Revista #3 - Desamparo | 4 octubre, 2018
Entre un mundo y otro. Reflexiones a partir del programa de trabajo promovido “Uruguay Trabaja”.
por Fernando García

 A la orilla de la institución bancaria más importante de Uruguay habitan decenas de personas. En pequeños grupos, con o sin ropa de abrigo, jóvenes y viejos, su habitar se volvió parte de la cotidianeidad de dicho espacio en los horarios en que el banco se encuentra cerrado. La avenida que enfrenta este “paisaje”, es la principal del centro de la ciudad. “Paisaje” porque así se los ve, como una más de la variedad de imágenes del centro de la ciudad.

Del otro lado, marchando en silencio[1] por la avenida, miles de personas sostenían sus pancartas. “Memoria y justicia” reclaman, sin ver la paradoja en la que se encontraban. Su silencio era bien diferente del de aquellos otros. ¿Qué brecha, radical y aplastante, los separa para que no reparen en semejante paradoja? ¿Qué lugar del otro, del otro radical, extranjero, se naturaliza como para que ese ruido quede en silencio? Los grandes carteles pidiendo memoria y justicia desfilaban mientras aquellas personas, si algo tenían asegurado en su vida, era que no iban a saber jamás de ninguna justicia ni de quedar en ninguna memoria.

Trabajar en esa incomodidad entre las políticas sociales y el psicoanálisis es transitar en el meollo de este lugar del otro, entre una “letra muerta”, de lo universal de la política y la ley, y la vivacidad siempre diferente y convocante del sujeto deseante.

Las políticas sociales del gobierno de izquierda tienen ya más de una década. Trabajar en “territorio”, es recorrer este espacio fronterizo, parasitado por sentidos avasallantes. Imaginarizando, de un lado las leyes y discursos del estado, el MIDES – Ministerio de Desarrollo Social-, la salud y sus prestadores, la cultura del trabajo, reglas, obligaciones, hábitos a conseguir para dejar el lugar de excluido… entre otros. Del otro lado, el excluido, una demanda inefable, “salir de la calle” “dejar la porquería esa”…

Las reflexiones que trabajaré, se enmarcan en el programa social Uruguay Trabaja, el cual consiste en un programa de inserción social mediante el trabajo. Trabajo protegido, en tareas de mantenimiento de instituciones públicas, se organiza en grupos de veinticinco, con carga horaria de treinta horas semanales. Este programa busca promover lo que se llama “cultura del trabajo”: un sinfín de normas, organizadores, legalidades, moralidades: cierta forma de economía del deseo, formas de intervenir sobre una sexualidad – descarnada. Un espacio donde se despliega una elite productora de lenguaje, la del trabajo, a la que “representamos”, un uso del lenguaje normativo, que somete al otro. Recordemos la escena evocada al comienzo, hay silencios que hablan y otros que callan.

El programa social Uruguay Trabaja promueve un espacio grupal sostenido en el tiempo -8 meses-, define una población objetivo, el “otro” de la política, tiene objetivos precisos, o sea, es un programa con un componente normativo a priori, y que tiene a sus técnicos trabajando con lo que considero una relación de mutua extranjería: lo que el programa define y “la población objetivo”.  Habría dos territorialidades, instaladas desde el vamos, desde la letra de la ley, que delimita una población objetivo, y los sujetos que no se dejan aprehender. Igual insisto en el condicional porque así como hay algo de esto, también algo inabordable, un adentro y afuera que, como sabemos, nunca es tan claro.

Si algo tiene la frontera es que es un espacio productor de lenguaje. El lenguaje, en cierto nivel, es imposible de someter: siempre hay una acto de creación. Es este hacer con aquello que me es dado lo que quiero y puedo. Como el lector con el libro, el sujeto con las “elites productoras de lenguaje” (De Certau, M.).

La pregunta es qué hacer con todo esto y en este lugar. Cómo nosotros también estamos en jaque, en esta frontera que una y otra vez, en el mejor de los casos, nos acorrala.

Me parece que esta brecha que he venido demarcando, es la de la diferencia (o indiferencia). Estar “enfrentados” es toparse con la angustia, y, entre todos, hacer algo con eso. Así, en este programa, generamos instancias de compartir, de pensar, de hacer junto al otro, algo, en relación a la diferencia. Asambleas, desayunos, comidas o resolución y discusión de tareas laborales, son momentos donde cada uno se pone en relación con la producción de algo nuevo. Es enfrentarnos con una mirada del otro que despierta lo desconocido. Daniel Gil plantea que el sujeto oscila entre el sí mismo (ipse), el igual (ídem), el otro semejante (alter) y el extraño (alius). (Gil, D. 2007:161). El sí mismo necesita del otro, y en el encuentro con este se busca narcisisticamente, un igual.

