Revista#6 -Miedo | 14 mayo, 2021
La estructura del miedo
por María Cecilia Antón

Harrieta Styles

Hablemos del miedo en plural porque los miedos son variados. Constituyen experiencias únicas y particulares enlazadas a múltiples objetos de la realidad y de la fantasía. De ese modo podemos enumerar miedos a la separación, al secreto, al ocultamiento, a la muerte, a las enfermedades, al dolor, a la traición, a la confrontación, a los otros y a sus goces, a la noche y sus pesadillas…en fin, la lista sería interminable.

No obstante, en este trabajo mencionaremos el singular, MIEDO, por razones operativas y connotativas del término.

El miedo constituye una experiencia sensible displacentera de distinta magnitud. Marca lugares a recorrer, determinadas superficies y contornos a temer, el miedo posee distintas formas, se expande o se empequeñece según determinados momentos y situaciones de la vida, hasta parece cobrar una vida paralela porque se desarrolla a pesar de quien lo padece.

¿El miedo estructura al sujeto del Inconsciente o el sujeto del Inconsciente es el que estructura su propio miedo? Pregunta difícil de responder, aunque podemos intentar una respuesta según la perspectiva desde donde se lo considere, a saber, si el miedo nace del Sistema Inconsciente a través del desarrollo de fantasías y recuerdos, nos encontraremos ante el caso de las fobias, miedos que provienen de lo Inconsciente y condicionan inhibiciones. En cambio, si el miedo estructura la respuesta de un sujeto incipiente colaborando de ese modo a su constitución, nos encontramos en un tiempo en que la estructura arma la categoría de lo extraño en contraposición con lo familiar (con las concomitantes manifestaciones de angustia y miedo ante una persona desconocida), ahí el miedo resulta favorable e indicador de la complejización un aparato psíquico en desarrollo. Hay otros ejemplos, no nos detendremos por ahora en ellos, solo quisimos señalar que hay “miedos y miedos” y cada uno cumple una función, no siempre la peor.

Situando algunas de estas coordenadas, en el contexto mundial de la Pandemia por Covid-19, escuchamos que cada sujeto nos relata su padecimiento, porque, si bien como dice el dicho popular “el miedo no es zonzo”, finalmente al miedo se lo padece, el miedo entra en el cuerpo. En la experiencia clínica, y desde su costado posibilitador, el miedo al nuevo virus, produjo en algunos pacientes un cuidado prolijo e inexistente previamente en el tratamiento de sus enfermedades pre-existentes. Pero también retrasó algunas consultas necesarias acentuando fobias y duelos no resueltos. Como sea, el miedo, produce efectos de diferente calibre.

 

Para el Psicoanálisis… el miedo y la angustia

Angustia, miedo y terror presentan características diferenciales. Esta fina distinción freudiana es citada a continuación:

La angustia designa cierto estado de expectativa frente al peligro y preparación para él, aunque se trate de un peligro desconocido; el miedo requiere de un objeto determinado, en presencia del cual uno lo siente; en cambio el terror es el estado en que se cae cuando se corre un peligro sin estar preparado destacando el factor sorpresa. No creo que la angustia pueda producir una neurosis traumática; en la angustia hay algo que protege contra el terror y por lo tanto también contra la neurosis de terror. (Freud, 1920/1989, Más allá del Principio del Placer, p. 12-3).

El miedo es lo característico de algunos síntomas, como las fobias. Éstas derivan del término Fobos (del griego “miedo”) es una de las lunas de Marte que, según su órbita, la rodea; de modo similar, el miedo “merodea” a su objeto temido, aunque sea en pensamientos. También el miedo protege, hace “estar en guardia” sosteniendo, al precio de un gasto de energía, una defensa anticipada frente a una posible sobrecarga psíquica.

 

Miedos de la noche, miedos del desamparo

Otros miedos aparecen de noche, en los pavores nocturnos y pesadillas, en la noche cuando se está dormido… Las perturbaciones del dormir y del soñar no poseen ni un significado ni una etiología unívoca.

