Revista#4 - Amor en análisis | 16 diciembre, 2019
Miscelánea psicoanalítica. Correspondencias de amor y escritura:-Con Freud y Lacan al sur
por Juan Carlos Capo

El jardin de las delicias.El Bosco

FREUD

Freud procede de la tradición cientificista de su época. Él era neurólogo. Se formó junto a hombres de ciencia de la talla de  Charcot, del fisiólogo Brückner, de   Josef Breuer, fisiólogo y médico general eminente, descubridor del reflejo respiratorio que lleva su nombre, junto al de Hering.

Fue Breuer quien colaboró en la redacción -junto a Freud – del libro que es considerado uno de los pilares de la teoría psicoanalítica: “Estudios sobre la histeria”, firmado por ambos, y aparecido en 1895.

Gracias a Breuer, Freud tomó conocimiento de una paciente, Anna O. y cómo esta cultivada muchacha había cuidado a su padre enfermo, y  luego ella enfermó. Su padecimiento consistía en estar afectada por trastornos de conciencia, ilusiones sensoriales e inhibiciones de la motilidad (parálisis de la mitad de su cuerpo, alucinaciones visuales: percibía  los dedos de sus manos coronados por calaveras, y veía retorcerse negras serpientes en su habitación …). Estos estados fueron conocidos como estados crepusculares  (también llamados estados hipnoides, o “estados segundos”, denominación luego abandonada), a los que se agregaban trastornos del lenguaje: la muchacha no podía seguir hablando en su lengua materna, y pasaba a hablar en inglés, francés o italiano. Breuer optó por escucharla; y también por hipnotizarla. Ella habló en esos trances (y de esos trances), como de una “cura por la palabra”; a sus entrevistas con su médico, las llamó “limpieza de chimenea”; y también dio nombre a su padecer: acontecimientos en su “teatro interior”. Al apalabrar sus estados hizo posible la producción de una descarga (catarsis), que fue el inicio del psicoanálisis.

Breuer reconoció que de esa experiencia no se olvidaría nunca, y no era deseable que un médico general emprendiera esa travesía que él mismo se animó a hacer, y que  no volvería a hacer nunca más. Acudió a Freud, se separaron, sus caminos divergían. Breuer no abandonó la medicina. Freud emprendió el camino nuevo del psicoanálisis. Pero lo cierto es que Breuer reconoció que Freud tenía vuelo de águila, cuando el  suyo lo describió como  “vuelo” de gallina.

Esa geografía imaginaria que muchachas como Anna O. (que fue luego la primera trabajadora social, militante temprana de los derechos de la mujer, y así fue recordada en un sello de su país natal) describiera (y descubriera) al relatar sus trastornos, por ejemplo: sus parálisis motrices que traían noticias de una afección presuntamente orgánica, pero sine materia, y así hasta hoy en que no se ha encontrado  un correlato anatómico, neurológico, o endócrino de padecimientos parecidos a los de Anna O. (para desesperación de médicos y de pacientes, que anhelantes buscan un diagnóstico sin poderlo encontrar).

Después de Freud, la teoría psicoanalítica, enriquecida por Melanie Klein, por Jacques Lacan,  por  Wilfred Bion, y por Donald Winnicott, se convirtió en una anchurosa  reflexión sobre una práctica enfocada hacia pacientes afectados de trastornos nerviosos, como los de Anna O.

El psicoanálisis busca formalizarse como ciencia, probablemente no encuentre nunca ese lugar, pero la matematización de sus axiomas, con proposiciones, esquemas, letras, figuras, lemas y eslóganes, demuestra ser de un cuño de episteme rigurosa, surgido a partir de una práctica, y ha sido de un avance considerable en el siglo XX.

Citemos otro ejemplo:  Lacan lo enunció como una distinción necesaria a hacer respecto al problema de la verdad singular de cada paciente, y el reverso del saber, donde cada subjetividad se inscribe.

Este fue solo uno de tantos aportes cruciales para que la subjetividad fuera formulada lo más científicamente posible, ante una materia inasible, como lo son las formaciones del inconsciente (sueños, lapsus, inhibiciones, angustia, síntomas, miedos, obsesiones, impulsos, actuaciones, etc.)

