Revista #3 - Desamparo | 19 febrero, 2019
Oh! desamparo … o sobre esa complicada relación consigo mismo.
por Soledad Sosa

Luca Signorelli

Abordar el concepto de hilflosighkeit implica tratar con un concepto fundamental del psicoanálisis como disciplina, pues hace a los fundamentos del psicoanálisis como discurso, concepto fundamental junto con el de icc, pulsión, deseo, repetición, transferencia, de los cuales no pude prescindir pues fundan un campo discursivo nuevo. Campo discursivo que inaugura la noción de un sujeto que se encuentra en falta, que se encuentra con una falta como esencia de su subjetividad, falta de la que quiere gozar, que quiere siempre fallidamente encontrar, imaginarizándola.

La hilflosighkeit, se trata del principio de todos los principios, desde donde Freud teoriza sobre los orígenes. Posición inicial desde la cual se inaugura la experiencia de un sujeto con el mundo. Como posición inicial alude al Ur, como origen y comienzo, y como todo primordial es un lugar mítico.

Se trata de la hipótesis inaugural del advenimiento de un sujeto que, por inacabado, incompleto y desde aquí siempre insatisfecho, pone a prueba al otro como satisfactorio o no, en un encuentro sin garantías y siempre potencialmente fallido que determina que lo azaroso, lo accidental, se convierta en causa del ser. El desamparo implica al otro, como intermediario del Otro, que -en su intervención estructuralmente imperfecta- inaugura una “esquizia” que determinará que el objeto originario míticamente encontrado no volverá nunca, a ser hallado.

Pero la hilflosighkeit no solo es una abstracción. Es también una experiencia que convoca al otro en el llanto y grito de la demanda que articula a la necesidad con una búsqueda de amor. Y si es que se trata de una “experiencia”, hay que pensar que huellas quedan pues se trata de la experiencia del infans, del sujeto sin lenguaje y en tanto que tal, el lugar en donde tiene origen lo indecible. Que configura un “más allá” de la representación, que se dispone como causa del deseo. Que abonará en un “para siempre” la exuberancia de significaciones perpetuamente inarticulables, salvo que pierdan este carácter de lo inarticulado -del deseo- anudándose a un significante de la demanda.   Pienso que de estas experiencias in nominativas quedan huellas sí, marcas significantes sin sentido definido -como todas las marcas inconscientes- y lo que arrojan como saldo, es la angustia como su correlato más palpable ¿y quizás también la alucinación como forma de satisfacción primera y radicalmente sin objeto?

Pero de pronto sea un lugar en el que todos nos quedamos mudos pues la hilflosighkeit es uno de los nombres de la Cosa, de aquello que está más allá de lo representable por las imágenes y las palabras.

Se constituye así, como el prototipo de una situación a la que Freud le llamó “trauma” que como tesis inaugural del psicoanálisis forma parte del núcleo duro del fantasma fundamental.

Traumatismo originario pues el desamparo se afronta sin ningún tipo de dimensión representacional, que reformula el trauma del nacimiento ya no como el advenimiento de un cuerpo al mundo sino como la experiencia singular que nombra y mitifica el modo en cómo un cachorro humano que, en un completo estado de impotencia al nacer, con un soporte biológico que no le ofrece sostén, se organiza con el auxilio del otro, en un sujeto psíquico.

Y es desde ahí que se organiza su realidad humana.

Ananké primordial erotizada desde el principio por la intervención absoluta del otro por la que se dispone la realización de un cuerpo para ser mapeado en una organización por zonas que rompe con todas las nociones de unicidad biológica surgiendo entonces -el desamparo- como causa de las pulsiones y de la sexualidad infantil. Pues no se organizaría la oralidad o la analidad sin la apoyatura de un otro que se ofrece no solo como alimento frente al hambre o la higiene, sino que se brinda -atravesado también por su deseo icc y con su demanda- a dar de sí, no por abnegación sino por un ofrecimiento, mediado por el lenguaje, de amor o desamor.

El desvalimiento primario se enuncia así, como noción, como proposición de la teoría desde la que se realiza el salto epistemológico del psicoanálisis, como el espacio de articulación conceptual entre el trauma y el fantasma pues la hilflosighkeit refiere tanto a la dependencia del organismo para no morir como a la dependencia del sujeto en ciernes del “deseo del otro”, para poder existir.

Pienso que es en esta conjunción en la que opera el verdadero desamparo pues es lo que lo que configura como trauma y fantasma, a la vez. Porque el deseo del otro -al ser estructuralmente enigmático- siempre prepara un trauma para el sujeto.