El psicoanálisis freudiano sostiene que los niños tienen mayor propensión a sueños penosos y de angustia durante los cuales surgen los sentimientos más horripilantes de displacer. Posiblemente por la falta de delimitación entre la fantasía y la realidad, o entre los registros. La explicación freudiana acerca de los pavores nocturnos se encuentra en el texto Interpretación de los sueños donde se afirma que los ataques nocturnos de angustia con alucinaciones, al igual que los sueños de angustia infantil tan frecuentes en niños, se originan en mociones sexuales no comprendidas y repelidas, «pues un incremento de la libido sexual puede producirse tanto por impresiones excitantes de índole contingente como por los procesos espontáneos del desarrollo, que sobrevienen por oleadas» (Freud, 1900-1, p.576). La idea del conflicto entre sexualidad y superyó ya se esbozaba en este texto.

Para Raquel Soifer1 los trastornos psicopatológicos del sueño incluyen, entre otros, los miedos al dormir: los desvelos y los terrores nocturnos. Señala que en los terrores nocturnos predominan el miedo intenso y la amnesia. Constituyen despertares bruscos que suelen estar precedidos por gritos o lloros. Normales como signos del transcurso de etapas evolutivas, pero si sobrepasan una cierta recurrencia (dos o tres veces por semana y una sola vez por noche) los niños pueden presentar cuadros psicopatológicos de detención del desarrollo y de cierto grado de desorganización yoica, por la interrupción continuada del sueño. En este punto, acordamos con la autora sobre la presencia de factores que exceden las capacidades del niño, localizables en cada caso particular e identificables en las entrevistas de los niños y de sus padres.

Siguiendo con los miedos nocturnos, nombraremos a Ernest Jones2, quien proporcionó características específicas a la pesadilla: miedo mortal, inmovilidad y asfixia como resultantes de un deseo reprimido incestuoso, además, la figura de un perseguidor implacable como su representación onírica predominante, comparable a lo que  Jacques Lacan señaló como “peso del Goce del Otro”3. Angustia como “peso” de los demonios (súcubos e íncubos) sobre el pecho, oportunamente descripta por Jones.

Algo del pavor remite a la falta de protección y al desvalimiento en ciertas infancias.  También a faltas de los padres, negligencias, abandonos, problemáticas deseantes y/o excesivas demandas parentales. Ciertas enfermedades y muertes de adultos, ausencias en su rol protector, dejan en orfandad y desamparo a algunos niños, quienes experimentan pavor o terror como representación al miedo a morir. Poder dar un lugar a la expresión de sus manifestaciones y reacciones es ofrecer escucha para producir palabras donde faltan con el fin de armar algo de una diferencia, de una separación del miedo y el dolor.

Del miedo realista al miedo neurótico

Algunos fenómenos situados al margen de lo usual pueden considerarse “demoníacos” o “monstruosos”, como aquellas horripilantes figuras que simbolizan al miedo. Lo no representado, lo intenso, lo primario, el exceso, es otro nombre de lo real. Pero para “soñar con monstruos, esqueletos”, como relatan ciertos niños con miedos nocturnos en sesión analítica, hace falta ligar, contar, confiar en las palabras, bordar una imagen horripilante, donde antes está el pavor. Lo marginal es lo monstruoso, desde su faz ética y estética, “lo inconveniente” puede presentarse bajo la égida de lo monstruoso.

Cada cual tiene sus monstruos, reales o imaginarios, algunos perduran a lo largo de los años, otros a través de las generaciones.  Lo que resulta tan interesante como difícil, es concebir al otro como radicalmente otro, ni enemigo, ni salvaje, ni monstruo. Freud4 sostuvo que, en la vida anímica del individuo, el otro cuenta como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo. Y que por eso la psicología individual es simultáneamente una psicología social.

Lo peor del otro, o de lo otro, entendido como enemigo o rival, no es su estética como lo es estar a merced de su capricho y de su goce. Ser esclavo de un monstruo como Ulises de Polifemo, el cíclope devorador de hombres.

En lo psíquico, lo salvaje, lo pulsional, lo superyoico, lo traumático, lo humano mismo, puede transformarse en “monstruoso”, bajo la égida de lo desconocido e indómito. Cada cual tiene sus monstruos, sus otros “peligrosos” a temer, lo otro en el sentido más radical.