El psicoanálisis puede tener desvíos, marchas atrás, rectificaciones y modificación de paradigmas, como los  tiene la física u otras ciencias. Puede también ser un oficio idealizado, como  han sido idealizados sus grandes teóricos, pero el psicoanálisis lleva en su mensaje, su antídoto, su contraveneno.

El psicoanálisis no es una cosmovisión, no es una religión, pero no teme resistir la prueba de alinearse asintóticamente en el terreno de la ciencia.

Freud no temió a la polémica, con Charcot, con Breuer, con Pierre Janet, aunque a todos ellos respetaba como a otras eminencias científicas de su entorno y de su tiempo, como Helmholtz, descubridor de leyes concernientes a la óptica y a la acústica, como el neurofisiólogo Du Bois-Reymond, que conceptualizó el impulso nervioso, como Brückner, que fue su maestro en fisiología, pero Freud fue firme al discrepar con el enfoque de la herencia y/o de la noción de trauma de Charcot, por ejemplo.

Freud también mantuvo correspondencia con Albert Einstein, e intercambiaron  ideas sobre la guerra y la muerte; en esas cartas  Freud dio a conocer su pesimismo sobre la guerra y de un improbable destierro de la guerra del corazón del hombre.

(Otro tanto formularía Lacan respecto al futuro del psicoanálisis, y, contrariamente, a Freud,  Lacan sostenía que la religión dejaría atrás a aquel, porque los caminos de esta son más muelles y llanos de recorrer, que los caminos ásperos y no complacientes del psicoanálisis).

Freud habló en “Análisis terminable e interminable” de la roca de la castración, entendido esto como falta, como espera de un deseo que, quizá, no se alcance nunca, o de un síntoma, que quizá el paciente no pueda superar. Quizá en algunos casos, sí, quizá en otros casos no, pero hay una ética y es que el psicoanálisis y sus oficiantes procuren estar allí, donde el paciente les pide que estén, para que lo ayuden en  su padecer.

(Esto es aproximativo, en aras de la brevedad y la difusión periodística).

Puede encontrarse una homologación entre estas conclusiones difíciles de avalar —“a lo oscuro, por lo más oscuro”, como diría un alquimista — y el principio de incertidumbre (“…está en la naturaleza de las cosas el no poder ser medidas con exactitud”-Heisenberg, 1927) o el inconcebible catálogo de los catálogos de Bertrand Rusell, o las paradojas con las que se tuvo que enfrentar Sancho Panza, cuando gobernaba la ínsula de Barataria. “Vengo a que me ahorquen”… dijo el que había cruzado el río. El que esto decía, ¿mentía, o decía la verdad? ¿Merecía ser ahorcado el pobre diablo si decía la verdad?

 

Hamlet a varias voces

“Si es ésta la hora, no está por venir; si no está por venir, ésta es la hora; y si ésta es la hora, vendrá de todos modos (…) Pues si nadie es dueño de lo que le ha de abandonar un día, ¿qué importa abandonarlo

tarde o pronto? Sea lo que fuere”.

(Hamlet, Acto V, Escena II)

Introducción.- Hamlet es el muro principal del edificio shakespeareano que se completa con Rey Lear, Macbeth, Otelo, Antonio y Cleopatra y La tempestad.

La historia de Hamlet, más legendaria que real, arranca con una antigua narración muy popular entre los islandeses. Su núcleo principal está en Saxo el Gramático, escritor danés de fines del siglo XII, que compuso la Crónica Dánica, obra que se imprimió en París, en 1514. En ella se cuenta que Hamlet, Amlet o Hamlode, nació dos siglos antes de la Era cristiana, que era hijo de Horwendilo, rey de Jutlandia y de Geruta, hija del rey de Dinamarca; que Fengo asesinó a su hermano Horwendilo, se apoderó del trono, y se casó con su cuñada Geruta. Hamlet, temeroso a su vez de ser asesinado, fingió estar loco, y la conducta del príncipe fluctuó entre las extravagancias de la demencia y las profundidades de la filosofía.