Enigma -entonces- sobre los orígenes en el que se anuda el fantasma que -como respuesta simbólico-imaginaria- viene a llenar-velar ese vacío y se dispone, como estabilización, en el lugar de “la verdad” para el sujeto.  Y esto constituye una condición de estructura sobre la que el sujeto construirá sus novelas sobre los orígenes, sus mitos individuales, sus teorías sexuales infantiles. Lo que es lo mismo decir que subrayar su implicancia fantasmática implica relativizar el acontecimiento, desligándolo del mismo incluso, pues sostener el enigma sobre los orígenes excede lo lineal de un comienzo marcado.

 

En tanto que trauma y fantasma se vuelve importante subrayar las diferencias -pues no es lo mismo una cosa que la otra- lo que no deja de tener sus implicancias éticas e incidencias clínicas.

 

¿Qué posición tomamos en la escucha de nuestros pacientes sobre estas experiencias primarias? ¿Como se significan? ¿Se inscriben? ¿Son reprimidas? ¿Cómo retornan? ¿Retornan? ¿O más bien conforma un forcluído en tanto que involucran “experiencias” sin lenguaje? ¿Hay un destino para el desamparo?  ¿Retornan las huellas del desvalimiento en la vejez? ¿Cómo escuchamos a nuestros pacientes adultos en estas expresiones?

¿Y cómo sino como fantasías que articulan, sostienen y escenifican el deseo que como semblante y apariencia arrojan un saber sobre sí mismo?

Pues, las fantasías “mandan” en las convicciones de la relación con el mundo y ofrecen y aseguran, como una invariante, toda la estabilización con las creencias de nosotros mismos. Pero, al ser “cernidas” en el análisis, arrojan algo distinto.  Un saldo de -acaso- una ¿“otra verdad”?

 

Articulado con la neurosis entonces, como trauma, el desvalimiento “inocenta” al sujeto y lo ubica en el lugar de la víctima incluso, en el de sin recursos para enfrentarse a un real que se le impone.

Colette Soler (8) menciona que “cuanto más subrayamos la participación fantasmática del sujeto, más indicamos que el sujeto, a pesar de sus desgracias no es completamente un inocente”. Y esto tiene resortes clínicos, a mi modo, de ver muy importantes. Pues si involucra un trauma, un real absoluto, una invasión de libido que no puede ser elaborada y que queda por fuera de lo representable, en principio, no es interpretable.

El lugar del desamparado o victima – “carísimo” para el discurso de la modernidad-, le hace obstáculo al discurso analítico o a la entrada de un sujeto en análisis. Me pregunto si no es en esta posición primaria de desvalido –de alma bella– en la que el sujeto siempre se propone frente al Otro. Como un irresponsable frente a su padecer. Posición que el analista deberá desarticular para que advenga otra, con menor costo sintomático.

Anidar en la escucha del analista el terreno del fantasma frente a cualquier acontecimiento, frente a cualquier experiencia relatada como “real” involucra pues la implicación subjetiva en la que el sujeto -en un proceso de anonadamiento o de destitución subjetiva- establece “una relación consigo mismo” que será imaginaria, fantasmática, -por supuesto como antes- pero diferente.

Porque es entre enigmas y fantasmas -en definitiva, entre palabras- que el hombre discurre en el análisis …y entre la vida y la muerte.

Desamparo- Angustia- Castración-Muerte.

El desvalimiento psíquico, “obvio correspondiente del desvalimiento biológico”, (3) es abordado por Freud a partir de su reformulación de la teoría de la angustia como el encuentro del sujeto con un “peligro real” que lo desafía, pues por su falta de recursos, por la ausencia de un “yo” al nacer, se enfrenta a una “excitación indomeñable” de imposible tramitación. Existencia de un peligro real, o lo que podría ser lo mismo decir insistencia de “un real” que conforma un agujero en lo simbólico, que establece que el trauma del desamparo con su horizonte de muerte sea “El” trauma, con mayúsculas, o el trauma de todos los traumas.