En lo social de la Argentina, Gabo Ferro5 se propone dar imagen al otro que dice o es dicho, al actor principal del otro lado del discurso de la historia oficial que, por anónimo y colectivo, se estima menos importante, de varios modos.  Señala que los realistas, las porteñas, los afeminados, los negros, los gauchos, la viuda, los inmigrantes, el guarango, los niños de la calle, el canalla, el onanista, el tatuado, el masturbador, los suicidas, el genio, el idiota, los indios, los delincuentes, las prostitutas, la cabecita negra, el gordo, el terrorista, los gorilas, el desaparecido, constituyen imágenes de nuestra patria: nuestro imaginario, a veces ellos son  monstruos porque de esos personajes se desprenden miedos y fantasías, de ahí la importancia de nombrarlos, de engarzar imágenes-palabra a “lo traumático” y “lo infantil” para intentar una significación posible a lo que excede, con el fin de licuarlo, metabolizarlo y restarle intensidad, siempre con sus límites porque no todo puede ser dicho o simbolizado. En un intento de ponerle palabras a las letras, a las cosas, a lo que pasa, al miedo para dejar de temer, para que el otro no sea el monstruo, para barrar la mirada censuradora.

Cuerpo y psiquismo van de la mano, alejados del organismo biológico, se anudan. El sujeto toma sentido del Otro deseante originario y resta del mismo Otro algo particular. Preguntas para formular a los dos lados de la historia familiar, por un lado: ¿Cómo puedo conectarme de forma deseante con el otro que he llevado en mi cuerpo, con el otro que he adoptado, con el pequeño que he criado?; por el otro lado: ¿Cómo puedo dejar de temerle superyoicamente a la forma intrusiva de la mirada parental, que se traslada a otras figuras?

El análisis abre posibilidades para preguntar e intentar abrir historias congeladas y sentidos coagulados que aplastan, allí donde algunos miedos antiguos perduraron durante muchos años.

El Inconsciente y sus formaciones

El Inconsciente puede ser pensado como el mar. Va y viene, con sus ritmos, con sus capas de agua. El mar trae huellas mnémicas y recuerdos de la infancia. Además, dentro del agua la conciencia se esfuma, el cuerpo flota, las leyes del proceso primario se empiezan a poner en juego, la ausencia de contradicción, la atemporalidad, el principio de placer, los contenidos figurados mediante distintas formas de imágenes. Y en ese ir y venir, aparecen pensamientos, recuerdos, síntomas, actos fallidos, sueños, todos ellos son sus formaciones.

Las formaciones del Inconsciente son manifestadas por los pacientes mediante relatos de esa “otra escena”. Por ejemplo, un paciente expresa “la rabia” que le genera pensar que las “cosas podrían haber sido distintas” pensando que podría haber sido mejor. Durante las sesiones se tamiza esa culpa que lo deja paralizado, esa nostalgia de lo perdido, presenciando una forma especial de duelo atravesándose durante el proceso. Ese pensamiento – deseante de volver al pasado, donde se podrían haber cambiado algunos hechos, es un imposible. Sin embargo, aparece crudo, indómito, enlazado a otras vivencias remotas, a recuerdos. La memoria inconsciente se revela. El retorno de lo reprimido cobra forma de auto reproche melancolizado. O aquel otro paciente que refiere experimentar el “peso” de la mirada crítica que lo inhibe en el desarrollo de su creatividad.

En la sesión analítica, realizar intervenciones que señalen la posición particular del psiquismo, leyendo las marcas de la historia especialmente ahí donde se encuentran nudos coagulados de repetición maliciosa para el sujeto del Inconsciente y propiciando lugares de goces placenteros o de plus para un sujeto en pérdida por la situación actual de pandemia, resulta de valor. Fiat lux, que se haga la luz allí donde la oscuridad reina…

1 Soifer, R. Psiquiatría operativa, edit. Paidós. Buenos Aires, 1983.

2 E.Jones. La pesadilla. Edit. Paidós, 1910.

3 J.Lacan.El Seminario, libro 10. Paidós, 1960.

4 S. Freud. Psicología de las masas y análisis del Yo (1921/1989). Edit. Amorrortu,1989.

5 G. Ferro, 200 años monstruos y maravillas argentinas. Edit. Viterbo, Buenos Aires, 2012.

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