Tal es el bosquejo originario de la saga trágica del misterioso personaje que marcó uno de los extremos más imaginativos y conmovedores del hombre occidental de todas las épocas.

Este héroe nos sigue interrogando en su “eterno retorno”. Y hete aquí que nosotros lo buscamos a él para interrogarlo, y lo hacemos tanto como lectores como espectadores. Sus interrogantes los hacemos nuestros, y quien se asome a esta tragedia podrá comprobar, bordeando las profundidades de alma del joven príncipe, el hontanar de inagotables metáforas que dejan al desnudo interminables sentidos y sinsentidos de la malla que, precariamente, sostienen a ese personaje de calado abismal.

Goethe, Coleridge, Schlegel, coinciden en ubicar a Hamlet como hombre de pensamiento, y en ese sentido, como un hombre opuesto a lo que se considera un hombre de acción. En suma, Hamlet era un estudiante de Wittemberg, y no un hombre de armas. Mallarmé dijo que la obra muestra, por un lado, la sempiterna juventud (de Hamlet), por otro lado, la sempiterna vejez (de Polonio), pero Mallarmé hace, además, esta precisión: no se deben tomar los personajes como reales. (La puntualización de Mallarmé debe ser, a su vez, tomada con reservas, ya que para aproximarnos a la noción de lo real en teatro, es preciso que la captación de los juegos de la ilusión no se pierda, y se hace imprescindible la suspensión de la incredulidad, como pedía Coleridge).

Voltaire no se esforzó demasiado por un afán desmedido de esclarecimiento, pero sí se empeñó —con pasión — (como buen racionalista) en arrojar esta encendida diatriba para aumentar aún más la altura de la hoguera.

“Es una obra ruda y bárbara, que no sería tolerada por la más baja canalla en Francia o en Italia. Hamlet enloquece en el segundo acto, y su amante lo hace en el tercero; el príncipe mata al padre de su amante, creyéndolo una rata, y la heroína se arroja al río. La tumba de un personaje se cava en escena, los sepultureros hacen bromas propias de su oficio, con calaveras en las manos. El príncipe Hamlet replica a sus groseras palabras con pullas no menos repugnantes. Mientras tanto, uno de los actores conquista Polonia. Hamlet, su madre y su padrastro beben juntos en escena; la gente canta, disputa, pelea y se mata entre sí. Se diría que la pieza es el fruto de la imaginación de un salvaje borracho”.

Una perspectiva política.- Es la que introduce el ensayista polaco Jan Kott, que escribió unos memorables apuntes sobre la contemporaneidad de la obra. Kott sostiene que Hamlet no puede ser interpretado de manera sencilla. Cada generación debe encontrar en ella sus propios rasgos. En cada escenificación de la pieza nos deberíamos preguntar cuánto tiene de Shakespeare, y cuánto de nosotros mismos. En la obra se barajan muchos problemas: política, fuerza y moralidad, más un debate sobre la articulación posible de teoría y práctica del gobierno del individuo y de la ciudad; y sobre el destino y la finalidad de la vida. Hay una tragedia amorosa, familiar, estatal, metafísica y aún teológica. Hay pues de todo, y hay además un argumento sangriento, más un duelo, más una gran carnicería final.

Jan Kott escribe estas líneas a fines de los años cincuenta y pasa revista a un Hamlet representado en Cracovia, unas semanas después del XX Congreso del Partido Comunista soviético. Y la versión teatral de esa puesta, dice Kott, es un drama político de punta a punta. “En el estado danés, algo empieza a estropearse”, recitan los actores y la frase “Dinamarca es una cárcel” es repetida tres veces en la representación. La conversación de los sepultureros es brutal, sin ambigüedades, unívocamente cruel y despojada de metafísica. “El cadalso está  construído más fuertemente que la iglesia.” La palabra que más se oye sobre el escenario es “espiar”. Se espía a todos, sin excepción, y sin descanso […] Todos los personajes del drama están intoxicados por la política. Y hablan sólo de política hasta volverse locos.