Estas instancias buscan trabajar los peligros de la repetición de lo igual y del acercamiento del semejante al extraño, dos elementos que provocan exclusión y rechazo.

Veamos una viñeta: un hombre de más de 40 años que nunca trabajó y que vivió en una deriva de un consumo que abandonó tras instalarse en casa de un familiar, nos plantea:

“son demasiadas cosas buenas en muy poco tiempo y me da una sensación de que no puedo dejar de llorar, me angustia….Yo nunca tuve un grupo que me reciba…. alguien que me escuche”. En un comienzo se sentaba a dos metros de distancia que el resto de los compañeros para poder “estar solo”, un día comienza a compartir una mesa con los compañeros. Es recibir del otro algo del sí mismo, palabras que junto al reconocimiento se acercan a una repetición ominosa. Solo puede estar ahí como extranjero: tras sus episodios de angustia nos solicita un cambio de lugar y grupo de trabajo donde pueda ser una vez más un extranjero.

¿Cómo recibir la mirada de un semejante, exponerse y mostrarse, invitar a ese cuerpo extraño de la mirada a que penetre en el cuerpo sin que esto signifique un daño, un abuso, un cuerpo en exceso, así como el consumo puede generar?

¿Qué distancia representa este sentarse alejado, limitar la proximidad de otro?

La noción de extranjero, trabajada por Benslama, es elocuente. Este autor francés, que trabaja con la extranjería y los refugiados, toma la analogía territorial-geográfica que Freud utiliza en Inhibición Síntoma y Angustia donde refiere al síntoma como un extranjero a sí, una “embajada”, y agrega “son como esos puestos de frontera que acogen a los rechazados de ambos lados” (p.6).  “Estas personas se tornan ellas mismas extranjeras”, entendiéndola en su relación con la extrañeza, con lo diferente.

Días antes de que el grupo realice una actividad de recreación y esparcimiento, este hombre plantea no querer ir para “no contagiar su angustia a los compañeros que estarán alegres”. Con tono melancólico nos está pidiendo dejar bien lejos la alegría, pero a la vez nos dice que no puede hacer nada con la diferencia. ¿Qué será este contagio? Lo igual, no poder salir de cierto encierro:

“Nacer en el extranjero, nacer en el otro, en el diferente, en la alteridad, es una prueba por la cual todo ser humano debe pasar (…) hacer nacer al extranjero sería un intento de salir del encierro voluntario” (Hassoun, J. 1998). En este caso, pareciera tener la necesidad de él mismo encarnar el extranjero, el extraño, aquel al que negar y asesinar.

No en vano nos dice, en tono performativo, “toda la vida fui un vago”. Queda fijado a un significante que lo deja sin lugar.

El lenguaje promotor de derechos busca taponear lo que inevitablemente, más tarde, emergerá en lo popular a través de formas peyorativas de nombrar a aquellos que son beneficiarios de las políticas sociales: los vagos. Vago refiere etimológicamente a  “errante” “indefinido”, “vagamundo”, “vagar por el mundo”  (Corominas, J. 1997:595).

El nombre lo ubica culturalmente en una posición de no lugar, de ajenidad, extranjero, más cercano a un sin piso que a un sin techo. Este vago encuentra a través de un estigma una forma de establecerse.  ¿Qué alternativas se le ofrece desde los discursos establecidos?

Para terminar, tomaré unas palabras que dijo Barbara Cassin cuando estuvo en Montevideo. Planteó que lo fundamental de conocer otra lengua es que implica saber que se habla una. Este sujeto pareciera que este ida y vuelta, enfrentarse a su historia, le conlleva mucho dolor.  Las acciones realizadas se desarrollaron en lo cotidiano, en los detalles, apuntando a que este hombre pueda sostener ese espacio sin ceder ante lo ominoso: sutilezas que intercedieron este encuentro imaginario de ser o no ser en el otro. Se trata de eso que llamamos poner en palabras y de hacer circular una ley, otro orden que diluya la agresividad, que, de alguna forma, lo mire mirarse.

 

[1] La marcha del silencio es en conmemoración a los detenidos y desaparecidos en la dictadura sufrida entre 1973 y 1985 en Uruguay.

 

 

 Referencias Bibliográficas 

Benslama, (2005) Incidencias clínicas do exilio.   Traducción no editada.

Corominas, J. (1997) Diccionario crítico etimológico. Editorial Gredos.

De Certau, M. (1990). La invención de lo cotidiano. Las artes de hacer. Universidad iberoamericana. Méjico. 1996.

Gil, D. (2007). Escritos sobre locura y cultura. Montevideo:Trilce.

Hassoun, J.  (1998)  El extranjero: un hombre distinguido. En: ¿Semejante o enemigo? Viñar, M. comp. Montevideo: Trilce.

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