Que subraya lo irrepresentable del origen y de la muerte, del principio y del final, ambos enmarcados en un desamparo. O podemos decir que nacemos sumidos en un desvalimiento y morimos sumergidos en otro. Evoco aquí la frase de Lacan: “Es propiamente esto, lo que Freud hablando de la angustia designó como fondo, sobre el que se produce una señal, Hilflosigkeit a saber el desamparo, en el que el hombre en esa relación consigo mismo que es su propia muerte… no puede esperar ayuda de nadie (6)

Quizás esta marca de los orígenes, de “peligro real”, le dé al deseo su impronta angustiosa, de unhemlich a la que Lacan subraya en su abstracción de que todo deseo -en definitiva, la angustia-  tropieza con un vestigio de muerte. El deseo, en su enigma intrínseco de vida o muerte, pone en suspenso su realización cuestión que coloca al hombre en un dilema ético por su condición de ser un faltante-fallante en ser en su “castración originaria” de ser un angustiado para siempre por lo desvalido de ser un dependiente para desear, del deseo del Otro.

La hilflosighkeit funda la dependencia de por vida frente al deseo del Otro que – justamente por su intervención- lo salva y lo enferma a la vez. El deseo del Otro, como sinónimo de la castración del Otro -en el sentido de la falta del Otro- surge como el único remedio al desamparo, en la medida en la que inaugura el que, el Otro, le haga falta al sujeto.

 

Pero el resorte entre la angustia y el desamparo exige un señalamiento, un punto de rigurosidad, pues implica una tensión teórica entre ambos conceptos. Tensión que -siguiendo a Lacan- se podría resumir diciendo que “el desamparo es más primario que la angustia” (5) pues para que haya angustia hace falta un yo que la registre. Solo luego de que hay yo, hay angustia que pueda ser reconocida.

El yo del infans -sede de la angustia- se constituye como huella indeleble en el marco del desamparo y hasta incluso se podría decir que su origen de exaltación jubilosa, de espejismo engrandecido, es necesario para el desconocimiento de su vivencia de incompletud. Por la intervención del otro, viéndose en un Otro que es más perfecto que él, se organiza de este modo una relación anticipada consigo mismo pero plena de desconocida insuficiencia, y desde ahí, instaura una rajadura, un desgarro originario por el cual, en todas sus relaciones imaginarias, se exhibe una experiencia de la muerte.

 

Pero no solamente el yo se forma con el telón de fondo del desamparo sino también podríamos pensar que, en la formación del superyó, también está implicado, pues nos dice Freud que la hilflosighkeit es la “fuente de todas las motivaciones morales del sujeto”, (2) El superyó, tomando el lugar del Otro primordial, surge anclado en la indefensión, -por miedo y por amor- lo cual le concierne a su severidad. Miedo a perder el amor, podríamos decir, que autoriza siempre al Otro a que irrumpa y lo invada con “sus velas desplegadas”[1]. Ese hueco por el que el Otro se vale para determinar y someter al sujeto haciendo masa con sus discursos. Y como el lugar de la “necesidad” de amor del otro, el lugar desde el cual se habilita a los “discursos amos” al genocidio de la singularidad.

¿Fuente de las motivaciones morales del sujeto y -también- de las hipocresías del Otro cultural? El desvalimiento, ¿habilita también legalidades inciertas? Pienso en algunos de los niños con los que trabajo y pienso que sí. Pienso en la vejez cuando es invalidante, y pienso que sí. Pienso en la sociedad que nos habita y pienso que sí.

 

Pero, en tanto que el psicoanálisis que se ocupa de esto, y lo interroga -tal vez junto con ese arte que no persigue fines comerciales y con esa filosofía siempre cuestionadora- siguen siendo los únicos discursos que les hacen frente y se oponen a los avasallamientos del Otro, como discursos emancipatorios, sosteniendo ¿un lugar para -acaso- algo de libertad?

 

 

Bibliografía.-

 

  1. Freud, S: La vivencia de satisfacción En Proyecto de psicologia 1895. Amorrortu  2007.
  2. Freud, S: Los vasallajes del yo En El yo y el elllo 1923-1925. Amorrortu Editores 2007.
  3. Freud, S: Inhibición , síntoma y angustia. punto 7 y 8” 1925-1926. Amorrortu 2007.
  4. Lacan J: Construcción del grafo en Seminario 6. El deseo y su interpretación Paidos 2014.
  5. Lacan J: La dialéctica del deseo en el neurótico En Seminario 6. El deseo y su interpretación .Paidos 2014.
  6. Lacan J: Las metas morales del psicoanálisis En Seminario 7 La ética del psicoanálisis. Paidos 2014.
  7. Safouan, M: El psicoanálisis: ciencia, terapia y causa. El cuenco de la plata. 2017.
  8. Soler, C: ¿Qué se espera del psicoanálisis y del psicoanalista?. Letra Viva 2007.
  9. Soler, C: El en-cuerpo del sujeto. G.G. Ediciones 2013.

[1] Según una feliz expresión que escuché de Zuli O Neill.

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