“Desde luego fue un Hamlet simplificado – acota Kott ­­­– pero sin lugar a dudas fue un Hamlet tan sugestivo que, cuando después de la representación releo el texto, veo en él solo el drama del crimen político”

El punto de vista de Bertolt Brecht.- Brecht escribió su “Pequeño organón”  durante los años de la Segunda Guerra Mundial. No es extraño pues que en la tragedia de Shakespeare, Brecht viera, sobre todo, los ejércitos devastando el país, el movimiento de las fuerzas guerreras invasoras y la impotencia de la razón. El drama personal de Hamlet o las desgracias de la tierna Ofelia, le resultaron pequeños al autor berlinés ante la magnitud de la “Historia”. Brecht estaba sensibilizado por la política y así, en Hamlet, le interesaron más las imágenes de la dialéctica histórica que los abismos del alma del Príncipe.

Lo que dijeron los surrealistas.- Jan Kott cita nuevamente a Shakespeare: Rey “A ver, Hamlet, ¿dónde está Polonio?/ Hamlet: De cena./ Rey:¡De cena! ¿Dónde?/ Hamlet: No donde come, sino donde es comido” (Hamlet, Acto IV, Escena 3).

Otra cita: Hamlet: “¿Veis aquella nube cuya forma es semejante a un camello?/Polonio: Por la misa, y que parece un camello realmente. / Hamlet: Yo creo que parece una comadreja. / Polonio: tiene el dorso de una comadreja. / Hamlet: O de una ballena/. Polonio: Exacto, de una ballena”

Estas ocurrencias podrían figurar en un Pequeño Diccionario del Surrealismo. Son escenas que tienen la condición del estilo surreal, y muestran asimismo dos fondos: uno, burlón; el otro, cruel. André Breton, en el Manifiesto del Surrealismo (1924), proclamó la pertenencia del bardo inglés a su grupo de insurgentes. Breton dijo que Swift, Sade, Hugo, Poe, Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé e incluso Saint-John Perse, eran, según él, surrealistas, y pocas dudas le cabían al respecto, salvo en el caso de Isidoro Ducasse –el franco-montevideano Lautréamont- de quien decía carecer de datos al respecto. Y agregaba:-“Cierto es que si únicamente nos fijamos en los resultados, buen número de poetas podrían pasar por surrealistas, comenzando por  Dante, y también en sus mejores momentos, por el mismo Shakespeare”.

El punto de vista del psicoanálisis.- No pretendo agotar la lista, ni tampoco al lector, con las numerosas referencias que hay en las páginas de Freud, con citas de Shakespeare. En “Estudios sobre la histeria”, Freud no encontró mejor método para fundamentar su afirmación –respecto a los poderes y síntomas responsables del padecer de sus pacientes- que esta frase de “Sueño de una noche de verano”: “Aún lo mejor en este género, no son más que sombras”.

En el manuscrito “N” que acompaña la carta del 31 de mayo de 1897 dirigida a su amigo Wilhelm Fliess, Freud escribe: “El mecanismo de la poetización es el mismo que el de las fantasías histéricas…”

 

Grafía de Eros (1)

(- Reseña de libro -)

Este libro, es una compilación de autores varios: entre ellos, Freud, Lévi-Strauss, Allouch, Foucault, Thomas Laqueur, Judith Butler y otros.

En las bibliografías de los seminarios de la Asociación Psicoanalítica del Uru-

guay, autores como Foucault, Bersani, Butler, Allouch—que sienta la tesis en este mismo libro, en pequeño ensayo “Cuando el falo falta”, de que la creación por parte de Lacan del pequeño objeto a, (Seminario “La angustia”, 1963) consigue demostrar la abolición de la “heterosexualidad”—no figuran demasiado en las listas bibliográficas de las fundamentaciones de  seminarios que se ofrecen.

Este resumen trata sobre la sexualidad, tiene una finalidad (hecha de prisa) de recoger apenas una muestra de pensamientos no frecuentados, en el sentido de tratar acerca de una sexualidad que no fue la que recogimos, con excepciones, en la transmisión psicoanalítica institucional.

El libro Grafía de Eros ­, llegó a mí en el mismo año 2000. Los escritos que integran este libro fueron, mayoritariamente, producidos en el ámbito anglosajón.

