Vergüenza, eso era todo. Y en ese momento me rendí. …

Elroy Berdahl permaneció inmóvil. Siguió pescando. Movía el sedal con la punta de los dedos, con paciencia, mirando con ojos entrecerrados el flotador rojo y blanco sobre el río Rainy. No habló. Y sin embargo su presencia, su muda vigilancia, hacía que todo aquello pareciera real. Él era el verdadero público. Era un testigo. – No pican- dijo.

Vergüenza

“Llevaban todo el bagaje de emociones de los hombres que podían morir. (…) Llevaban el secreto compartido de la cobardía apenas contenida, el instinto de correr o quedarse paralizados o esconderse, y en muchos esa era la carga más pesada de todas, porque nunca podían desprenderse de ella y exigía un equilibrio y una postura perfectos. Llevaban sus reputaciones. Llevaban el temor más grande del soldado, que es el temor a ruborizarse. Los hombres mataban y morían porque les daba vergüenza no hacerlo. Era lo que los había llevado a la guerra en primer lugar, nada positivo, ningún sueño de gloria u honor, sino solo evitar el rubor del deshonor. (…)

Terror

“…por precaución el pelotón se trasladaba solo de noche (…) durante casi dos semanas vivieron una vida nocturna. Era la frase que todos usaban: la vida nocturna. Un truco de lenguaje. Hacía que las cosas parecieran tolerables. ¿Cómo te está tratando Vietnam?, preguntaba un tío y otro decía: “joder es una fiesta bárbara, estamos viviendo la vida nocturna”. (…) Dormían durante el día o trataban de dormir, después al caer el sol, se ponían el equipo y se movían en fila india en la oscuridad. Siempre con una pesada capa de nubes. No había luna ni estrellas. Era el negro más puro que podías imaginar, dijo Sanders, la clase de negro aniquilante que debe haber tenido en mente Dios cuando se sentó a inventar la negrura. Hacía que te dolieran los ojos. Sacudías la cabeza y parpadeabas, pero ni siquiera podías distinguir si estabas parpadeando, porque la negrura no cambiaba. Así que pronto te ponías quisquilloso. Te podían abandonar los nervios. Empezabas a preocuparte acerca de quedar apartado del resto de la unidad, – a solas, pensabas- y después estallaba el pánico real y tendías la mano y tratabas de tocar al compañero que iba delante de ti, tanteando en busca de su camisa, esperando que siguiera allí. (…)

“Al principio el Rata se limitó a hundirse dentro de sí mismo, sin decir una palabra, pero más tarde, después de cinco o seis días cambió por completo. No podía de dejar de hablar. Charla extraña, además. Hablaba de bichos, por ejemplo: de que lo peor de Vietnam eran los malditos bichos. Grandes bichos asesinos gigantes, bichos mutantes, bichos con el DNA revuelto, bichos que eran alterados químicamente. (…) Sostenía que los bichos estaban personalmente interesados en acabar con él. Decía que podía oír a los muy cabrones dirigiéndose a él. Susurraban su nombre. Empezó a adquirir extrañas costumbres. Se rascaba continuamente. Clavaba las uñas en las picaduras de insecto. No podía dejar de excoriarse la piel, haciéndose grandes costras y después arrancándoselas y hurgando en las heridas abiertas. (…)

“Es por la noche cuando las imágenes pueden ser jodidas. (…) Puedo verlo, puedo ver a los malditos bichos masticándome los huesos. Es demasiado, lo juro. No puedo seguir viéndome muerto. (…) Toda esta guerra- dijo ¿Sabes qué es? Sólo un gran banquete. Carne, chico. Tú y yo. Todos. Carne para los bichos. (…)

Escribir

“El problema es que recuerdas porque no olvidas. (…) El tráfico de la memoria se mete en una especie de rotonda en tu cabeza, donde permanece moviéndose en círculo durante un tiempo, pero la imaginación no tarda en intervenir y el tráfico se funde con ella y se dispara hacia abajo por mil calles distintas. Como escritor, todo lo que puedes hacer es elegir una calle y viajar por ella, expresando las cosas a medida que van llegando. Esa es la auténtica obsesión. (…)

“Pero esto también es cierto: las historias pueden salvarnos. Una historia es una especie de sueño.”

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