A esto hay que añadir que muchas de las referencias son tomadas de la sexualidad en la Antigüedad griega.

El pensamiento de Freud, sobre este punto—homosexualidad, posibilidad que el llamado homosexual, pueda ser psicoanalista—siempre fue el mismo y fue favorable. (Ver más adelante).

Los puntos de vista del resto del libro se remontan más atrás, en Grecia, por los tiempos de Platón, Sócrates, Safo.

Reflexiones sobre sexualidad.-

  1. Nuevos planteos procedentes del grupo de Estudios de Gays y lesbianas, conformado por académicos, pensadores, filósofos, y hombres de letras de universidades americanas e inglesas (Michigan, John Hopkins, Duke, Universidad de Londres, Wesleyan), procedieron a desbrozar un terreno conservador, puritano, moralista y represor, como el de la sociedad norteamericana.

2.- Una de las cuestiones es la división entre homosexualidad y heterosexualidad; la identidad y las categorías sexuales, el sexo en tanto género,  lazo

entre sexualidad y poder; función del deseo y naturaleza del goce.

(De aquí se puede inferir la importancia técnica y práctica que se pueden extraer de estos nuevos aportes epistemológicos).

3.-Claude Lévi-Strauss hace un muy interesante aporte desde la etnografía, enfocando las relaciones entre hombres y mujeres, pasando por la historia, el mito, la alternancia en el poder de mujeres y hombres, la música, y la fisiología. La pérdida del estro en el ser humano y su relación  con la prohibición del incesto, y también se aboca el autor a la aparición del lenguaje. (Da cuenta asimismo de las nociones de Naturaleza, Sociedad y Cultura).

4.-David Halperin, en capítulo titulado “¿Hay una historia de la sexualidad?”, extraída de un estudio mayor “Cien años de Homosexualidad y otros ensayos en el Amor Griego”, enfatiza que “no deberíamos concluir que en todo tiempo y lugar se ha considerado la sexualidad como un elemento básico e irreductible, o una característica central de la vida humana.” En la estratificada sociedad ateniense, “las relaciones sexuales estaban  estrictamente polarizadas de conformidad con ella”.

El sexo era retratado en los documentos atenienses  no como una empresa recíproca, sino como una acción llevada a cabo por alguien socialmente superior sobre alguien inferior. (…)

“La penetración fue tematizada como una dominación: la relación entre el partenaire sexual penetrador y el penetrado era del mismo tipo de relación entre una personalmente socialmente superior y otra inferior”.

5.- Eve Kosofsky Sedwick en Epistemología del closet ( closet:“armario”, pero también “práctica encubierta de la homosexualidad”) escribe, al igual que Judith Butler, enfatizando la cuestión de género.

Esta autora parte de un dato histórico quizá no muy conocido: el 28 de junio de 1969, en Stonewall Inn, un bar gay de Nueva York, la policía hizo una redada, violenta, que fue repelida con no menos violencia por los “homosexuales”, lo que obligó a retroceder a la violencia policial; a ello siguió revuelta gay que duró meses

(Desde entonces se conmemora a fines de junio, la Semana del Orgullo Gay.)

Pero el encubrimiento homosexual o closet remarca la autora, no fue abolido con Stonewall, “aunque revitalizó en mucha gente el sentido de potencia, magnetismo y promesa en la auto-revelación gay”.

“El closet gay no es solo un rasgo en la vida de las personas gays. Para muchas es todavía un rasgo fundamental de su vida social”.

(…)

“Sin embargo la epistemología del closet también ha sido, a una escala más vasta, (…) una fuente inagotable y productiva de cultura e historia occidental moderna”.

El enfocar el problema no quiere decir tomar las cosas con afán de escrutinio, aunque no se podría, en sentido estricto, descartar la existencia, en el fondo de un interés epistémico, una actitud homofóbica y sexista.

(Pero esto mismo se podría sostener en quienes ni quieren oír hablar de estos problemas).

La homofobia y el sexismo han sembrado el camino de acercamiento a este problema de incongruencias, contradicciones y pronunciamientos judiciales y sociales opresores, en la sociedad norteamericana, y de ahí extenderse en un sentido, quizá, global.

Tanto Foucault como Proust detectaron en el pensamiento europeo de mediados de siglo, que personas que tuvieran relaciones sexuales del mismo sexo, eran ubicados en una casilla con una concepción de identidad y de enfermedad : “la persona homosexual”. Esta cuestión, medicalizada, trajo como contrapartida, en términos urgentes, el de la identidad de “la persona heterosexual”.

La medicalización traía a la rastra el estigma y la parálisis intelectual.

A comienzos del siglo XX, Hirschfeld, propuso una visión “progresista” y “humanizadora” del problema, acercándose a él con visión integrista, universalista, pero a juicio de Freud, inoperante, y muy magra en aportar un pensamiento, que no procedía de los aportes psicoanalíticos, sino que su “originalidad” radicaba en sostener una variedad de personas, pertenecientes a un supuesto “tercer sexo”.

Es de recordar que Freud tampoco estaba de acuerdo,  con las pretensiones elevadas y “sublimatorias” de  Putnam, psiquiatra y psicoanalista norteamericano, hegeliano, y partidario de un psicoanálisis cuyo enfoque finalista fuera de elevación de valores.

6) Punto de vista de Freud (según H. Abelove).

El artículo comienza trayendo a colación la carta de una madre norteamericana, que tiene un hijo homosexual, y le pide consejo a Freud.

En la respuesta de él se distingue ante todo el esclarecimiento a la madre del joven en el sentido de que la homosexualidad no es una enfermedad. “Es una gran injusticia perseguir la homosexualidad como un crimen y es también una crueldad”, escribe Freud.

Todo lo que dice en la carta, Freud —dice H. Abelove — había sido objeto de convicción en él, durante más de treinta años.

Ernst Jones, los psicoanalistas holandeses, y la posición ambigua de Eitingon, se inclinaron por la posición de que un homosexual no puede aspirar a formarse como psicoanalista.

Otto Rank, Sadger y Tausk se alinearon junto a Freud, como asimismo los escritores (pero no psicoanalistas) Franz Werfel y Arthur Schnitzler, quienes defendieron la tesis de que la homosexualidad  no puede dirimirse en los tribunales. Ellos argüían que “la homosexualidad no es propiedad de un tribunal”.

Freud no confiaba en el psicoanálisis norteamericano. Fue duro con Putnam y en reflexiones de carácter más general, sostuvo: “La moral sexual tal como la define la sociedad — y como caso extremo la sociedad americana — me parece despreciable. Me identifico con una vida sexual mucho más libre”, sostuvo Freud.

***

Luego que Freud muriera, los psicoanalistas americanos reafirmaron puntos de vista homófobos. Mencionemos a Sandor Rado, a Charles Socarides, como los más rígidos y Jud Marmor y Robert Stoller como los más pragmáticos y partidarios de una unión con “esa minoría sexual”.

(Este encasillamiento de “minoría sexual” tampoco era muy operativo y persistía un fondo de estigmatización en él).

Lo cierto fue que estos psicoanalistas, con distintos argumentos, consiguieron que la homosexualidad no fuera considerada una enfermedad. Pero no fueron solo ellos, sino que fue también la lucha llevada a cabo por parte de  los grupos de gays y lesbianas, contra los psiquiatras y psicoanalistas norteamericanos.

(Será inútil buscar en el DSM IV, [y en el próximo DSM V, próximo a aparecer] ninguna referencia a la homosexualidad, como una enfermedad).

***

El grupo de Gays y lesbian studies no había hecho todavía su aparición neta, contundente, fundada, que empezó a producir sus aportes alrededor de la década de los ochentas.

***

Este informe se limita a estos breves resúmenes, quedando fuera, lamentablemente, los aportes de Judith Butler, Jean Allouch, Jann Matlock y Marie-Jo Bonnet.

Montevideo, 15 de octubre de 2007.

1)Grafía de Eros. AAVV. Edelp.Bs.As.2000. (Relaciones, RUP)

Ideología y psicoanálisis: una asíntota.-

Nota previa.- Al volver la vista atrás, en el pasado inmediato: a nuestra experiencia reciente de formación psicoanalítica, surge un primer asidero al que acudir, para expresar con una palabra que consiga transmitir la esencia del objeto estudio del psicoanálisis, el inconsciente, y esa palabra puede ser peste, rotunda y contundente palabra que, al parecer, -Lacan dixit- en viaje que hizo a los Estados Unidos, a impartir unas conferencias en el año 1909, en la universidad de York. Él habría dicho: -“No saben que les traemos la peste”-.

Sirva lo anterior como pórtico de introducción para llegar a las proposición que expondré luego sobre la compleja dimensión de juntar ideología y “formación” -palabra que se las trae: Lacan la cuestionó: “formaciones son las del inconsciente”, dijo-.

Lo que ofrezco a continuación es un panorama, lo más sucinto posible, recogido deprisa, busca trasmitir impresiones, son eso: apenas notas impresionistas, y no pude evitar referencias personales, autobiográficas, que opté, en la relectura y correción, por dejarlas tal cual.

El candidato y la torre de Babel.- Ahora bien, los años de “formación”, ¿qué nos dejan? ¿Qué instrumentos nos alcanzan para abordar este punto, espinoso punto, diría yo. Somos expresados, seguro y ante todo, por nuestra tarea con los pacientes en nuestro consultorio, por nuestra cumplida (y triple eitingoniana) formación: 1. Análisis personal.-2.-Supervisiones.- 3.-Asistencia a Seminarios. Súmese a eso los reciclajes teóricos: ¡ah! ¡cómo consumimos papeles con letras!, por los intercambios entre pares -como el de hoy- por nuestros linajes psicoanalíticos y pre-psicoanalíticos. ¡Qué resonancias heráldicas estas palabras arrastran! Y también por la elección singular y personal de nuestra elección de nuestros propios héroes en psicoanálisis (y fuera de él). Así, por ejemplo, algunos de nosotros se entregan con entuasimo a saber más del joven Freud con su espíritu romántico, sin dejar su racionalismo victoriano, y no obstante ello, rebelde y transgresor, ese que se encuentra en la correspondencia con su amigo Wilhelm Fliess, aún incompleta a la fecha de realizada esta comunicación, y censurada correspondencia, quizá solo por un corto tiempo más. En suma: un Freud profanador y audaz que lo llevó a recoger la llave de las madres que dejó caer Breuer. A otros, por el contrario, la lectura del Freud de ese período los dejará sin moverles un pelo y preferirán otros tramos de su obra. Sirva esto como muestra de la elección “en libertad” que la obra de Freud hace posible por su diversidad.

¿Qué decir entonces de los ríos de tinta que vinieron después? Un colega argentino, Willi Perinot, en el ya lejano mil novecientos ochenta y uno describía con acierto y humorel el bombardeo literal al que se veía sometido el candidato al traspasar el umbral de la institución se disponía a iniciar el camino dentro del templo analítico. Y así Perinot enumeraba: a Klein, a Bion, a Balin, a Winnicott, a Lacan, a Saussure, a Levi-Strauss, sin olvidar a…y sin olvidar a…y así ad nauseam.

Por supuesto que la recorrida por esta arboleda de papel, por esta torre de Babel puede dejar, al fin, su sedimento, si el candidato sobrevive por debajo de la montaña de papeles, de la que aún insepulto, se levantará y podrá alcanzar, ¡oh, sorpresa! Una herramienta que quedará en sus manos. Se podría usar otra imagen, otra palabra: una suerte de síntesis de una resina nueva, que liga angarillas, abre puertas, labra caminos, para animarlo a seguir en el sendero de este ejercicio imposible.

Las elecciones teóricas de cada cual son, pues, tan determinables, indeterminables, forzadas o no, como las más personales elecciones que siempre dejan a la ratio, con un margen, un trecho ante ella, no colmable.

 

El autoritarismo en los orígenes. Precisiones posteriores. Fin de siglo. Sugestión y catarsis. Un mundo, una época, llegan a su fin. El imperio austrohúngaro. El militarismo. El valor de uso de la mujer: cortesanas y hogareñas. Un mundo hecho por los hombres: un mundo de cuño militar y burocrático. El mundo de las novelas de Kafka. Ser autoritario es el espíritu de la época. (1)

El tratamiento autoritario de Emma por parte de Freud, la rebelión de Emmy, de cómo con su reclamo de libertad, ello lo introduce en las vislumbres de la asociación libre.   -“¡Déjeme hablar y no me esté interrumpiendo con esto y lo otro!”. Freud, a regañadientes, acepta y deja de aterrorizarla con historias crueles, con el tratamiento torturante de los baños con agua fría, y  abandona asimismo la práctica hipnótica, ya que ella no se muestra tan fascinada con el hipnotizador (y Freud no da, tampoco, pie en bola con la hipnosis). Entonces, Freud, la deja hablar.

Anotemos que, en años posteriores, en la correspondencia con Pfister, Freud hará estas consideraciones sobre la autoridad: —“Ex profeso puse mi persona por delante como ejemplo, jamás como modelo, y menos aún como la de un venerable” (carta del 10 de mayo de 1909) y en otra misiva  del 26 de febrero de 1911, escribe: -“Ciertamente me fijé siempre por principio el ser tolerante y no ejercer ninguna autoridad, pero en la realidad, eso no marcha”- Dejará asentada esta advertencia sobre el lugar que le cabe al psicoanalista en cuanto a privación, en las relaciones con el analizando: -“Nos negamos de manera terminante a hacer del paciente que se pone en nuestras manos en busca de auxilio un patrimonio personal, a plasmar por él su destino, a imponerle nuestros ideales y, con la arrogancia del creador, a complacernos en nuestra obra luego de haberlo formado a nuestra imagen y semejanza”. (“Nuevos caminos de la terapia analítica”, 1918).-

 Crisis del discurso médico. El hecho nuevo. En “Contribuciones a la historia del movimiento psicoanalítico”, Freud describe así a Breuer: —“Él era médico internista y una absorbente práctica médica lo reclamaba; yo sólo a disgusto me hice médico, pero en ese tiempo tenía un fuerte motivo para querer ayudar a los enfermos nerviosos o, al menos, comprender algo de sus estados”.

Breuer, a su vez, se vio así: (se viene refiriendo, en carta a Forel, a Anna O): — “Así en aquel entonces aprendí mucho: mucho de valor científico, pero también algo de importancia práctica, es decir, que era imposible para un “médico general” tratar un caso de este tipo, sin terminar completamente con sus actividades y con su modo de vida. Juré en aquel entonces no volver a pasar nunca más por semejante prueba. (1. p. 33).

La idea nueva y original rondaba el alma de Freud, se esbozaba, aparecía y desaparecía, en los encuentros con Chrobak, con Charcot, con Berheim, con Breuer. Freud abandona, entonces, la “fisiología” de los estados hipnoides, deja el auxilia de la hipnosis, la joven ciencia se yergue…Son los años del “espléndido aislamiento” (aconsejado por su amigo Fliess). Una nueva epidemia psíquica, al decir de un detractor, el psicoanálisis se empieza a propagar entre los médicos y los enfermos “nerviosos”.

El desvío delirante. Groddeck y Fliess.- De las concepciones del primero, un “cientificismo” mágico, de raíz cósmica, está en su base. El Ello de Groddeck puede con todo y Groddeck puede con ese Ello. Así Groddeck repudiará las vacunas, la alimentación al lactante con leche; sostendrá que el cáncer no debe ser operado y las hemorragias aunque sean debidas a cavernas tuberculosas pulmonares deben ser recibidas como un augurio beneficioso de Dios o de la Naturaleza, puesto que la mujer, ella también sangra…

No están tan lejos de estos presupuestos “científicos”, las opiniones de Fliess, también salidas de cauce, en torno a los números, la nariz, la neurosis nasal refleja; el todo configuraba, al decir de Octave Mannoni, un querer saber sobre el delirio que se tornaba un delirio de saber-

EL PSICOANÁLISIS NO ES UN HUMANISMO.- (acá se interrumpe el artículo…fechado en 2007)

 

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